Novela
del escritor y periodista español Juan José Millás. Es una especie de
autobiografía novelada. En él Millás nos traslada a sus recuerdos de infancia y
adolescencia, detallando cada uno de los aspectos importantes que incidieron de
alguna forma en su formación como persona y como escritor.
La novela
se divide en 5 capítulos:
El
Frío
La
Calle
Tú no
eres interesante para mí
La
Academia
Epílogo
En
cada uno de esos cinco capítulos Millás narra sucesos de su vida, no están
divididos en forma cronológica, al contrario, en cada capítulo hay recuerdos de
la infancia, la adolescencia, su etapa ya como adulto y comentarios desde su
punto de vista actual, cuando escribió el libro que fue publicado en el 2007. Mezcla
los recuerdos sobre las distintas etapas de su vida, también en unos momentos
algunos de sus recuerdos que contienen diálogos se filtran y se mezclan con la
narración en primera persona, lo que puede confundir un poco al lector
despistado.
La novela
me ha gustado, en los primero capítulos de El Frío y La Calle, retrata de forma
magistral momentos de su infancia, sus pensamientos e ideas de pequeño. Ese ejercicio
resulta tan llamativo, porque en realidad se observa el proceso de
introspección que realizó Millás, volver a su infancia y narrar lo que pensaba
e imaginaba de pequeño desde su óptica actual. Es por esto, que muchos lectores
pueden sentirse identificados con algunos de los pensamientos, sobre todo los
que tuvieron una constante curiosidad y afinidad a la literatura. Personalmente
me sentí identificado con muchos de los momentos que narra Millás en estas dos
primeras partes, que algunos recordaré en unos fragmentos del libro al final
del texto. Como por ejemplo, cuando explica su experiencia con un taxista, y
dice que todo lo que vivía le parecía que podía ser una historia que él podría
convertir en una gran obra, cada momento que vivía y persona que conocía, lo
que agudizaba su detalle en la observación. Yo en diversas ocasiones lo he
experimentado, y me impresionó mucho el ejemplo porque preciso he experimentado
la motivación de escribir una historia sobre alguna experiencia en un taxi y
diversas. Pueden ver un fragmento de esta parte al final del texto.
También
en las dos primeras partes se observa su relación con sus padres, sus numerosos
hermanos, con los difíciles momentos de pobreza y frío. Luego con la calle, ese
otro escenario, todo ese Mundo que conformó gran parte de su vida y que nunca
podrá olvidar. En esa calle donde descubre la amistad, el amor, la muerte,
entre otros aspectos que siguieron enriqueciendo su imaginación y su
experiencia. Porque como el mismo Millás confiesa en el libro, todas sus obras
son producto de sus experiencias personales. E incluso, constantemente nombra
sus novelas anteriores y las compara con los sucesos que la inspiraron de su
vida.
Luego
del frío y la calle, en esa misma calle donde descubrió el amor, viene el
tercer capítulo con esa frase que marcaría su vida, y como él dice fue
fundamental para convertirse en escritor: “Tú no eres interesante para mí”.
Allí cuenta con detalles todos los momentos vividos e imaginados con la hermana
de su mejor amigo, María José. Este fue otro capítulo que me gustó mucho, por
su travesía, es cómico y dramático en sus momentos también. Y se empieza a
observar una característica del escritor, como es la minuciosidad en las
palabras y la ortografía.
Después
vendría el capítulo de La Academia, que aunque algunos apartes me gustaron,
resulta ser el más aburrido del libro. Inicia muy bien, pero luego se pierde un
poco del ritmo intimista que se venía trabajando anteriormente. Me pareció
pesado y mal construido, a pesar que cuenta otros aspectos interesantes como
algunas experiencias en su labor de escritor, dilemas existenciales, su
inspiración de algunos artículos y la experiencia como aprendiz de misionero,
que representaría su fuga de su Mundo anterior, que nunca lo abandonó. Tiene
apartes interesantes pero en general es un capítulo pesado, aunque inicia bien
y se recupera al final.
Pensaba
que la irregularidad del penúltimo capítulo iba a entorpecer la experiencia con
la novela, pero en el epílogo al final vuelve a una historia que había
planteado anteriormente sobre las cenizas de sus padres y termina el libro con
la frescura que se había mantenido en la mayor parte de la obra. Además de un
momento reflexivo en donde se pregunta sobre sí mismo, si sigue siendo el mismo
Millás, que si el tiempo y la memoria pueden determinar el cambio de un ser
humano en su dimensión creativa e intelectual, y lo asocia con un tema que
siempre me ha interesado, como es el tema de los nombres de las personas. Al
final plantea con nostalgia la posibilidad de que este fuese su último libro,
pero ya hoy sabemos que no fue el último y que en cierta forma sigue siendo
Millás.
En síntesis,
el libro en general es bueno, no tiene ningún aporte a la literatura, ni lo
busca, pero es una novela en su mayor parte divertida, lúcida y conmovedora
sobre los recuerdos relevantes de este escritor que lo convirtieron en el
escritor que es hoy, con el que seguro muchos se sentirán identificados.
7/10
Algunos
fragmentos que me gustaron:
“En el
principio fue el frío. El que ha tenido frío de pequeño, tendrá frío el resto
de su vida, porque el frío de la infancia no se va nunca. Si acaso, se enquista
en los penetrales del cuerpo, desde donde se expande por todo el organismo
cuando le son favorables las condiciones exteriores. Calculo que debe de ser
durísimo proceder de un embrión congelado”.
“Cuando
empecé a crecer, ya estaba todo roto: rotas las vidas de mis padres, eso era
evidente, y rotas las nuestras, que habíamos sido violentamente arrancados de
la clase social y del lugar al que pertenecíamos. Cuando pasó el verano, nos
dimos cuenta de que también la casa estaba rota. Si llovía, aparecían goteras
que nos obligaban a desplazar las camas de sitio para colocar cubos que cada
tanto era preciso vaciar. Si hacía viento, las corrientes de aire entraban de
forma violenta en las habitaciones provocando estremecimientos sonoros en los
bastidores de las ventanas, cuyos delgados cristales se agitaban como atacados
por una embestida de pánico. No cerraban bien las puertas porque todo estaba
fuera de quicio, de lugar, nada encajaba en su molde, tampoco las palabras con
las que intentaban explicarnos por qué habíamos caído en aquella situación
indeseable”.
“La
realidad parecía menos afilada, perdía aristas, punta, agresividad... Hasta el
tedio adquiría la blandura de un colchón de plumas. Bajo los efectos del
optalidón, cuando el jefe no me miraba, escribía poemas con un bic negro de los
de punta fina. He ahí la alianza entre la ferretería y la farmacia, dos
universos morales condenados a entenderse”.
“Mi
madre me quiso. Quiero decir que me prefería. Eso me salvó. Tengo acerca de mí
la idea, posiblemente absurda, de que me he salvado. ¿De qué? Del infierno,
desde luego. La idea de la salvación, en nuestra cultura (en nuestro mundo)
está asociada a evitar el infierno más que a conquistar el cielo. ¿En qué
habría consistido el infierno? En ser un individuo opaco, intransitivo, sin
intereses culturales, sin inquietudes filosóficas, sin ambiciones literarias,
tal vez sin tendencias burguesas”.
“Me
bastaba ver el antes y el después de aquel pobre crío para comprender el antes
y el después de la vida del taxista, de todas las vidas en realidad. Supe que
si en ese instante me pusiera a narrar la existencia de aquel conductor
malhumorado, amargo, maloliente, levantaría una obra maestra porque aunque mi
cuerpo estaba atrapado en el interior de aquellos segundos miserables que
tardaba el semáforo en cambiar de color, mi cabeza trabajaba en una dimensión
temporal distinta, tan distinta que se me apareció la novela de arriba abajo y
se trataba de lo que llamábamos, Dios mío, una novela total. Con la precisión
con la que se observa la maquinaria de un reloj abierto, vi todas y cada una de
las piezas de las que estaría compuesto aquel relato, aquella vida por la que
empezaba a sentir una piedad que no me hacía daño, pues se trataba de una pieza
más del edificio narrativo. Sólo tenía que evaluar la calidad de la piedad con
la mirada con la que el arquitecto efectúa un cálculo de resistencia de
materiales. Pero alguien que veía las cosas con aquella lucidez, me dije
inmediatamente, no podía perder el tiempo en contar una historia como la del
taxista, por total que resultase. Yo estaba obligado a contar la historia del
mundo, es decir, la historia de mi calle, pues comprendí en ese instante que mi
calle era una imitación, un trasunto, una copia, quizá una metáfora del mundo”.
“A
medida que se me ocurrían estas cosas se las iba diciendo al taxista, que en un
momento dado comenzó a llorar de gratitud. Era verdad, decía, su hijo no se
había vuelto loco para amargarles a él y a su mujer la existencia. La locura no
era más que un desplazamiento dentro de la vida, una manifestación de la lógica
misteriosa de la que formábamos parte. El error era interiorizarla como un
problema. Ocurrió dentro del taxi, entre aquel hombre maloliente y yo, algo inefable
de verdad: un milagro, una revelación, una señal. Lo mejor, con todo, era el
hecho de comprender que el milagro se repetía a cada instante, dentro de cada
taxi, de cada hogar, de cada cuerpo. El problema era que no nos colocábamos en
el lugar adecuado para observar la realidad. Por eso veíamos muertes donde sólo
había desplazamientos de la vida”.
“Estar
muerto era en mi situación un consuelo, pues cómo soportar vivo, no ya aquel
rechazo, sino aquella humillación. Tú no eres interesante para mí. En una de
las miles de veces que repetí la frase, reconstruyendo la situación para ver si
le encontraba una salida, pensé que entre el «tú no eres interesante» y el
«para mí» había habido una pequeña pausa, una cesura, que dejaba una vía de
escape. Quizá había dicho: «Tú no eres interesante, para mí.» La coma entre el
«interesante» y el «para» venía a significar que podía ser interesante para
otros, incluso para el mundo en general. Era la primera vez que le encontraba
utilidad práctica a un signo ortográfico, la primera vez que le encontraba
sentido a la gramática. Quizá al colocar aquella coma perpetré un acto
fundacional, quizá me hice escritor en ese instante. Tal vez descubrimos la
literatura en el mismo acto de fallecer”.
“Entonces
comprendí de súbito que uno se enamora del habitante secreto de la persona
amada, que la persona amada es el vehículo de otras presencias de las que ella
ni siquiera es consciente. ¿Por quién tendría que haber estado habitado yo para
despertar el deseo de María José?”
“Yo
era el escenario en el que se había dado el apellido Millas como en otros se da
el de López o García. ¿En qué momento comencé a ser Millas? ¿En qué instante
empezamos a ser Hurtado, Gutiérrez o Medina? No, desde luego, en el momento de
nacer. El nombre es una prótesis, un implante que se va confundiendo con el
cuerpo, hasta convertirse en un hecho casi biológico a lo largo de un proceso
extravagante y largo. Pero tal vez del mismo modo que un día nos levantamos y
ya somos Millas o Menéndez u Ortega, otro día dejamos de serlo. Tampoco de
golpe, poco a poco. Quizá desde el momento en el que me desprendí de las
cenizas, que era un modo de poner el punto final a la novela, yo había empezado
a dejar de ser Millas, incluso de ser Juanjo”.
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