La
última película del director italiano Paolo Sorrentino me ha impresionado
increíblemente. Confieso que aunque es ya su sexto largometraje, desde sus
inicios en el nuevo milenio, nunca me habían emocionado o gustado especialmente
alguno de sus anteriores filmes. En efecto, recuerda al gran Fellini y a su
“Dolce Vita”, esos paseos sin rumbo fijo, merodeando y paseando por las calles
de Roma y mostrando sus distintos rostros, son antológicos. Pero apartando la
referencia, Sorrentino logra apropiarse de la historia y trasladarla hacia los
años recientes, en donde podemos ver que hay cosas que no cambian, no sólo en
Roma sino en todo el mundo; la falsedad, la hipocresía, la diversión, la
locura, la maldad, la nostalgia y sobre todo la gran belleza, esa que Gep lleva
tratando de encontrar durante toda su vida buscando la inspiración y la
redención.
El
filme alcanza una dimensión universal, comprobando la vieja sentencia… de que
todos los caminos llevan a Roma. Durante 150 minutos, el director te traslada
por distintos escenarios, la ciudad y la gente tienen el mismo protagonismo,
poseen alma y el director hace gran homenaje al simbolismo de Fellini. Un
simbolismo recurrente durante todo el metraje, desde las añoranzas oníricas de
Gep hasta esa bellísima escena donde caminando por la noche se encuentra con la
célebre actriz francesa Fanny Ardant, quién realizó un cameo en el filme. En
esa escena, donde Gep, un hombre mayor, que empieza a sentir el peso de los
años, se encuentra con como él mismo llama “Madame Ardant”, una actriz de
avanzada edad que aún mantiene rasgos de su belleza y que se detiene en un
momento atendiendo al llamado de Gep y tienen un intercambio de miradas, en
donde no son necesarias las palabras. Y luego la cámara sigue el recorrido de
la actriz, quién camina como la diva que fue en años anteriores. En esta, como
en muchas otras escenas del filme, seguimos y acompañamos a Gep en su búsqueda
de la belleza.
Brillantemente
filmada, con una exquisita fotografía, un sólido guión lleno de perlas, una
música que se adapta muy bien a cada escena, resaltando “The Beatitudes” de
Vladimir Martynov, una melodía recurrente y nostálgica que prácticamente te
conmueve en cada escena que ameniza y acompaña, además de una variedad de
planos de enorme belleza, los cuales vivimos con sentimientos superlativos de
nostalgia, tristeza, aunque Sorrentino siempre te saque alguna sonrisa en ese
paseo de emociones. A todo esto, hay que reconocer las excelentes actuaciones,
con una mención especial para su protagonista Toni Servillo, quién es el espejo
de la ciudad, de la gente alrededor y de nosotros mismos, realiza una actuación
para el recuerdo y de las mejores interpretaciones masculinas del año.
Mientras
veía el filme, me pasó algo curioso, y es que ante tanta maestría quería que el
filme terminara rápido, antes de que el director la estropeara, jejeje porque
los antecedentes me lo advertían. Pero afortunadamente ese momento no llegaba,
y el éxtasis al contrario se extendía. Ya al final, si encontré algún desvarío
que rompe el encanto y la magia de la narración, aunque nuevamente lo retome,
haciendo que el desencanto sea insignificante.
Dato
adicional: Cuando estaba viendo la película (hace ya varios meses), tenía fiebre
y gripa, estaba un poco enfermo, y las distintas emociones del filme me
empeoraron, pero a la vez me maravillaron de tanta alegría y satisfacción… esa
que sólo se siente cuando estás frente a una obra maestra. Y a pesar de todo,
así me hizo sentir el filme, ha sido el filme que más me ha emocionado en todo
el año y toda una obra para el recuerdo. Muy recomendada, aún hoy en día no
entiendo cómo se fue de Cannes con las manos vacías, pero la temporada de
premios en Hollywood curiosamente la está premiando y dándole el lugar que se
merece.
9.5/10
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