Hace tiempo tenía pensado escribir y hacer un post sobre este libro. Lo leí hace algunos años, y recientemente lo volví a leer nuevamente, aunque casi siempre me remito y leo apartes por lo valiosos que me resultan sus argumentos para entender el desarrollo o la evolución en el imaginario colectivo y de la sociedad desde el Siglo XX, que aún en el correr del Siglo XXI siguen teniendo enorme vigencia.
Escrito por el psicólogo y filósofo alemán Erich Fromm, y publicado por primera vez en el año de 1941, “El Miedo a la Libertad” forma parte de un extenso y arduo estudio que Fromm realizó y condensó en otros estudios como “El Corazón del Hombre” y “Espíritu y Sociedad”, entre otras. El estudio, es un ensayo sociológico que nos recorre por el pensamiento de Fromm, a la vez que nos da una luz sobre los pilares o las bases del comportamiento y el pensamiento del ser humano contemporáneo, y las raíces de cada uno de esos pilares, con una lucidez que impresiona e impacta a aquellos que lo lean por primera vez en pleno 2014.
La Libertad, es el núcleo de la tesis de Fromm, quien a través de distintos capítulos como: La libertad como problema psicológico, La emergencia del individuo y la ambigüedad de la libertad, hasta La psicología del Nazismo y Libertad y Democracia, en general 7 capítulos, donde el autor da un repaso sobre los hechos más relevantes en el Siglo XX, y cómo estos fueron determinando y transformando una ideología y una sociedad, que a la postre sería la que heredáramos.
A continuación comparto varios fragmentos del libro, que son de mis favoritos y que he seleccionado en mi última lectura, aunque todo el libro no tiene desperdicio:
- La
tesis de este libro es que la libertad posee un doble significado para el
hombre moderno; éste se ha liberado de las autoridades tradicionales y ha llegado
a ser un individuo; pero, al mismo tiempo, se ha vuelto aislado e impotente,
tornándose el instrumento de propósitos que no le pertenecen, extrañándose de
sí mismo y de los demás. Se ha afirmado además de que tal estado socava su yo,
lo debilita y asusta, al tiempo que lo dispone a aceptar la sumisión a nuevas
especies de vínculos. La libertad positiva, por otra parte, se identifica con
la realización plena de las potencialidades del individuo, así como con su
capacidad para vivir activa y espontáneamente. La libertad ha alcanzado un
punto crítico en el que, impulsada por la lógica de su dinamismo, amenaza
transmutarse en su opuesto. El futuro de la democracia depende de la
realización del individualismo, y éste ha sido el fin ideológico del pensamiento
moderno desde el Renacimiento.
- La
crisis política y cultural de nuestros días no se debe, por otra parte, al
exceso de individualismo, sino al hecho de que lo que creemos ser tal se ha
reducido a una mera cascara vacía. La victoria de la libertad es solamente
posible si la democracia llega a constituir una sociedad en la que el
individuo, su desarrollo y felicidad constituyan el fin y el propósito de la
cultura; en la que la vida no necesite justificarse por el éxito o por
cualquier otra cosa, y en la que el individuo no se vea subordinado ni sea
objeto de manipulaciones por parte de ningún otro poder exterior a él mismo, ya
sea el Estado o la organización económica; una sociedad, por fin, en la que la
conciencia y los ideales del hombre no resulten de la absorción en el yo de
demandas exteriores y ajenas, sino que sean realmente suyos y expresen
propósitos
- En
todo caso parecería que el hombre moderno tuviese demasiados deseos, y que
justamente su único problema residiese en el hecho de que, si bien sabe lo que
quiere, no puede conseguirlo. Empleamos toda nuestra energía con el fin de
lograr nuestros deseos, y en su mayoría las personas nunca discuten las
premisas de tal actividad; jamás se preguntan si saben realmente cuáles son sus
verdaderos deseos. No se detienen a pensar si los fines perseguidos representan
algo que ellos, ellos mismos, desean. En la escuela quieren buenas notas, y
cuando son adultos desean lograr cada vez más éxito, acumular cada vez más
dinero, poseer más prestigio, comprar mejores automóviles, ir a los mejores
lugares, y cosas semejantes. Sin embargo, cuando, en medio de esta actividad
frenética, se detienen a pensar, hay una pregunta que puede surgir en su
espíritu: Si consigo este nuevo empleo, si compro un coche mejor, si realizo
este viaje... ¿qué habré obtenido? ¿Cuál es verdaderamente el fin de todo esto?
¿Quiero, en realidad, todas esas cosas? ¿No estaré persiguiendo algún propósito
que debería hacerme feliz y que, en verdad, se me escapa de las manos apenas lo
he alcanzado? Cuando surgen estas preguntas se siente uno espantado, pues ponen
en duda la base misma que sustenta toda la actividad del hombre, el conocimiento
de sus mismos deseos. Por eso la gente tiende a liberarse lo más rápidamente
posible de pensamientos tan inquietantes. Piensan que tales preguntas han
venido a molestarlos a causa de algún cansancio o mal humor... y continúan así
en la persecución de aquellos fines que siguen considerando propios.
- Y, sin
embargo, todo esto apunta a una confusa revelación de la verdad: que el hombre
moderno vive bajo la ilusión de saber lo que quiere, cuando, en realidad, desea
únicamente lo que se supone (socialmente) ha de desear. Para aceptar esta
afirmación es menester darse cuenta de que saber lo que uno realmente quiere no
es cosa tan fácil como algunos creen, sino que representa uno de los problemas
más complejos que enfrentan al ser humano.
- Los
hechos pierden aquella calidad que poseen tan sólo en cuanto constituyen partes
de una estructura total, y conservan únicamente un significado abstracto y
cuantitativo; cada hecho no es otra cosa que un hecho más, y todo lo que
importa es si sabemos más o menos. La radio, el cine y la prensa ejercen un
efecto devastador a este respecto. La noticia del bombardeo de una ciudad y la
muerte de centenares de personas es seguida o interrumpida, con todo descaro,
por un anuncio de propaganda sobre jabón o vino. El mismo anunciador, con esa
misma voz sugestiva, insinuante y autoritaria, que acaba de emplear para
convencernos de la seriedad de la situación política, trata ahora de influir
sobre su público acerca del mérito de determinada marca de jabón, que ha pagado
los gastos de las noticias radiales. Los noticieros cinematográficos nos
presentan muestras de moda a continuación de escenas de buques torpedeados. Los
diarios se refieren a las ideas vulgares o a los gustos alimentarios de alguna
nueva estrella con la misma seriedad y concediéndole el mismo espacio con que
tratan los sucesos de importancia científica o artística. A causa de todo esto
dejamos de interesarnos sinceramente por lo que oímos. Dejamos de excitarnos,
nuestras emociones y nuestro juicio crítico se ven dificultados, y con el
tiempo nuestra actitud con respecto a lo que ocurre en el mundo va tomando un
carácter de indiferencia y chatedad. En nombre de la "libertad" la
vida pierde toda estructura, pues se la reduce a muchas piezas pequeñas, cada
una separada de las demás, y desprovista de cualquier sentido de totalidad. El
individuo se ve abandonado frente a tales piezas como un niño frente a un rompecabezas;
con la diferencia, sin embargo, de que mientras éste sabe lo que es una casa y,
por tanto, puede reconocer sus partes en las piezas del juego, el adulto no
alcanza a ver el significado del todo, cuyos fragmentos han llegado a sus
manos. Se halla perplejo y asustado y tan sólo acierta a seguir mirando sus
pequeñas piezas sin sentido.
- El
derecho de expresar nuestros pensamientos, sin embargo, tiene algún significado
tan sólo si somos capaces de tener pensamientos propios; la libertad de la
autoridad exterior constituirá una victoria duradera solamente si las
condiciones psicológicas íntimas son tales que nos permitan establecer una
verdadera individualidad propia. ¿Hemos alcanzado esta meta o nos estamos, por
lo menos, aproximando a ella?
- La
soledad e impotencia del individuo, su búsqueda para la realización de las potencialidades
que ha desarrollado, el hecho objetivo de la creciente capacidad productiva de
la industria moderna, todos estos elementos son factores dinámicos que forman
la base de una creciente búsqueda de libertad y felicidad. Refugiarse en la simbiosis
puede aliviar durante un tiempo los sufrimientos, pero no los elimina. La historia
de la humanidad no sólo es un proceso de individuación creciente, sino también
de creciente libertad. El anhelo de libertad no es una fuerza metafísica y no
puede ser explicado en virtud del derecho natural; representa, por el
contrario, la consecuencia necesaria del proceso de individuación y del
crecimiento de la cultura. Los sistemas autoritarios no pueden suprimir las
condiciones básicas que originan el anhelo de libertad; ni tampoco pueden
destruir la búsqueda de libertad que surge de esas mismas condiciones.
- A
menos que todo el sistema industrial y el modo de producción fueran destruidos
y reducidos a su nivel de la época preindustrial, el hombre seguirá siendo un
individuo que ha emergido completamente del mundo circundante. Hemos visto que
el hombre no puede soportar la libertad negativa; que trata de evadirse hacia
nuevos lazos destinados a sustituir los vínculos primarios que ha abandonado.
Pero estos nuevos lazos no representan una unión real con el mundo. Tiene que
pagar la seguridad recién adquirida, despojándose de la integridad de su yo. La
dicotomía existente de hecho entre él y las autoridades a quienes se somete no
desaparece por eso. Ellas amputan y estropean su vida, aun cuando conscientemente
se haya sometido de acuerdo con su propia voluntad. Al mismo tiempo vive en un
mundo en el que no se ha desarrollado solamente para ser un átomo, sino que
también le proporciona todas las potencialidades necesarias para transformarse
en individuo. El sistema industrial moderno posee no sólo la capacidad virtual
de producir los medios para una vida económicamente segura para todos, sino
también la de crear las bases materiales que permitan la plena expresión de las
facultades intelectuales, sensibles y emocionales del hombre, reduciendo al
mismo tiempo de manera considerable las horas de trabajo
- Al
referirse a las calidades requeridas en un dirigente nazi y a los propósitos
que persigue la educación para el mando, afirma: Queremos saber si estos
hombres poseen la voluntad de mando, de ser los dueños, en una palabra, de
gobernar... Queremos gobernar y nos gusta hacerlo. . . Les enseñaremos a estos
hombres a cabalgar, . . a fin de que experimenten el sentimiento del dominio
absoluto sobre un ser viviente. En la formulación que hace Hitler de los
objetivos de la educación hallamos la misma exaltación del poder. Afirma que
"toda educación y desarrollo del alumno debe dirigirse a proporcionarle la
convicción de ser absolutamente superior a los demás"
- De
hecho, al observar el fenómeno de la decisión humana, es impresionante el grado
en que la gente se equivoca al tomar por decisiones propias lo que en efecto
constituye un simple sometimiento a las convenciones, al deber o a la presión
social. Casi podría afirmarse que una decisión original es, comparativamente,
un fenómeno raro en una sociedad cuya existencia se supone basada en la
decisión autónoma individual.
- Gran
número de nuestras decisiones no son realmente nuestras, sino que nos han sido
sugeridas desde afuera; hemos logrado persuadirnos a nosotros mismos de que
ellas son obra nuestra, mientras que, en realidad, nos hemos limitado a
ajustamos a la expectativa de los demás, impulsados por el miedo al aislamiento
y por amenazas aún más directas en contra de nuestra vida, libertad y
conveniencia.
- La
supresión del pensamiento crítico generalmente empieza temprano. Una chica de
cinco años, por ejemplo, puede advertir la falta de sinceridad de su madre, ya
sea por la sutil observación de que mientras ésta habla continuamente de amor y
amistad, de hecho se muestra fría y egoísta; o bien de una manera más
superficial, al descubrir que su madre mantiene una relación amorosa con otro
hombre al tiempo que exalta su propio nivel moral. La niña siente la
discrepancia. Su sentido de la justicia y la verdad sufre un rudo contraste, y
sin embargo, como depende de la madre, quien no le permitiría ninguna especie
de crítica, y, por otra parte, no puede, por ejemplo, confiar en el padre, que
es un débil, la niña se ve obligada a reprimir su capacidad crítica.
- Esta
constelación puede observarse a menudo, especialmente en las relaciones de los
padres con sus hijos. En esos casos la actitud de dominación —y de propiedad—
se oculta con frecuencia detrás de lo que parecería una preocupación natural
con respecto de los hijos, o un lógico sentimiento de protección hacia ellos.
El niño es colocado así en una jaula de oro; puede obtenerlo todo siempre que
no quiera dejar su áurea prisión. A menudo la consecuencia de todo esto es el
profundo miedo al amor que experimenta el hijo cuando llega a la edad adulta,
miedo debido al hecho de que el amor, para él, implica dejarse atrapar y ver
ahogada su propia ansia de libertad.
- Sin
embargo, este sentimiento de aislamiento individual y de impotencia, tal como
fuera expresado por los escritores citados y como lo experimentan muchos de los
llamados neuróticos, es algo de lo que el hombre común no tiene conciencia. Es
demasiado aterrador. Se lo oculta la rutina diaria de sus actividades, la
seguridad y la aprobación que halla en sus relaciones privadas y sociales, el
éxito en los negocios, cualquier forma de distracción ("divertirse",
"trabar relaciones", "ir a lugares"). Pero el silbar en la
oscuridad no trae la luz. La soledad, el miedo y el azoramiento quedan; la
gente no puede seguir soportándolos. No puede sobrellevar la carga que le
impone la libertad de; debe tratar de rehuirla si no logra progresar de la
libertad negativa a la positiva. Las principales formas colectivas de evasión
en nuestra época están representadas por la sumisión a un "líder",
tal como ocurrió en los países fascistas, y el conformismo compulsivo
automático que prevalece en nuestras democracias. Antes de pasar a describir
estas formas de evasión socialmente estructuradas, debo pedirle al lector que
me siga en la discusión de los intrincados mecanismos psicológicos de evasión.
Ya nos hemos ocupado de algunos de ellos en los capítulos anteriores; más si
queremos entender plenamente el significado psicológico del fascismo y la
automatización del hombre en la democracia moderna, debemos comprender los
fenómenos psicológicos no sólo de una manera general, sino también en los
detalles mismos de su concreto funcionamiento. Esto puede parecer un rodeo;
pero, en realidad, se trata de una parte necesaria de toda nuestra discusión.
Del mismo modo que no pueden comprenderse correctamente los problemas
psicológicos sin conocer su sustrato cultural y social, tampoco pueden
estudiarse los fenómenos sociales sin el conocimiento de los mecanismos
psicológicos subyacentes. El capítulo que sigue ensaya un análisis de tales
mecanismos, con el fin de revelar lo que ocurre en el individuo y mostrar de
qué manera, en nuestro esfuerzo por escapar de la soledad y la impotencia, nos
disponemos a despojarnos de nuestro yo individual, ya sea por medio de la
sumisión a nuevas formas de autoridad o por una forma de conformismo compulsivo
con respecto a las normas sociales imperantes.
- Sabía
que nosotros significábamos poco en comparación con el universo, sabía que no
éramos nada; pero el hecho de ser nada de una manera tan inconmensurable me
parece, en cierto sentido, abrumador y a la vez alentador. Aquellos números,
aquellas dimensiones más allá del alcance del pensamiento humano nos subyugan
por completo. ¿Existe algo, sea lo que fuere, a que podamos aferramos? En medio
de este caos de ilusiones en el que estamos sumergidos de cabeza, hay una sola
cosa que se erige verdadera: el amor. Todo el resto es la nada, un vacío hueco.
Nos asomamos al inmenso abismo negro. Y tenemos miedo.
- Esta
situación se acentúa aún más debido a los métodos de la propaganda moderna. Los
argumentos comerciales del hombre de negocios de viejo estilo eran
esencialmente racionales. Conocía sus mercaderías, las necesidades del cliente
y, sobre la base de estos conocimientos, trataba de efectuar su venta. Por
cierto sus argumentos no eran del todo objetivos, esforzándose por persuadir al
cliente lo mejor posible; sin embargo, para ser eficiente y alcanzar sus objetivos,
debía emplear una forma racional y sensata de persuasión. La propaganda
moderna, en un amplio sector, es muy distinta; no se dirige a la razón sino a
la emoción; como todas las formas de sugestión hipnótica, procura influir
emocionalmente sobre los sujetos, para someterlos luego también desde el punto
de vista intelectual. Esta forma de propaganda influye sobre el cliente,
acudiendo a toda clase de medios: la incesante repetición de la misma fórmula;
el influjo de la imagen de alguna persona de prestigio, como ser la de alguna
dama de la aristocracia o la de un famoso boxeador que fuma tal marca de
cigarrillos; por medio del sex-appeal de alguna muchacha bonita, atrayendo de
ese modo la atención del cliente y debilitando al propio tiempo su capacidad de
crítica; mediante el terror, señalando el peligro del "mal aliento" o
de alguna enfermedad de nombre misterioso; o bien estimulando su fantasía
acerca de un cambio imprevisto en el curso de su propia vida debido al uso de
determinado tipo de camisa o jabón. Todos estos métodos son esencialmente
irracionales; no tienen nada que ver con la calidad de la mercadería y apagan o
matan la capacidad crítica del cliente, como podría hacerlo el opio o un estado
hipnótico absoluto. Son capaces de proporcionarle alguna satisfacción debido a
su efecto estimulante sobre la fantasía, tal como ocurre con el cine, pero al
mismo tiempo aumentan su sentimiento de pequeñez y de impotencia.
- Para
aquellos que sólo poseían escasas propiedades y menguado prestigio social, la
familia constituía una fuente de prestigio individual. Allí, en su seno, el
individuo podía sentirse alguien. Obedecido por la mujer y los hijos, ocupaba
el centro de la escena, aceptando ingenuamente este papel como un derecho
natural que le perteneciera. Podía ser un don nadie en sus relaciones sociales,
pero siempre era un rey en su casa. Aparte de la familia, el orgullo nacional
—y en Europa, con frecuencia, el orgullo de clase— también contribuía a darle
un sentimiento de importancia. Aun cuando no fuera nadie personalmente, con
todo se sentía orgulloso de pertenecer a un grupo que podía considerarse
superior a otros.
- En
primer lugar su yo se sintió respaldado por la posesión de propiedades. Él,
como persona, y los bienes de su propiedad, no podían ser separados. Los trajes
o la casa de cada nombre eran parte de su yo tanto como su cuerpo. Cuanto menos
se sentía alguien, tanto más necesitaba tener posesiones. Si el individuo no las
tenía o las había perdido, carecía de una parte importante de su yo, y hasta
cierto punto no era considerado como una persona completa, ni por parte de los
otros ni de él mismo.
- El
sentimiento de aislamiento y de impotencia del hombre moderno se ve ulteriormente
acrecentado por el carácter asumido por todas sus relaciones sociales. La
relación concreta de un individuo con otro ha perdido su carácter directo y
humano, asumiendo un espíritu de instrumentalidad y de manipulación. En todas
las relaciones sociales y personales la norma está dada por las leyes del
mercado. Es obvio que las relaciones entre competidores han de fundarse sobre
la indiferencia mutua. Si fuera de otro modo, cada uno de los competidores se
vería paralizado, en el cumplimiento de su tarea económica, de entablar una
lucha contra los demás, susceptible de llegar, si fuera necesario, a la
destrucción recíproca.
- Se ha
visto cómo las nuevas teorías religiosas constituían una respuesta a las necesidades
psíquicas producidas por el colapso del sistema social medieval y por los
comienzos del capitalismo. El análisis estaba enfocado hacia el problema de la
libertad en su doble sentido: mostraba cómo la libertad de los vínculos
tradicionales de la Edad Media, aun cuando otorgara al individuo un sentimiento
de independencia desconocido hasta ese momento, hizo al propio tiempo que se
sintiera solo y aislado, llenándolo de angustia y de duda y empujándolo hacia
nuevos tipos de sumisión y hacia actividades irracionales y de carácter
compulsivo.
- Esta
clase, que en realidad era envidiosa de los que poseían riqueza y poder y
disfrutaban de la vida, racionalizaba su resentimiento y envidia del buen vivir
por medio de la indignación moral y de la convicción de que esos grupos,
socialmente superiores, serían castigados por el sufrimiento eterno.
- Si
analizamos las doctrinas religiosas y políticas con relación a su significado
psicológico, deberemos distinguir dos problemas. Podemos estudiar la estructura
del carácter del individuo que crea una nueva doctrina, tratando de entender
cuáles rasgos de su personalidad explican la orientación especial de su
pensamiento. Hablando concretamente ello significa, por ejemplo, que debemos
analizar la estructura del carácter de Calvino o de Lutero para hallar cuáles
tendencias de su personalidad los condujeron a determinadas conclusiones y a
formular ciertas doctrinas. El otro problema se halla en el estudio de los
motivos psicológicos, no ya del creador de la doctrina, sino del grupo social
hacia el cual la doctrina misma orienta su llamado. La influencia de toda
doctrina o idea depende de la medida en que responda a las necesidades
psíquicas propias de la estructura del carácter de aquellos hacia los cuales se
dirige. Solamente cuando la idea responda a poderosas necesidades psicológicas
de ciertos grupos sociales, llegará a ser una potente fuerza histórica.
- Nos
encontramos con aquel mismo carácter ambiguo de la libertad que antes se
discutió. El hombre es liberado de la esclavitud que entrañan los lazos económicos
y políticos. También gana en el sentido de la libertad positiva, merced al
papel activo e independiente que ejerce en el nuevo sistema. Pero, a la ver, se
ha liberado de aquellos vínculos que le otorgan seguridad y un sentimiento de
pertenencia. La vida ya no transcurre en un mundo cerrado, cuyo centro es el
hombre; el mundo se ha vuelto ahora ilimitado y, al mismo tiempo, amenazador.
Al perder su lugar fijo en un mundo cerrado, el hombre ya no posee una
respuesta a las preguntas sobre el significado de su vida; el resultado está en
que ahora es víctima de la duda acerca de sí mismo y del fin de su existencia.
Se halla amenazado por fuerzas poderosas y suprapersonales; el capital y el
mercado. Sus relaciones con los otros hombres, ahora que cada uno es un competidor
potencial, se han tornado lejanas y hostiles; es libre, esto es, está solo,
aislado, amenazado desde todos lados. Al no poseer la riqueza o el poder que
tenía el capitalista del Renacimiento, y habiendo perdido también el
sentimiento de unidad con los otros hombres y el universo, se siente abrumado
por su nulidad y desamparo individuales. El Paraíso ha sido perdido para
siempre, el individuo está solo y enfrenta el mundo; es un extranjero
abandonado en un mundo ilimitado y amenazador. La nueva libertad está destinada
a crear un sentimiento profundo de inseguridad, de impotencia, de duda, de
soledad y de angustia. Estos sentimientos deben ser aliviados si el individuo
ha de obrar con éxito. Pero hasta para estas personas más afortunadas, el papel
creciente del capital, del mercado y de la competencia condujo su situación
personal hacia la inseguridad, el aislamiento y la angustia.
- El
tiempo tenía tanto valor que la gente se daba cuenta de que no debería gastarse
en nada que no fuera útil. El trabajo se transformó cada vez más en el valor
supremo. Con respecto a él la nueva actitud se desarrolló con tanta fuerza que
la clase media empezó a indignarse contra la improductividad económica de las
instituciones eclesiásticas. Se resentía contra las órdenes mendicantes por ser
improductivas y, por tanto, inmorales. El principio de la eficiencia asumió el
papel de una de las más altas virtudes morales. Al mismo tiempo el deseo de
riqueza y de éxito material llegaron a ser una pasión que todo lo absorbía.
- Balzac
en el siguiente fragmento de Los sufrimientos del inventor:
Pero
debes aprender una cosa, imprimirla en tu mente todavía maleable: el hombre
tiene horror a la soledad. Y de todas las especies de soledad, la soledad moral
es la más terrible. Los primeros ermitaños vivían con Dios. Habitaban en el más
poblado de los mundos: el mundo de los espíritus. El primer pensamiento del
hombre, sea un leproso o un prisionero, un pecador o un inválido, es éste:
tener un compañero en su desgracia. Para satisfacer este impulso, que es la
vida misma, emplea toda su fuerza, todo su poder, las energías de toda su vida.
¿Hubiera encontrado compañeros Satanás, sin ese deseo todopoderoso? Sobre este
tema se podría escribir todo un poema épico, que sería el prólogo del Paraíso
Perdido, porque el Paraíso Perdido no es más que la apología de la rebelión.
Ello
significa que la democracia puede subsistir solamente si se logra un
fortalecimiento y una expansión de la personalidad de los individuos, que los
haga dueños de una voluntad y un pensamiento auténticamente propios.
- John
Dewey, que quiero expresarla con sus mismas palabras: "La amenaza más
seria para nuestra democracia —afirma—, no es la existencia de los Estados
totalitarios extranjeros. Es la existencia en nuestras propias actitudes personales
y en nuestras propias instituciones, de aquellos mismos factores que en esos
países han otorgado la victoria a la autoridad exterior y estructurando la
disciplina, la uniformidad y la confianza en el 'líder'.
- Tan
sólo unos pocos se habían percatado de ese sordo retumbar del volcán que precede
a la erupción. Nietzsche había perturbado el complaciente optimismo del siglo
XIX; lo mismo había hecho Marx, aun cuando de una manera distinta.
- Con
este fin entra en relación con otros "objetos". Así, los otros
individuos constituyen siempre un medio para el fin propio, la satisfacción de
tendencias que, en sí mismas, se originan en el individuo antes que éste tenga
contactos con los demás. El campo de las relaciones humanas, en el sentido de
Freud, es similar al mercado; es un intercambio de satisfacciones de
necesidades biológicas, en el cual la relación con los otros individuos es un
medio para un fin y nunca un fin en sí mismo.
- En
otras palabras, la sociedad no ejerce solamente una función de represión
—aunque no deja de tenerla—, sino que posee también una función creadora. La naturaleza
del hombre, sus pasiones y angustias son un producto cultural; en realidad el
hombre mismo es la creación más importante y la mayor hazaña de ese incesante
esfuerzo humano cuyo registro llamamos historia.