“Máscaras” es la la cuarta novela del escritor cubano Leonardo Padura, publicada por primera vez en el año de 1997. Y es la tercera novela dentro de la serie de Mario Conde (luego de Pasado Perfecto y Vientos de Cuaresma).
De los primeros libros que leí de Padura, hace ya varios años, ninguno tenía que ver con la serie de Mario Conde (El hombre que amaba a los perros, La novela de mi vida), y me parecieron, especialmente los dos citadas anteriormente, excelentes novelas, con una importante veracidad y rigurosidad histórica, y narrativamente, con un gran manejo de la prosa, la estructura y los tiempos. Finalmente he iniciado la lectura de los libros de la serie de Mario Conde, por el club de lectura al que asisto, donde iniciamos este año con ese objetivo, leer todas las novelas de la serie.
Leímos Pasado Perfecto y Vientos de Cuaremas. Ambos me parecieron libros muy bien escritos, que se camuflan muy bien dentro del género de la novela policíaca, donde cumple todo el formato y contiene todos los ingredientes de este tipo de novela: un investigador, el amigo y colega secundario del investigador, el jefe, un asesinato, una investigación, pruebas, etc. Pero en las novelas policíacas de Padura, se permite hacer una reestructuración de las normas del género. Inicialmente, trasladándolo a su contexto geográfico e histórico, en la Habana, capturando toda la idiosincrasia, el lenguaje, el clima, los olores, los dichos, los colores y los recuerdos de la época, que corresponden y transcurren en la época del periodo especial en Cuba. Pero como siempre ocurre en sus novelas, incluso fuera de la serie Conde, aunque la historia de la novela transcurra en un año específico, siempre se encuentra alternando con otros tiempos, como la Cuba de los 70 (Máscaras), también en otra abarca los 60, y así sucesivamente. Por lo que el tiempo, el pasado y la nostalgia son elementos fundamentales de sus obras.
Por lo tanto, tenemos ya varios de los grandes elementos que hacen que la novela policíaca de Padura se diferencie de las demás: por el contexto, el entorno, la geografía, pero también porque aunque siempre hay un crimen o un asesinato, este nunca es el punto importante de la narración. Siempre está presente, pero los que se llevan mayor parte de la trama son los personajes y la ciudad, la Habana; respiran, reaccionan y están constantemente en estudio y reflexión. Los personajes, con características particulares y especiales (empezando por Mario Conde), son los medios por los que se analizan los aspectos sociales, culturales e históricos; por los que se ahonda en los recuerdos y en el pasado. Y la Habana, inalterable pero siempre en movimiento, en parte por el clima, que es tan importante en esta serie. Por eso, a los cuatro primeros libros de la serie se le llama “Cuatro estaciones en la Habana”.
Mario Conde merece un estudio especial y extenso, pero es mejor irlo descubriendo en las novelas. Un hombre que no le gusta su trabajo, y que soñó con ser un escritor. Pero a través de su trabajo descubre historias, personajes, y vive realidades alternas, como esas que en algún momento, y constantemente tiene presente, le hubiese gustado estar construyendo. Conde, que es un alter ego del mismo Padura, confesado por el mismo autor, es un personaje tan rico, sencillo (como aparentemente son sus novelas) pero a la vez tan complejos y humanos, que en su misma construcción interior elevan el valor del texto y de la historia. Y por último, la crítica social y la posición política, también muy presentes en la novelas, pero de forma muy sutiles, porque en ningún momento se convierten en panfletos (lo que hubiese sido desastroso), sino que son elementos latentes e inherentes dentro de los mismos personajes, y hay que saber leerlos e identificarlos. Porque siempre hay un gran tema tras las novelas de Conde, como puede ser la educación (Vientos de Cuaresma) o la homosexualidad (Máscaras), que son temas muy presentes en las tramas y en los que se realiza un análisis y retrato tan profundo, que no es necesario entrar en discursos innecesarios, ni en entorpecer el ritmo de la trama. Y eso, aunque parezca sencillo al leer las novelas, es de una complejidad tremenda. Cómo hacer confluir todos los elementos, sin pasarse en alguno que opaque otro, sin intervenir en el ritmo y la fluidez narrativa.
Aunque me gustaron Pasado Perfecto y Vientos Cuaresma (anotando que el segundo me pareció mejor que el primero), debo decir que “Máscaras” me ha fascinado y me ha parecido superior a los dos anteriores, en el nivel de sus mejores novelas fuera de la serie Conde. Y es algo interesante, cuando se lee a un autor de forma cronológica, cómo a veces nos sorprendemos de la evolución en cada obra. Y en Padura es muy evidente.
“Máscaras” transcurre en el verano del 89, donde hay muchas lluvias en el transcurrir de la historia. La lluvia, el agua, que simboliza el cambio (la transfiguración), uno de los temas centrales de la novela. Y aquí hago paréntesis para indicar lo importante y simbólico que es para Padura cada elemento dentro de la narración. Pero siguiendo con “Máscaras”, un 6 de agosto, día de la transfirguración de Jesús, aparece el cadáver de un travesti. A Conde se le asigna el caso, y desde el inicio se hace presente el machismo y rechazo de Conde a las personas de esa condición, además de homosexuales, los travestis, “mujeres sin los beneficios de la naturaleza”. “Machista estanilista”, como él mismo se identifica desde el inicio de la novela. Y este va a ser uno de los temas más importantes de la trama. Pero a esta historia se une otro personaje, que precisamente conecta las historias de Conde con el de Alexis Arayán (el muerto), y es Marqués, un hombre de letras, dramaturgo y homosexual desterrado en su propia tierra y condenado al olvido, con una recién levantada importancia dentro de su propio y reducido mundillo.
Entonces tenemos los personajes centrales en esta novela, que son esos tres, más otros secundarios excelentes, y el tema de la homosexualidad y el travestismo. En esta novela, todos esos elementos se unen de forma tan magistral, que simplemente nos queda disfrutar y estremecernos. Hay otros temas centrales, la transfiguración, el cambio, las máscaras. ¿Por qué la necesidad de cambiar de sexo? ¿La necesidad de vestirse como mujer? ¿La necesidad de una máscara? ¿Qué es la identidad? Son varias de las preguntas que se hace Conde e intenta responde en el camino. Por medio de Márquez, personaje memorable (que hasta a Conde atrajo), se nos muestra entre tantas cosas, las duras condiciones de los intelectuales en Cuba, y más si eran homosexuales. También a través de él conocemos más de Alexis, el joven asesinado, hijo de un respetado diplomático; conocemos los ambientes y el bajo mundo de los esigmatizados en Cuba; pero lo más importante, a través de él, somos testigo de un cambio y una transfiguración en el mismo personaje de Mario Conde.
Conde, como ya mencioné, inicia como un machista estanilista, por sus prejuicios, pero conociendo a Marquéz y entrando en su mundo, logra comprenderlo un poco más, y al final termina queriéndolo, apreciándolo y entendiéndolo. Ese proceso de cambio y de asimilación de Conde está tan magistralmente escrito, y se va produciendo a lo largo de la novela, no es algo de unas páginas, es algo que ocurre en toda la novela, lo que me parece que tiene un gran efecto también en el lector. Y Conde no solamente lo entiende al ponerse en sus zapatos, sino porque reconoce a un par, a un igual, a un ser humano de talento, a un escritor y un artista suprimido. Lo que a la vez genera que Conde retome su pasión y escriba un cuento, que se encuentra completo dentro de la novela. Y con esto llegamos a otros temas fundamentales dentro de “Máscaras”: el arte y la creación; que al fin y al cabo, son elementos fundamentales de la humanidad y del ser humano.
Alexis y su asesinato están presentes en toda la trama, son en parte el móvil, pero lo que ocurre alrededor, con Conde, Marquéz, y los otros personaje sque interactúan con ellos, es lo que alimenta, y además ayuda a comprender aún más, no sólo la razón del asesinato, sino al ser humano que murió. Y eso es lo que me parece fascinante de los libros de Padura, esa capacidad de unir historias, relacionar épocas, contrastar y sugerir conclusiones. Además que todo está escrito tan bien, con una prosa poética en sus descripciones, en el encanto del lenguaje coloquial y las siempre presentes referencias artísticas de Padura, que van desde la mención directa de un personaje, a la evocación de una frase o un poema admirado. Por lo que, además de todos los temas que hemos mencionado que trata la novela, en el fondo también es una hoda al arte y a la literatura, como elementos de transformación, creación y misma transfiguración.
Hace rato no sacaba tantas frases o fragmento de un libro, acá pongo algunas porque no puedo poner todas, para que se animen a leerlo. Sin dudas, uno de los grandes escritores contemporáneos.
(Antes dejo enlaces a anteriores reseñas de Padura)
El hombre que amaba a los perros (Reseña A.S.B)
La novela de mi vida (Reseña A.S.B)
"También recuerdo aquel recital de los Rolling Stones, cuando pretendían ser más rebeldes que los Beatles, y pude verlos a doscientos metros de distancia, bajo el cielo frío de la primavera de París, entre los gritos de adoración de aquellas rubiecitas francesas, liberadas, hijas abortadas y madres recién paridas de una revolución que pudo haber sido y no fue, aunque después de aquel mes de mayo el mundo nunca volvió a ser el mismo, porque sí se había hecho la revolución: la revolución de las costumbres y la moral, la revolución permanente del siglo veinte que Liov Davidovic Bronstein, alias León Trostky, jamás imaginó. Lo recuerdo todo, cada día, cada minuto, cada conversación con Jean-Paul Sartre y con su inevitable Simone de Beauvoir, las cenas con George Plimton mientras me entrevistaba para París Review, la búsqueda en la vida, en la cuerda locura y en los papeles de Antonin Artaud para una edición ya comprometida de El teatro y su doble, la nostalgia adquirida por la muerte de un Camus a quien no conocí y al que siempre conocí tanto, el reencuentro, guiado por los ojos y los pasos de Néstor Almendros, de la escenografía real de tanto cine francés, y la persecución, del brazo de mi amigo Cortázar, de la arqueología jazzística de entreguerras, cultivada en bares como grutas benéficas... Lo recuerdo todo porque iba a ser mi último viaje a París, casi que mi último tango, y la memoria se adelantó a la historia —sabia la memoria—, fabricó su autodefensa previsora, y por eso guardó cada instante feliz de aquel último viaje a París como si supiera que iba a ser mi último viaje a París".
(Máscaras, de Leonardo Padura)
"Recuerdo que pensé, entre aquellos travestís adelantados, pioneros esforzados del movimiento, que el hombre puede crear, pintar, inventar o recrear colores y formas de los que dispone desde su exterior, y llevarlos a la tela, que está más allá de su cuerpo, pero que es incapaz e impotente para modificar su propio organismo. Sólo el travestí llega a transformarlo radicalmente y, como la mariposa, puede pintarse a sí mismo, hacer de su cuerpo el soporte de su obra máxima, convertir sus emanaciones sexuales en color, a través de los aturdidores arabescos y los tintes incandescentes de un ornamento físico. Es una autoplástica esencial, aunque esas obras, infinitamente repetidas —siete Doris Day, cuatro Marilyn Monroe, tres Ana Magnani en veinte metros cuadrados— no puedan evitar, en el mejor de los casos, una fría y nostálgica perfección. Lo más inquietante fue comprender que todo eso era la consumación del teatro consciente que se ha soñado desde los días de Pericles: la máscara hecha personaje, el personaje tallado sobre el físico y el alma del actor, la vida como representación visceral de lo soñado... Aquello era como una iluminación que hubiera estado esperándome desde siempre, agazapada en ese sucio rincón de París, y en unos minutos ya tuve planeada y montada en mi mente la solución que andaba buscando para mi versión de Electra Garrigó... Lo que jamás pude imaginar fue que aquella idea genial iba a ser el principio de mi último acto como director teatral. El fin como principio sin medios..."
(Máscaras, de Leonardo Padura)
"Lástima de lugar, ¿verdad?... Pero fíjese que todavía tiene algo mágico, como un espíritu poético invencible, ¿no? Mire, aunque las ruinas circundantes sean cada vez más extensas y la mugre pretenda tragárselo todo, todavía esta ciudad tiene alma, señor Conde, y no son muchas las ciudades del mundo que pueden vanagloriarse de tener el alma así, a flor de piel... Dice mi amigo el poeta Eligió Riego, que por eso aquí crece tanta poesía, aunque digo yo que éste es un país que no se la merece: es demasiado leve y amante del sol...
El Conde asintió, sin responder. Quería evadir aquel rumbo metafísico de la conversación y trasladarlo a niveles de realidad concreta".
(Máscaras, de Leonardo Padura)
"Mire bien, ¿qué ve?
—Bueno..., libros.
—Libros, sí, pero usted que es un escritor debe saber que está viendo algo más: está asomándose a lo eterno, a lo imborrable, a lo magnífico, a algo contra lo que nadie puede, ni siquiera el olvido. Mire, ese que está allí es la edición de El paraíso perdido que me robé... Como usted sabe, su autor es el poeta Milton y las ilustraciones son de Gustavo Doré. Ahora le voy a preguntar algo: ¿quién podría saber cómo se llamó aquel vecino de Milton, un hombre riquísimo, muy temido en su tiempo, que quizás algún día lo acusó de cualquier barbaridad? ¿Usted no lo sabe? Claro: nadie lo sabe ni nadie debería saberlo, pero todo el mundo recuerda quién fue el poeta. ¿Y Dante, fue güelfo o gibelino? Tampoco lo sabe, ¿verdad?, pero sí sabe que escribió La Divina Comedia y que su fama es superior a la de todos los políticos de su tiempo. Pues eso es lo invencible..."
(Máscaras, de Leonardo Padura)
Alejandro Salgado Baldovino (A.S.B)