Javier Moro es uno de los escritores españoles contemporáneos más interesantes de la actualidad, y de los últimos años. Con obras como Pasión India, El sari rojo o el Imperio eres tú, se ha destacado dentro del campo de la novela histórica, por su rigurosidad al momento de armar las historias y sus ficciones, partiendo de bases muy sólidas, y siempre en la búsqueda de la perfección documental. Esto, gracias en parte, a su formación como historiador y antropólogo, que incluso le permitió cimentarse, como colaborador en la investigación histórica de libros de otros autores.
Si con sus anteriores novelas, nos ha paseado, guiado y desvelado detalles desconocidos sobre varios continentes, en esta ocasión rescata del anonimato una gran expedición, que dio como resultado la primera expedición sanitaria de la historia: “La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna”. Que fue la expedición dirigida por el médico español Francisco Javier Balmis, que tenía como objetivo llevar la vacuna de la viruela hacia todos los rincones de los territorios de ultramar, las colonias del Imperio español en América, debido a la gran cantidad de muertes que estaba ocasionando el virus de la viruela, en ambos continentes.
La larga y exhaustiva expedición, que se extendió desde 1803 hasta 1814, fue financiada por el Rey Carlos IV; y acompañando al doctor Balmis, iban su joven ayudante, el doctor Salvany, quien luego en América dirigiría otra expedición por los países de la Nueva Granada (Colombia) y Perú, mientras Balmis seguiría hacia México y Filipinas, con el fin de dividir esfuerzos y cubrir la mayor parte de territorios posibles. Junto a ellos, iba Isabel López, la única mujer en la expedición, que tenía la importante misión de cuidar de los niños durante toda la expedición.
Pero los niños que cuidaba Isabel, eran especiales, ya que dentro de ellos llevaban la vacuna de la Viruela. La forma más segura de que la vacuna de mantuviese en ese largo viaje, trasladándola de un niño a otro, en cada puerto que llegaran.
Para entender un poco más este proceso, hay que remontarse al físico y científico inglés Edward Jenner, quien descubrió la vacuna de la viruela, que a su vez fue la primera vacuna del mundo. La viruela era una enfermedad letal para los humanos, hasta que Jenner en sus investigaciones descubrió que las vacas también sufrían una viruela, pero que al parecer no era tan fuerte como la de los humanos, por lo que decidió extraer el contenido de la pústula de una vaca e inocularla dentro del humano… lo que dio resultados positivos. Por lo que el mejor mecanismo que encontró el doctor Balmis de llevar la “vacuna” (nombre preciso que se le dio, por su origen vacuno), fue llevando niños inoculados con el virus vacuno, a los que le salía unas nuevas pústulas benignas, que a la vez servían para inocular a otros niños.
La expedición partió desde el puerto de La Coruña un 30 de noviembre de 1803. E Isabel López, quien era rectora de un colegio de niños expósitos, proporcionó a los niños, y se unió al viaje para velar por ellos, y el futuro de ella y su propio hijo en América.
Bueno, ya saliendo del contexto histórico, que me parece fascinante, por eso me pareció importante la introducción, la novela me pareció excelente. Además del contexto histórico del que ya he hablado, que está tan bien narrado… no es fácil hacer de la historia un viaje fascinante… pero Javier Moro ha demostrado ser un gran narrador, lo que le da la habilidad de poder llevar al lector a través de su prosa tan limpia y poética, en medio de un repaso histórico, que sin dudas es reforzado y amenizado, por el gran tratamiento de sus personajes. No solamente los dramas internos de su triunvirato principal: Balmis, Isabel y Salvany, sino, desde los niños, quienes viven su propia aventura, los capitanes y marineros de las embarcaciones, y los personajes que encuentran en los territorios de América, que van desde amables y colaboradores religiosos y foráneos, hasta ambiciosos y corruptos virreyes, y representantes de la corona en América, que no siempre veían con buenos ojos a la expedición.
Y sumado al contexto y los personajes, tenemos las atmósferas: Desde la atmósfera introductoria, llena de frialdad, de suciedad y de peste, detalles que se alcanzan a percibir y sentir por las detallas y precisas descripciones de Moro; hasta el ambiente en el viaje en el mar, donde sientes la brisa, los mareos, la claustrofobia de los espacios cerrados, e incluso la suciedad de la parte bajas del barco… y por supuesto, el calor, la humedad y la variabilidad en el caribe y toda la zona americana.
Con estos tres aspectos claves a resaltar, el contexto, los personajes y la atmósfera, que son tan bien tratados e hilvanados en la novela, ya tenemos garantía de un trabajo cuidado y minuciosamente armado… obra de una gran pluma.
Me gustó mucho también la estructura elegida para narrar los hechos, y la correcta dosificación de los momentos claves… hay momentos de gran intriga y emoción. Aunque busques información sobre la Real Expedición en internet, leer la novela es una experiencia completamente nueva, y que te puede mantener a la expectativa, aunque conozcas pormenores de los documentados hechos históricos.
Hay una parte muy interesante, y es que los logros de esta expedición, aunque fueron muy importantes, no son tan conocidos y difundidos como otros hechos. Y hay una parte de la novela donde el Rey Carlos IV al recibir a Balmis, que regresa de la expedición, le dice:
“Ha sido una empresa prodigiosa, de la que me honra haber sido el valedor. Quizás no sea nunca recordado por ello, porque los hombres recuerdan más fácilmente los hechos de guerra y los comadreos de alcoba que las gestas en favor de la humanidad…”
Y parte de los problemas que sufrió la expedición, fue a causa de los años difíciles que pasaba el Imperio español en esos momentos, con los inicios de las aspiraciones independentistas de los territorios en América, y en Europa, con Napoleón Bonaparte. Precisamente hay otro episodio que me gustó mucho, donde Napoleón invade España, y el rey Carlos IV tiene que exiliarse a Francia, mientras José Bonaparte toma las riendas del imperio en 1808… Y el doctor Balmis, rechaza jurar acatamiento hacia Bonaparte, por lo que es proscrito de los círculos médicos/científicos, y sus bienes son confiscados.
Y es esta rigurosidad y enlaces históricos, lo que hace tan fascinante esta novela. Tan bien dosificado, que nunca sientes que hay información de relleno, que rompe el ritmo narrativo. Sino que al contrario, alimenta y nutre la narración.
Hay tantos momentos y escenas que se quedaron en mi memoria, que no podría mencionarlos, sin extenderme, como ya lo estoy haciendo. Pero generalmente, en todas esas escenas, brillan especialmente por el detalle, la precisión y la maestría, en los condimentos que mencioné al inicio: el contexto, los personajes y la atmósfera. Y cada uno de ellos, con sus descripciones particulares: la llegada a Cartagena de Indias, por parte de Salvany, y la descripción de la ciudad en esa época, o la descripción de la primera relación sexual de Isabel, narrada magistralmente, y que comparto al final.
Porque al fin y al cabo, eso es “A flor de piel”, y haciendo el análisis que siempre hago en relación al título y los símbolos de las historias. “A flor de piel” y la flor negra que cubre la portada del libro, se refieren tanto a la analogía a la vacuna, y al virus del mal, como a la pasión y el anhelo del deseo carnal, y al proceso de inoculación de la vacuna.
Sin dudas, una novela fascinante que recomiendo enormemente. Y un trabajo notable, de ese gran narrador, Javier Moro.
8.5/10
A continuación, comparto algunos de los fragmentos:
1.
(Isabela, tiene su primer encuentro sexual):
Isabel le sonrió, le abrazó y cerró los ojos cuando él empezó a susurrarle frases al oído. Al cabo de un rato, se la llevó caminando hasta rodear la torre.
Era casi de noche cuando llegaron frente a los restos de un naufragio, uno de los muchos barcos que habían encallado al penetrar en la bahía y se había estrellado contra los escollos. A intervalos regulares, los destellos del faro iluminaban la silueta del casco, las cuadernas arrancadas, el castillo de proa reventado, los mástiles rotos y los cabos deshechos. Pero era un refugio, un lugar más seguro que las rocas donde se estrellaba la espuma del mar. Se acurrucaron el uno contra el otro, mientras en un susurro él le pedía paciencia y le hablaba del momento del regreso, del viaje prodigioso que les haría cruzar el mar, de cómo vivirían en América, donde no tendrían ni patrón ni amo ni capitán, del sueño de un futuro juntos que, si bien se posponía, seguía intacto porque era sagrado. Mientras murmuraba en las sombras, le desabrochó la camisa y luego el corpiño.
—No —dijo ella—, para...
Pero no insistió más por temor a echar a perder el encanto, mientras él seguía apoderándose de su cuerpo. Con la yema de los dedos le acarició los brazos, el cuello, la oreja, buscó su camino hacia el vientre, y ella, con la sensibilidad a flor de piel y el alma dolorida, olvidó los consejos de sus amigas de la aldea, volvió a decir un no que se perdió entre el estruendo del oleaje, y se aventuró a acariciarle los brazos y a hundir su rostro en el torso velludo. Agradecida a la oscuridad que escondía el rubor que la invadía, se entregó, muerta de desesperanza y de amor.
La resaca apareció nada más volver a casa. Se miró en el espejo: faltaban varios botones en su corpiño, había perdido el pañuelo y tenía el pelo suelto, y entre otros vestigios del amor descubrió marcas en la piel a la altura del cuello y en los pechos, y algún que otro rasguño. Al encontrarse sola, se daba cuenta de la enormidad de lo que acababa de ocurrir y se reprendió por haber bajado la guardia: ¿de qué habían servido tantos meses de resistencia numantina si en un momento de debilidad había flaqueado tanto? Entonces se acordó del remedio que utilizaban las mujeres de la aldea. Buscó una esponja, se fue de puntillas a la cocina, la empapó de vinagre y se la introdujo para no quedar preñada. Lo demás era rezar a la Virgen y a san Nicolás, en la parroquia que tenía más cerca y de la que ya era asidua visitante.
(A Flor de Piel, Javier Moro)
2.
" El doctor Posse le tendió el ejemplar que llevaba en la mano, y don Jerónimo se enfrascó en su lectura. Los experimentos del médico inglés habían consistido en inocular pus infectado de viruela de las vacas en seres humanos.
Ninguno había desarrollado la enfermedad ni efectos indeseables. —A su procedimiento lo ha llamado vacuna, de la palabra vaca, y es bastante simple. Es parecido a la variolización, pero inoculando pus de vaca en vez de pus de viruela humana"
(A Flor de Piel, Javier Moro)