Resulta curioso que haya decidido leer este libro hace apenas unas semanas. Lo tengo hace aproximadamente dos o tres años pero se encontraba en mi larga lista de pendientes. Lo obtuve de una manera muy inusual: En una edición del Hay Festival en Cartagena tuve una muy buena conversación con Evelio Rosero, en donde hablamos de su obra y nos detuvimos especialmente en “Los ejércitos”, que es para mí una de sus mejores obras, y de las mejores escritas en el país en las últimas décadas. Al finalizar la entrevista, Evelio sacó un libro de su mochila y me extendió un libro delgado que tenía en su portada una bella ilustración del Santuario de Las Lajas, que por cierto es otro lugar o edificación que siempre me ha llamado mucho la atención, y el título: En el Lejero.
El autor me lo regaló y yo me sorprendí, por el obsequio y porque no conocía ese libro. Él ni siquiera me preguntó si ya lo había leído, quizás lo intuyó porque no lo había mencionado en la charla. Le agradecí y recuerdo estar muy contento por el libro. A pesar de la emoción no lo leí inmediatamente sino que lo puse en espera. No sé exactamente por qué hace unas semanas decidí buscarlo y adelantar su lectura, ya que tampoco había buscado referencias o sinopsis de la obra, pero digo que me resulta curioso haberlo leído en estos días, porque es un libro que está muy relacionado con “Los ejércitos”, y porque nuevamente trata temas como la violencia y la muerte. Y en estos días que esas dos palabras han estado presentes en las manifestaciones por el Paro Nacional, pude sentir más cerca el drama del libro.
La novela, de menos de noventa páginas y con ecos rulfianos, nos cuenta la historia de Jeremías Andrade, un hombre mayor que viaja a un pueblo apartado y grotesco, en la búsqueda de su nieta Rosaura. Desaparecida. Y en ese pueblo anónimo, plagado de un ambiente especial, casi sepulcral, se encuentra con un diverso grupo de personajes, que ayudarán a su manera a Jeremías en su objetivo.
La descripción del pueblo sin nombre es excelente, porque trasmite esa atmósfera general (también muy bien descrita) de la novela, que está llena de pesadez, de suciedad, de niebla, tristeza y abandono. Un paisaje grisáceo que impacta al lector desde los primeros párrafos y logra la inmersión en la novela. También hay una cierta tensión y una sensación de intriga, de no saber lo que ocurre y lo que ocurrirá más adelante.
Conjunto con la atmósfera se fusionan muy bien las características de los objetos, que actúan como símbolos o metáforas sobre lo que no se dice, pero se va percibiendo y descubriendo poco a poco. Y los personajes, también se fusionan a la atmósfera, pues son los habitantes del pueblo, y cada uno tiene alguna característica, un detalle, una composición o una acción que acompaña ese lienzo grotesco, putrefacto y oscuro de la historia.
Jeremías es un extranjero que llega al pueblo a indagar, tras la búsqueda de un ser querido (como ocurre en Los ejércitos también). Los habitantes del pueblo lo miran con desconfianza, con sospecha y recelo, pues se presentan como entes fantasmales, conspirativos, que entre la desgracia de su entorno, parecen guardar un secreto en común. La complicidad o el miedo. Hay una enana promiscua, monjas misteriosas, un albino, un manojo de ratas, un carretero (que recoge los cadáveres apilados de los roedores a diario) y unos niños que juegan al fútbol con cabezas humanas, entre otros personajes siniestros, que parecen albergar una pesadilla. Y en el fondo de todo, la violencia. Nunca explícita, pero es la que se camufla entre la neblina, entre los objetos, entre los susurros y los silencios de los personajes, y entre la ausencia.
La prosa hipnótica y mesurada también aporta a mantener ese estado de alerta permanente y misterio. El narrador es omnisciente pero a la vez con una voz apagada y triste, que nos hace imaginarlo como uno de los habitantes de ese espacio en decadencia, o simplemente un fantasma más, un ente condenado, un alma en pena. Y hablando de almas en pena, preciso hay una especie de relación que puede hacerse en el pueblo como un purgatorio o hasta un círculo infernal, teniendo en cuenta que preciso el convento y el pueblo se encuentran anexos a un volcán en donde suceden muchas cosas y también se encuentra un río como el Aqueronte.
La forma en que Rosero teje este universo, que es onírico pero sin dejar de ser real y palpable, y sin caer en lo mágico, me resulta admirable. Y es una sensación que se siente también con “Los ejércitos”, es un lenguaje metafórico para narrar la violencia y sus diversas vertientes. Porque en el fondo de la historia y si leemos bien los elementos simbólicos, nos daremos cuenta que se nos está contando una historia de violencia, de un secuestro y de un lugar donde funciona algo más grande, una red. De un pueblo cualquiera al que un día llegó la violencia, impregnado de un aire tóxico de muerte, tristeza, dolor y miedo. Quizás ese ambiente se asemeja a la especie de ilusión en que quedan los lugares al que un día llega la violencia a trastornar su cotidianidad.
En síntesis, la novela presenta un ambiente en el que siento que muchas veces nos encontramos en este país, y actualmente. En donde las muertes empiezan a ser algo cotidiano hasta que todos quedemos paralizados y seamos convertidos en fantasmas vivientes, presos del miedo y la desolación. Es un impacto muy fuerte, que a la vez nos lleva a experimentar a través de la literatura y la poesía esa sensación que seguramente muchas personas viven a diario desde hace muchos años o toda su vida. Y por lo tanto, es algo que nos debería llevar a trabajar para tratar de salir de ese círculo, porque los pueblos anónimos son micro-universos de una ciudad, un país y de todo un continente. Muy recomendado y gracias a Evelio por el libro.
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