“Crimen
y Castigo”, la gran obra maestra del escritor ruso Fiódor Dostoyevski,
considerada junto con “Guerra y Paz” de León Tolstói, las obras cumbres de las
letras rusas y de la literatura universal, es un libro que suele estar en los
programas de literatura de casi todas las escuelas en el mundo.
Lamentablemente, como casi siempre ocurre, las lecturas obligatorias en la
escuela pasan desapercibidas y no se hace un verdadero acercamiento literario a
la obra, al contrario causando un rechazo automático a cualquier texto que
lleve impreso la etiqueta de “clásico”. Acudimos a resúmenes en internet o
pequeños libros resumidos, que en realidad son un atropello de enormes
proporciones contra la literatura.
No
había leído aún “Crimen y Castigo”, porque era uno de los clásicos que no
encontré en las estanterías de la biblioteca de mi casa, al contrario del caso
de “Guerra y Paz”, que es una obra mucho más larga, extensa y densa, pero que
igual leí con mucho agrado hace años. Si pudiese recomendar un clásico a los
jóvenes, quizás sería esta obra de Dostoyevski. Por diversas razones:
Aunque
es una novela concebida casi al mismo tiempo que “Guerra y Paz”, con un año de
diferencia, y de salir publicadas en la famosa revista literaria rusa “El
Mensajero Ruso” en el año de 1866, en esta novela no se percibe la prosa densa
que ambienta las páginas de muchos clásicos. La prosa es muy realista y
descriptiva, dando un enorme énfasis en las descripciones psicológicas, en todo
lo que pasa por la mente de los protagonistas, especialmente en la de Rodión
Raskólnikov, el flamante protagonista, un estudiante brillante de 23 años, que
debido a la falta de recursos se ve obligado a abandonar la universidad. Rodión
vive en una pensión, en una pequeña y humilde habitación, lejos de sus dos
únicas familiares, su madre Pulqueria y su hermana Dunia, quienes trabajan y
hacen lo posible para mantener y enviar dinero a Rodión, y que éste siga
estudiando para ser un excelente profesional. Raskólnikov, es presentado como
un joven muy inteligente, muy racional y lúcido, que analiza constantemente su
situación, su futuro, el estado del mundo y su entorno, desde una perspectiva
bastante elevada, que le permite clasificar a los seres humanos en dos
categorías: ordinarios y extraordinarios, contándose él obviamente en el
segundo grupo. Y en los ordinarios, mostrando a todos esos seres humanos
parásitos y piojos, que no contribuyen en nada al mundo, por lo tanto no
debería importar que una de sus vidas, en comparación con la de un
extraordinario. Rodión ha vivido y pasado por muchas cosas, y se puede decir
que desde un punto de vista es entendible su posición, indignación y raciocinio. Pero eso no me corresponde a mí
decirlo, sino que cada lector será capaz de juzgar las actitudes e ideologías
del protagonista.
Y así,
durante toda la obra somos testigos de las maquinaciones, decisiones y dilemas
a los que se enfrenta Raskólnikov. Pero la maestría de Dostoyevski es tan
enorme, que logra crear una íntima relación del lector con el personaje
principal, que nos metamos en su piel, y desde ese punto apropiarnos de sus
vacilaciones, de sus ideas y de su misma consciencia, además de juzgarlo al
tiempo que nos juzgamos a nosotros mismos (tal vez de forma inconsciente) desde
ese mismo punto.
Las
descripciones, las descripciones… son tan fascinantes, en absolutamente varios
sentidos: Las descripciones físicas del entorno, el ambiente y las cosas. Las
descripciones físicas y anatómicas de los personajes. Y lo más fascinante, las
descripciones psicológicas de los personajes, del ser humano, la naturaleza
humana a flor de piel. Sobre todo en este último tipo de descripción, nos
encontramos con escenas tan reales que asustan. Rakólnikov, a través de la
misma historia, vive una misma transformación y un descubrimiento.
En
esta obra, lejos de las altas cortes y los campos de batalla de Guerra y Paz,
que también nos mostraba y desnudaba el alma humana en la alta sociedad rusa.
Aquí, en Crimen y Castigo, de igual forma seguimos abordando y sumergiéndonos
en lo más profundo de la naturaleza humana, pero desde la misma miseria. Y la
gran reflexión que uno puede sacar luego de leer ambas obras, desde entornos
tan distintos, es la total similitud e igualdad en los tormentos internos del ser
humano. El poder, el orgullo, el resentimiento, la traición, el odio, e incluso
el amor, son sentimientos universales que guían la vida de absolutamente todos
los seres humanos. Desde el más rico al más miserable. Miserables como los
personajes de la famosa novela de Victor Hugo, que sin lugar a dudas fue de
gran influencia para el escritor ruso.
La
novela, narrada en una tercera persona que intercala entre distintas
perspectivas, teniendo a la de Raskólnikov como la principal y dividida en seis
partes, cuenta la historia un joven de escasos recursos con síntomas de
megalomanía, que un día decide asesinar a una vieja usurera, a quien ve como un
parásito social, y que no haría ninguna falta al mundo. Ese es el crimen. El
castigo del estudiante, inicia desde el mismo momento en que comete el
asesinato, pues es su propia conciencia (su castigo y su presidio) y el
remordimiento lo que nunca lo deja en paz, haciendo que se cuestione por
momentos sus propios delirios de grandeza.
Y a
partir de ese evento, Dostoyevski se explaya en diseccionar con tal
minuciosidad y detalle, el proceso tanto interior como exterior del
protagonista luego de su accionar. Haciendo un fiel retrato del la naturaleza
del ser humano, el autor se adelanta increíblemente a su tiempo, cimentando
parte de la base de muchas ideologías, teorías y filosofías en distintas áreas
del conocimiento social, psicológico y científico, que describirían al hombre
moderno, el hombre dentro del caos a su alrededor y al hombre en sus luchas
internas.
Dentro
de todo ese banquete que representa la obra de Dostoyevksi, encontramos escenas
y episodios memorables e inolvidables, por su carga emocional, por su
encantadora y aterradora belleza, por su lucidez, entre muchos más apelativos:
La escena de la carta de la madre, en donde ya desde las primeras páginas nos
deja sin aliento frente a ese anhelo de un hijo al recibir la carta de su
madre… y el contenido de ésta, ya es otra historia. Cuando Rodión acude donde
su madre luego de cometer el crimen, y se da cuenta de que nunca más podrá
hablar realmente con más nadie; totalmente desgarradora. Los episodios donde se
analizan el estado psicológico del criminal durante la realización del crimen,
el artículo que escribe Rodión sobre el tema y su posterior diálogo con
Petrovich, el juez con el que mantienen conversaciones antológicas y de gran
tensión. ¿Derecho al crimen? ¿Decisión salvadora para la humanidad? ¿Los
hombres grandes han de experimentar en este mundo una pena inmensa? También las
escenas de Rodión con Sonia, cuando ambos se descubren como almas gemelas,
sobrevivientes o como diría Murakami “Seres abandonados por Dios”. ¿Qué habrá
podido retenerla hasta ahora de acabar consigo de una vez?, hasta la misma
confesión del criminal, ¿por qué lo hizo? Reflexión pesimista que lleva a
preguntarnos ¿en realidad se arrepiente alguna vez? Su ferviente admiración por
Napoleón le hacía afirmar que las personas grandes no se preocupaban por males
singulares y diminutos frente al beneficio de la humanidad. Siguiendo con las
escenas, la de Svidrigáilov con Dunia, la conversación final de Raskólnikov con
su madre y con Sonia antes de entregarse.
Estas
son simplemente algunos de esos episodios memorables, dispersos en una
fascinante novela, que sin dudas es de las mejores obras que he leído en toda
mi vida. Toda una montaña rusa que te arrastra con ella por todo el camino,
elevándote por momentos y luego estrellándote sin concesión contra el hierro del
soporte. Una obra universal, que nunca dejará de ser actual, porque el ser
humano en su interior realmente ha cambiado muy poco. Quizás ¿hemos dejado de
buscar las respuestas en nuestro interior? … ¿Tal vez esa introspección y
constante análisis fue la que llevó a Rodión a descubrir una terrible verdad? ¿O fue una errada interpretación?
La
novela de Dostoyevski nos deja al tiempo con muchas más preguntas, muy pocas
cosas son obvias. Al final con Sonia, ese ser inquebrantable y muy creíble en
esa época, de personas entregadas a Dios y sus creencias, personas que dentro
de la desgracia encontraban algo de luz y esperanza, algo que las impulsaba a
salir adelante. El amor a su propia familia, a su prójimo más que a sí misma. Y
es ese sentimiento tan universal también, lo que Sonia ayuda a descubrir a
Rodión, un ser tan cerebral que duda durante mucho tiempo de lo que siente, de
eso que no conoce y empezaba a experimentar por primera vez. La respuesta a la
pregunta que alguna vez se le pasó por la cabeza cuando hablaba con Sonia:
¿Qué habrá podido retenerla
hasta ahora de acabar consigo de una vez?
Y este
detalle final, aunque algunos (muy pocos) critiquen por ser “blando”, a mi me
pareció totalmente apabullante, porque el autor nunca deja de explorar las
distintas posibilidades y el universo interior del ser humano. Porque toda la
obra es un proceso de transformación del mismo Raskólnikov… una metamorfosis.
Véanlo como quieran verlo: alusión bíblica a Lázaro o al superhombre de
Nietzsche… entre tantas otras posibilidades que cada persona podrá tener… Y con
eso sigue luego de la lectura el efecto removedor de Dostoyevski, porque luego
de leerla, cada vez que la leas, ya no eres el mismo.
10/10
librazo
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo!!! L-I-B-R-A-Z-O!!!
EliminarJeje saludos!
A.S.B