Hace mucho tiempo tenía pendiente de leer la obra del escritor, poeta y pintor colombiano, Héctor Rojas Herazo, pero conseguir sus libros era realmente difícil. Hasta que Seix Barral volvió a editar su obra y rescatarla en el cumplimiento de su aniversario de publicación original, que data del año 1962, y que representó una fuerza de gran impacto en la narrativa del caribe colombiano y en el país en general, que influyó en muchos escritores, entre quienes están el mismo Nobel colombiano, Gabriel García Márquez, quien además le dedicó muchos textos de elogio cuando era periodista a sus textos, especialmente a su poesía.
Rojas Herazo es muy reconocido y recibió muchos premios por su poesía, y esa vena poética se nota mucho en su prosa. También se nota mucho la influencia de su tierra, del pueblo costero de Tolú, al que de cierta forma proyecta sobre ese pueblo ficticio donde transcurre la novela, que llama Cedrón. Porque si hay algo que prevalece en los pueblos de la costa, es el calor. Y el calor y el eterno verano es otro protagonista de la obra, estando presenta desde las primeras páginas hasta el final. La novela, que podríamos incluir dentro del género de la novela corta, se encuentra estructurada en veintitrés capítulos, divididos en dos grandes partes. Y cada una de las dos partes con características específicas y diferenciales:
“Las cosas en el polvo” es el nombre de la primera parte e inicia de la siguiente forma:
“Anselmo amarró el caballito de palo en uno de los balustres de la ventana y, sentándose en el pequeño mecedor, empezó a desprenderse, de las medias y los cordones de sus zapatos…”
Esta primera parte es muy bella, poética y a la vez abstracta. Como vemos en el fragmento inicial, hay muchas descripciones del entorno, del espacio, de acciones, del clima, de elementos de la naturaleza, de pequeños detalles y los personajes no son presentados de forma directa, sino que van apareciendo como entes fantasmales de la memoria y del recuerdo, entran y salen sin orden, se nombran sin contexto, y el lector tendrá que dejarse llevar de la estructura poética para ir uniendo a los personajes con sus acciones y los pequeños lazos que van apareciendo y se van sugiriendo de sus relaciones con los otros. Que su tiempo narrativo casi siempre tienda al pasado, nos habla de la figura recurrente de flashbacks con que se abstrae y se construye este capítulo. El calor también se hace presente:
“Alzó el rostro y vio la plaza hirviendo, temblorosa, contra una vasta lámina de vidrio, con sus casas de paja y sus árboles de almendro retorciéndose como si los viera reflejados en el agua…”
Esta primera parte, también me parece que aunque se nombra al personaje principal, que para mí es Celia, la matriarca, y La Casa, que se convierte en prácticamente su equivalente simbólico, la trama gira más entorno a los recuerdos y dramas de los once hijos que tuvo Anselmo, las relaciones de éstos y de sus nietos, y la presencia de Julia, que es otro de los personajes principales de la novela. También entre los momentos de esta primera parte vemos la mención a la violencia del país, que se atisba en algunas escenas, como aquella cuando llegan unos militares a la casa de Celia, y ante la pregunta, “¿Entiende la situación?”, inmediatamente ésta le ofrece lo que tenía disponible de comida para él y sus hombres. La novela también nos sugiere esos códigos que todos aceptaban en un momento de mucho peligro, de silencios y en donde algunos nombres no podían decirse en voz alta.
Esta primera parte me gustó mucho por su tono y estructura poética, y recomiendo dejarse llevar ante las descripciones y los datos que nos va dejando el autor de los personajes, y a la vez estar atentos para no perderse de estos entramados. Además que entender desde el inicio que las vidas de los personajes están directamente ligadas al entorno, al clima e incluso a los objetos, a las cosas.
“Mañana volverán los caballos” es el nombre de la segunda parte e inicia de la siguiente forma:
“Celia llegó al pueblo la mañana del veintiséis de diciembre de mil ochocientos setenta y uno. Los más viejos la recordaban porque fue la primera mujer que, en principio, confundieron con un hombre”
Aunque la primera parte me gustó mucho por las razones que ya mencioné, esta segunda parte me parece magistral y da un perfecto contraste con esa primera parte. Acá ya nos habla directamente de los personajes y las acciones y las cosas se desprenden a partir de esas descripciones, no al contrario como ocurre en la primera parte. También en esta segunda parte tenemos el protagonismo de la presencia, la historia y la misma voz de Celia, quien en algunos apartes nos cuenta detalles de su vida, de su pasado, su presente y sus sufrimientos personales.
La cronología es más clara, pero a la vez es más desgarradora, mientras se nos presenta de forma más cerca la íntima relación entre Celia y La Casa, dando paso a su inevitable destrucción, que se relaciona directamente con los escombros, el deterioro y el ocaso, de las cosas y la vida misma. Quizás porque cuando hablamos de la muerte cercana todo se hace más claro. Se nos cuenta la llegada de Celia al pueblo y la casa, el inicio de los cimientos de esa relación simbólica, y a partir de ella los hilos de las otras historias que ya veníamos viendo por fragmentos. Además de esa confesión o monólogo que realiza, quizás equiparable al ese inmortal de Molly Bloom en el “Ulises” de Joyce, donde la mujer tiene la palabra final y describe todo su mundo desde su perspectiva, llevándose por delante a todo el mundo, y al mundo mismo.
Una novela llena de calor, de intimidad, de realidad, de tragedias, de cierta fantasía, de ruina y escombros, de soledad y de mucha poesía, que no dudo que en el momento que fue publicada fue innovadora y quizás también incomprendida, a pesar de beber de una figura clara como Faulkner, pero trasladado a un imaginario y un universo muy propio, personal y a la vez universal. Estaré pendiente a leer los dos próximos libros de la saga: En noviembre llega el arzobispo (1966) y Celia se pudre (1985).
Acá dejo dos fragmentos que me gustaron mucho, ambos de la segunda parte:
1.
“Algún día, después de muerta (esto lo sé también) rondaré por estos almendros y oirán mi voz en este patio. (…) Me han dicho también que la casa se está cayendo. Tampoco esto es verdad. Le ocurre simplemente lo que ocurre a Horacio: que ha cumplido y empieza a despojarse de sus paredes, de sus horcones y de sus vigas para esconderse también. Porque las casas se caen, se destruyen, pero lo que ellas fueron queda en la tierra y por mucho que construyan después de ellas – por muchas ventanas y quicio y techo nuevo que les pongan encima- ellas siguen erectas, ocultas pero vivas, respirando con sus apretados muertos dentro de ellas. Por eso he aceptado esta ruina. Por eso no me quejo. Por eso todas las mañanas doblo mi cama de lienzo y la recuesto contra la pared y no me importa que la mala hierba crezca en el patio y haya casi tapado el brocal del pozo. No me importa nada que esto ocurra porque la casa tiene que despojarse – como todos lo hicieron y lo seguirán haciendo por tumo- y yo no puedo impedirlo. Sería como interrumpir una obra que es superior a nosotros. Esto me duele, claro, esto me duele mucho porque la casa y yo hemos sido una misma cosa. Porque yo llegué aquí un mediodía, lo vi a él en la puerta y entré. Desde ese mismo instante sabía que ya no saldría más de aquí. Así debió ser; sí, así debió ser, cuando mi alma penetró en mi cuerpo. Porque nunca he amado como he amado este lugar. Parece mentira que una le ponga tanta ternura a unos árboles de totuma, a unas bisagras rotas, a unas puertas que lloran cuando se cierra en la noche. Y todavía más: que uno llegue a amar con tal poderío el lugar donde más hondamente ha sufrido. Tal vez sea por esto –precisamente por esto- por lo que parece que hubiera echado raíces en esta casa”.
2.
“Del esposo de Berta no he gustado nunca. Es un malvado. Dirán que es generoso pero es un malvado. Lo supe desde el primer día en que lo vi y los hechos han venido a confirmármelo. Es de esos hombres que nada aman y a los cuales, incluso, el amor puede hacerles daño. Él no venía por Berta cuando viajó a este pueblo. Se le notaba en los ojos. Venía a descansar de su pasado. Pero es de esas criaturas, de esa clase de animales mejor dicho, que necesitan hacer el mal para seguir viviendo. A su primera esposa (lo supimos por el primo Pablo que hizo la indagación en Barranquilla) la mató a patadas cuando estaba encinta de su segundo hijo. Pero también ellos saben que fue un asesinato. Es un hombre irascible y vanidoso. Tiene que destruir y ser destruido. Y no es que haga mala bebida. Es que tiene que beber para sacudir, para liberar el mal que lleva en la sangre”
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