El día de ayer, cuando nos disponíamos a escuchar el homenaje a Anaïs Nin, a cargo de Sícalo y Glenda, posteriormente ver la película “Henry y June” y rematar celebrando el cumpleaños de María Elena. Afortunadamente, hubo una milagrosa interrupción, en donde nos invitaban a tomar unas clases de tango básicas, a través del conocimiento de una pareja colombo-argentina formado por Facundo Rinaudo y Laura Cabrera.
Luego de que la librería tan flexible se adecuara y tomara forma de una modesta sala de baile de tango, entre libros y música, ¿una especie de paraíso? Facundo irrumpió y cordialmente animó a que todo el público se levantara a calentar un poco antes de la lección magistral. El primer llamado fue fallido, ante un público indeciso y tímido que aún no digería el cambio en la “rutina” de los miércoles. Por lo tanto, se inclinaron inicialmente a hacer una breve introducción entre ellos para animar al público.
Cuando la melodía tan sensual y característica del tango empezó a sonar, y los profesores empezaron a deslizarse a través de la pista improvisada de libros, los escritores y poetas en el público empezaron un viaje a otro mundo. Así como cuando iniciamos un libro, una nueva aventura o cuando nos encontramos emocionados y llenos de inspiración frente a una hoja en blanco.
En ese nuevo mundo, donde por medio de la música pasional y los ritmos cadenciales, rígidos, lentos, técnicos y elegantes, como si en cada paso estuviesen escribiendo un poema erótico en el piso, que se iba dibujando y tomando forma en cada uno de los espectadores.
Todo el Club de Lectura recordó a Lena, ese personaje que ya ha traspasado la ficción, sobre todo en la explicación de Facundo, cuando mencionaba un poco de la historia y la técnica del baile; la explicación de ese ritual en donde se miden fuerzas, en ese intercambio pasional de voluntades que se complementan para caer en el éxtasis del momento. Facundo sentenció que en el tango es el hombre el que domina, propone el ritmo y decide lo que se va a hacer, a la vez que Laura se apresuraba a decir: “sólo en el baile”.
Luego, ya animados, empezamos a adentrarnos en el espíritu de la clase, nos fuimos levantando poco a poco y sonreíamos en cada mínimo acierto de alguno de los pasos básicos que aprendíamos. Ábaco se volvió una fiesta. Un acontecimiento en donde no faltó la literatura, la música, ni el baile, a pesar de que algunas damas no se atrevieron a dar algunos pasos, por su confesa incapacidad de alcanzar la rigidez en todas las partes de su cuerpo, sobre todo en sus autónomas caderas y hombros, que ya están acostumbradas a estremecerse ante el más mínimo sonido, buscando la liberación de las extremidades.
Aprendimos los pasos básicos, como 2 o 3, y luego no queríamos que se acabara la clase. Tal vez por el magnetismo natural del tango o por la facilidad y gran técnica de la pareja de profesores, que por sobre todo nos trasmitieron su gran amor a este arte de la danza del tango, en donde incluso llegaron a contagiarnos en nuestra “anatomía y autonomía”.
A pesar de la ausencia del filme “Henry y June”, hasta el cine se hizo presente. Al recordar la famosa melodía que suena en el filme “Perfume de Mujer”, cuando el ciego (Al Pacino) saca a bailar a una bella joven, mientras decía: “No hay errores en el tango, no es como en la vida. Es sencillo por eso es tan hermoso. Si cometes un error, sigues bailando”.
Más que una clase, fue una experiencia sensorial, una conjunción artística que invadió todos los rincones de Ábaco, de los espectadores y hasta de los libros que parecían también animados a salir danzando en sincronía con la melodía. Ya nos imaginábamos danzando a Nora Roberts, Paul Auster, Haruki Murakami, Philip Roth, Plátano en Tentación y a los protagonistas de la trilogía de 50 sombras, o los pocos que aún quedaban.
También hubo tiempo para el homenaje a la cumplimentada María Elena, que aunque no se animó a levantarse y deslizarse por la pista, disfrutó de la música, del ritual de la danza de los profesores y los primeros pasos de los aprendices. Finalizando con una torta de chocolate que endulzó el ambiente y la anatomía apasionada de los presentes.
Luego del baile y el postre, y con la música aún sonando, siguieron las fotos y finalmente llegaron las charlas que terminaron en un pequeño círculo de tertulia, donde además de los “sospechosos habituales”, contábamos con la compañía de Facundo, Laura y un amigo holandés.
El inevitable final llegó, fue nostálgico pero satisfactorio por todo lo que nos llevamos esa corta noche: pasos de tango, nuevos amigos, una deliciosa torta e innumerables sensaciones compartidas como siempre en esos miércoles de magia en Ábaco. En esta ocasión con el último tango en Ábaco. ¡Que esperemos no sea el último!
Nuevamente muchas gracias a Facundo y Laura y esperamos verlos pronto nuevamente.
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