Hace poco he terminado de leer el más reciente libro publicado de la escritora colombiana Carolina Sanín: Tu cruz en el cielo desierto. Me ha parecido un excelente texto y reflexión sobre el amor, la idea del amor, la imaginación y el pensamiento. Con una mezcla de géneros literarios que van desde la narración confesional, el monólogo, el ensayo y la poesía, entre otros. También podría hablar de las referencias pero creo que ya otros han hablado de ese tema y ella misma en los conversatorios online que ha realizado (de los cuales he estado en casi todos mientras leía el libro). Lo fui leyendo de forma pausada porque el texto es también una constante evocación al pasado, no solamente de la autora sino a un espacio compartido con sus lectores a través de sus distintas redes sociales. A una intimidad expuesta, que a la vez hace que el lector se remita a su propia intimidad y a sus propias experiencias. Sigo a Carolina desde hace unos años, siempre encantado por su lucidez y sus publicaciones en las redes sociales (Facebook y Twitter especialmente). Como le doy like a muchas de sus publicaciones casi siempre me aparecen sus actualizaciones en las novedades de mi timelime y noticias. Por eso, me llamó mucho la atención cuando publicó que pronto publicaría un libro en plena pandemia sobre la historia de su traga en Twitter. Historia que seguí muy de cerca, por lo que muchos pasajes del libro me resultan familiares; recordatorios de viejos tweets, interacciones con distintos contactos, la lectura colectiva de Homero, su performance en la Cinemateca, la feria del libro, la república erótica, hasta el viaje a Panamá y terminando en el inicio de las marchas estudiantiles. Todas esas referencias pasadas me permitieron ubicar o entrar nuevamente en ese pequeño universo compartido, para reconstruir no solo los hechos sino lo que yo hacía en ese momento en mi propia intimidad. Por eso comprendo completamente cuando dice que este libro también es resultado y dedicado a aquella masa en la que trasmutó su traga: a sus lectores. Lo siento así, y al pensarlo más a profundidad, me parece un ejercicio tremendamente fascinante el que logró la autora, que a la vez me hace pensar en otro género: la docuficción o el docudrama.
Pero en el centro de todo siempre hay una historia, un detonante, una causa, una raíz. En este libro es la historia de un amor digital, un amor ficticio de esos que abundan en los últimos años por el auge de la tecnología y de las redes. Y un amor de esos que seguramente muchos, sino todos, hemos tenido. Podemos entender e identificarnos completamente con todas las fases vividas en esta odisea romántica digital. Iniciando con la creación y posterior alimentación de la ilusión del amor. Pero lo que hace que el libro de la autora se diferencie de otros que han tratado el tema de las relaciones digitales, como “Contra el viento del norte” (de Daniel Glattauer) son sus distintas y ricas reflexiones sobre el tema del amor, el deseo, el sufrimiento y la necesidad de entender, de comprender. Encontramos así mismo relaciones culturales, literarias, psicológicas, simbólicas y mitológicas que soportan esos sentimientos e impulsos del ser humano. El juego de espejos, porque encuentro que dentro de la narración también se invita a un juego, que es la misma dinámica que se llevaba dentro de la relación ausente: el juego de roles, de deseos, de identidades. Narciso frente a una pantalla, Freud y su teoría de los cuatros seres presentes en el momento del sexo, y la variedad que puede superar cuando la imaginación tiene más libertad y espacio. Los símbolos y la Cruz:
"Me digo que debo pasar a través de este dolor de no entender —a través del deseo—, encaminada a no entender infinitamente otras cosas incontables; encaminada por el sufrimiento mismo, no a través de un camino, como si contara un cuento, sino en las cuatro direcciones que marca una cruz, y clavada en el centro de la cruz: en la pasión".
(Tu cruz en el cielo desierto, de Carolina Sanín)
Me encanta también, como siempre, el manejo del lenguaje de la autora. Cómo explora y explota las posibilidades de cada palabra y el poder del nombrar y del verbo. La cruz, que se convierte en cierta forma en un hilo conductor, en la representación del sufrimiento, del dolor, de la distancia, los extremos, los cruces, y que empieza a ver en cada uno de los objetos y elementos que observa, gracias a su agudo sentido de la observación y la descripción de lo que se ve. Así como con la palabra “China” (lugar donde vive el amor ausente), que explora como representación de la distancia, a la vez de como el lugar desde donde todas las cosas son hechas. Y además de la palabra y su uso del lenguaje, también me llamó la atención la narración, que también varía. Desde el tono confesional del inicio y el uso de la primera persona, y por momentos tomar distancia del personaje (de sí misma) y usar la tercera persona (ella), y hasta creo que por momentos también se utiliza la poca usada segunda persona, lo que son datos interesantes que siguen mostrando el proceso de transfiguración de la misma autora mientras escribía el texto.
Es un texto dinámico, ingenioso y apasionado (sí, tiene algunas escenas eróticas muy bien logradas en ese juego de espejos, deseos, palabras y pensamientos), pero también creo que es un texto con especial dedicatoria a los lectores, los viejos y los nuevos, porque la misma configuración de la historia llena de pistas, puede llevar a los nuevos y curiosos lectoras a atar cabos, buscar los vídeos y fotos de lo que la autora menciona en el texto y contruir su propia fantasía. De crear. Y me parece algo valioso y generoso que la autora siempre está abierta a dar sus lectores en cualquier ámbito. Y lo recomiendo mucho.
Comparto la reseña que hice de otro de los libros de la autora:
Reseña del libro "Somos luces abismales"
Alejandro Salgado Baldovino (A.S.B)
Carolina Sanín:
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