Hace poco terminé esta novela de la escritora argentina, Mariana Enriquez, y debo decir que estuve fascinado leyendo sus 666 (+1) páginas. Ya había leído algunos relatos de Enriquez, quien junto a Samantha Schweblin, también argentina, se han caracterizado por incorporar el género del terror a sus obras, pero esta novela es sin dudas su trabajo mejor logrado, y una de las mejores novelas que he leído en los últimos años.
La novela, aunque puede considerarse dentro del género del terror y dentro del subgénero del folk horror, atraviesa otros más, como el viaje en carretera, historia de iniciación o novela de formación, algo de novela histórica, erotismo, espiritismo, fantasía, vínculos de sangre (amistad, sexuales y queer), entre otros temas. Y nos muestra en su primera parte, situada en el año de 1981 en Buenos Aires (en medio de la dictadura militar), a un padre (Juan) y su hijo (Gaspar), en medio de un viaje en carretera hacia la Cataratas del Iguazú, tras la repentina y sospechosa muerte de Rosario (madre de Gaspar), intentando escapar de un cruel destino predestinado. La familia de Rosario forma parte de un grupo secreto de élite, llamado “La Orden”, en donde invocan a entes oscuros y malignos con el fin de obtener la vida eterna y guía para seguir prosperando en sus múltiples negocios. Para hacer contacto con estos seres necesitan un médium, y Juan es uno natural, que es acogido por La Orden y patrocinado para que les sirva de por vida. El pequeño Gaspar parece haber heredado la capacidad del padre, y Juan queriendo evitarle esa vida de sufrimiento, oscuridad y servilismo, intenta alejarlo de todo ese mundo y de la familia de su madre.
Esa es la sinopsis general, pero a medida que avanza la historia los personajes van desarrollando interacciones poderosas que nos van dibujando un cuadro macabro y fascinante al mismo tiempo. En las tres primeras partes del libro se sigue una secuencia cronológica que ocurre en la década de los 80, y en donde el centro de la narración se encuentra en la relación de padre e hijo, entre Juan y Gaspar. Como es tan pequeño, Juan no le cuenta todos los detalles de sus acciones, de su huida y su hostilidad hacia su familia materna, pero al ver las habilidades sobrenaturales de su hijo hacerse presente, le va orientando a su manera a controlarlas. Gaspar, quien se encuentra en plena pre adolescencia, resiente la actitud de su padre, su distancia y su frialdad; y ambos intentan convivir en armonía, a pesar de todo, teniendo episodios de violencia, incomunicación y apatía, pero también momentos bellos de admiración, complicidad y amor puro. Desafortunadamente, Juan es un personaje atormentado, con traumas y sombras, que intenta hacer lo que puede, y son más las veces que se equivoca que las que acierta, pero Enriquez lo dibuja como un personaje muy fascinante, complejo y demasiado humano. Y en la interacción de estos dos personajes de forma simbólica podemos desentrañar aspectos psicológicos y del psicoanálisis, en referencia a la figura paterna como la representación máxima del poder en el hogar (represión) y los efectos duraderos de esa influencia sobre la figura de los hijos, además de la relación del amor con el dolor, el sacrificio y la liberación, la muerte y búsqueda de la identidad propia, etc.
Y lo anterior me sirve para resaltar una de las virtudes de la escritora argentina, como es la creación de este tipo de personajes, porque además de Juan, Gaspar y Rosario, todos los personajes secundarios tienen una complejidad y están tan bien descritos, que en una sola frase, ya la autora te logra resaltar unos aspectos específicos que te permiten hacer una ilustración mental más amplia. Y todo esto, complementado de forma magistral con su minuciosa descripción de lugares y atmósferas, tienen un efecto completamente inmersivo y sensorial. Por momentos hay mucho suspenso, sorpresas en las situaciones, y me hizo pensar que además es una obra muy visual (y cinematográfica, podría decir también).
En el cuarto capítulo, tenemos el primer salto temporal al pasado, entre los años 60 y 70, en donde ahondamos más en la historia familiar de los miembros de La Orden. Y aquí se desarrollan distintos entresijos del poder, con un protagonismo especial en la familia de Rosario: los Bradford, quienes obtienen un papel principal en el culto gracias a poseer los médiums que se han utilizado en distintas generaciones. Esta parte le sirve a la autora para dar contexto y dibujar un poco el rostro de los poderosos que se creen con mayores derechos que las demás personas y se creen a sí mismos iluminados por la verdad, y en este caso, por la oscuridad. Algo que no es muy ajeno a los grupos de poder económicos y políticos en la historia, y particularmente en Latinoamérica (incluso hoy en día), en donde es muy común la cercanía con creencias ocultistas, con brujería, chamanes y distintos conocimientos ancestrales. Y me gusta cómo la devoción de la élite por la oscuridad contrasta con las personas que tienen el don natural para contactar con esa parte, en este caso Juan, quien venía de una familia pobre y es prácticamente vendido por su familia a la familia Bradford; y de paso, con la médium anterior a Juan, también proveniente de un entorno de escasez. Por lo tanto, se presenta la tensión de clases y la envidia de las personas con poder económico y político, al tener que depender de estas personas, que ven como simples instrumentos o herramientas desechables, pero sin los cuales no pueden hacer nada, y por el contrario, muchas veces les toca someterse a sus voluntades. Y si leemos el subtexto de todo lo anterior, veremos el poderoso mensaje de trasfondo. La volatilidad del poder, tanto en lo luminoso como en lo oscuro. Y en esta parte, también hacemos un breve recorrido por los contextos históricos de Argentina e Inglaterra entre los siglos XIX y XX, el colonialismo y eventualmente la dictadura argentina.
El quinto capítulo es un poco extraño y contrasta con toda la novela en general. Porque se nos presenta en formato de reportaje policial de una investigación, a partir de una situación que ocurre en la trama principal de los primeros tres capítulos en la década de los 80, y que concierne a una desaparición. Pero los personajes principales son apenas mencionados y tenemos en el centro la voz de una periodista investigadora. Este capítulo que también nos sirve para atisbar aspectos de la época y el contexto político, es claramente también un homenaje a Roberto Bolaño y su novela, “2666”. Yo al menos lo vi así, y creo que Mariana ha mencionado la influencia de Bolaño en alguna entrevista. Y lo digo, porque recordemos que en “2666”, Bolaño también de repente corta la trama y dedica muchas páginas simplemente a describir informes forenses de feminicidios, a partir de la desaparición de un personaje principal en la trama. Este capítulo, aunque confieso que cuando lo leí por primera vez, me hizo bajar un poco la emoción que traía con la narración, pero eventualmente lo pensé y entendí su inclusión. Y honestamente no me molesta, y resulta un recurso interesante, que a la vez da un descanso a la trama principal y la complementa muy bien.
Y luego llegamos al capítulo final, el sexto, en donde retomamos la trama principal con un breve salto temporal hacia el futuro, en los años 90, donde vemos a Gaspar como un joven maduro, pero también atormentado por todos los acontecimientos que le ocurren. Pero observamos su paso para la liberación definitiva de los compromisos de su herencia, precisamente uno de los temas profundos de la novela en general. La herencia. Además de observar la obsesión del poder por preservar sus privilegios. El sacrificio por el bien de los amados. La aceptación y la comprensión de una naturaleza propia. Para cerrar con un muy buen final, que también queda un poco abierto a la imaginación de cada lector. Y que claramente no mencionaré en detalles.
Mi sentimiento al ir terminando de leer la novela era de ansiedad por no querer que terminara el hechizo, pero a la vez de emoción al ver la conclusión de toda esta trama tan bien armada y de esos personajes tan bellos, despreciables, atormentados y humanos, con lo que Enriquez te va envolviendo poco a poco, haciendo que sufras y te sorprendas por todo lo que experimentan. La prosa de Mariana Enriquez es hipnótica, visceral, física, y como ya mencioné anteriormente, hay una gran virtud en sus descripciones tan precisas y en crear atmósferas e imágenes muy vivas para el lector. Me gusta también la construcción simbólica (que no es muchas veces evidente) pero que tras un análisis a fondo puedes atisbar e identificar los aspectos que pueden estar de telón de fondo. Y me gusta mucho la presencia de ese llamado “folk horror”, que ha tomado mucha fuerza en los últimos años, tanto en la literatura como en el cine, y Mariana lo usa con mucha destreza y conocimiento (como soy interesado y he estudiado muchos temas al respecto, puedo confirmar la veracidad de muchas de sus descripciones, sobre la energía vital, la sexual, la percepciones sobrenaturales y los mitos ancestrales de nuestros pueblos en América del Sur); además que me recuerda a la literatura de dos autoras del sur de Norteamérica que me encantan: Flannery O'Connor y Carson McCullers, representantes del gótico sureño, como también han descrito a este movimiento en Latinoamérica, como el gótico latinoamericano. Me encanta que haya usado este conocimiento para construir esta historia épica y grande, que creo va tomando la etiqueta de clásico, aunque apenas salió en el 2019. Pero es una novela, que aunque te habla y sitúa de temas específicos, locales y de género, en realidad trasciende hacia temas muy universales y humanos. Una novela que no deberían perderse, y repito, que es de lo mejor que he leído en los últimos años. Ganó el Premio Herralde de Novela en el año 2019.
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