Segunda
novela publicada por el reconocido escritor francés Marie-Henri Beyle, conocido
como Stendhal en el año de 1830. La hemos leído recientemente en el Ciclo de
Literatura Francesa Clásica y Contemporánea del Club de Lectura de Ábaco. Aunque
ya había visto una adaptación de la obra hecha para la televisión de finales de
los 90, no había leído el libro. Leerlo por primera vez fue toda una experiencia
turbadora, apasionante, asfixiante y fascinante.
Desde que
empecé a leer sus primeras páginas, no pude soltarlo, y si lo hacía sentía una
inquietante angustia hasta que tuviese que retomarlo nuevamente y seguir la
historia de Julián Sorel. Al leer el primer párrafo incluso, ya tenía la
sensación de estar leyendo algo de otro nivel, sin dudas un aura que cubre a
todos aquellos que llamamos clásicos sin fecha de vencimiento. Llegando incluso
a volver a leer más de una vez un mismo capítulo, porque sentía que se me
escapaba algo dentro de la densidad y complejidad de la historia... o
simplemente porque eran tan sesudas las descripciones que tenía que volver a
leerlas por simple devoción.
La
obra, como se dice en muchas ocasiones, es una obra de su tiempo sin dudas…
pero eso no quiere decir que sea antigua y que su argumento haya perdido
contemporaneidad, sino que su atmosfera y el trasfondo histórico de la historia
correspondía al de la época. Que preciso era la época de la restauración, luego
de la caída y expulsión de Napoleón Bonaparte de Francia, con la retoma del
poder de la monarquía y por ende de la iglesia… eso sí, con algunas grietas
dentro del imaginario colectivo, especialmente de los jóvenes. Jóvenes como
Julián Sorel, un chico entre los 18 y 19 años, nacido en una familia humilde y
trabajadora de baja cuna. A pesar de sus orígenes, Julián es muy culto, le
encanta leer, lo que despierta el rechazo de su padre, que junto con su apatía
por los trabajos pesados, lo catalogaban como “cría” débil y no útil en el
mundo. Además de eso, Julián es un ferviente admirador de la figura de Napoleón;
una secreta pasión que como muchas otras tendrá que esconder el joven Sorel
debido a la época en que vivía. Consciente de esto, Julián decide aprender el
latín, la biblia y el nuevo testamento de memoria, junto con otros documentos
sacros, lo que le garantizaría una posición de importancia y privilegiada
dentro de la sociedad que habitaba. Esta es una de las diversas decisiones que
toma Julián, quien además de ser el gran protagonista, es al mismo tiempo un símbolo,
no sólo de la novela sino de la época… ambición, hipocresía, sufrimiento,
pasión, amor, entre muchos otros son los símbolos que representa Julián, como a
la misma Francia de la restauración, y al mismo tiempo al de toda una
generación que ya no aprueba las condiciones políticas y regentes a través del
poder de la monarquía y la iglesia.
La
historia de Julián Sorel, y todo lo que representa su nombre, es dividida en
tres partes, aunque en realidad el libro se divida en dos, pero personalmente
yo veo tres grandes partes. La primera, que cuenta con una introducción muy
importante, nos muestra la cuna de Julián, los maltratos, ofensas y desprecios
de su padre, algunas de las causas de su resentimiento y en general detalles
que nos ayuda a entender un poco su personalidad y sus actuaciones. En esa
primera parte, vemos la estrategia de Julián se seleccionar el camino
religioso, para sobresalir en sus conocimientos adquiridos, poder leer con
tranquilidad, libros prohibidos y de Napoleón, y de ser visible en la sociedad
reinante, lo que lo llevará a la casa de los Renal, donde irá a enseñar latín a
los hijos del alcalde y su esposa, Madame Renal. A partir de ese momento toma
importancia el tema del amor y la pasión, que podrían parecer un tema trillado
de novelas románticas, pero que Stendhal dota del componente psicológico, no
sólo desde el punto de vista de Julián sino de Madame Renal, lo que sin dudas
da un componente fascinante a esta relación, que parece una composición y un
reflejo muy realista y muy humano, con lo que sin dudas muchos lectores nos
sentiremos muy reflejados y relacionados en distintos aspectos, sin importan el
tiempo, rol o época. En la segunda parte, Julián por distintas razones se va al
seminario, donde vive y convive un breve intervalo con esa otra institución que
aborrece en secreto, pero que le permite encontrar un buen aliado… o amigo. Y
la tercera parte, cuando sale del seminario a una nueva casa, la de la familia
La Mole, donde vivirá nuevas aventuras, donde los elementos de su simbología
personal se mantendrán a flote, con un pequeño cambio en las reglas y roles del
amor y la pasión.
En términos
generales, la obra, además de su historia, posee unas descripciones increíbles,
tanto en el la geografía, la atmosfera, la época, pero principalmente en las psicológicas,
de la que somos testigo de primera mano cuando aparece en escena Julián Sorel,
que sin dudas es uno de los mejores personajes creados en la literatura
universal. Sentimos que lo conocemos desde el inicio, y aún así sufrimos, los
juzgamos y nos alegramos con sus distintas aventuras. Al mismo tiempo que los
demás personajes que aparecen en el transcurso de la obra, tan cuidados y bien
descritos, que todos dejan una pequeña huella. La descripción y el manejo de
todos estos personajes es posible gracias a la omnipotente y omnipresente
tercera personaje que Stendhal utiliza en la narración, que pienso que es un
narrador que sabe mucho más que el narrador en tercera persona común… Pero esta
sensación es entendible gracias a la precisa y minuciosa descripción psicológica.
Si Stendhal es gran precursor del realismo, sin dudas también lo es de la
novela psicológica, y sin dudas grandes escritores como León Tolstói y Fiódor
Dostoyevski, los grandes novelistas rusos, entre otros, porque se hace evidente
la precisión en las descripciones de la psiquis del ser humano. El narrador omnipresente
incluso, tiene tanta autonomía en el relato, que en algún momento advierte al
lector que decide adelantar y omitir algunos acontecimientos de la historia,
por no parecerle relevantes o emocionantes para el lector, jeje.
En síntesis,
sin dudas me parece una obra maestra de la literatura universal, creo que si
hay alguna de las palabras que me permiten describir la sensación al leer la
novela, escogería: “Intensidad”. Y vaya que si es una de las mejores
sensaciones que se le puede pedir a cualquier obra de arte, porque la
intensidad implica turbación y removimiento. Y el Rojo y Negro de su título,
sin importar cuál sea el significado, creo que pueden ser varios al tiempo,
relacionados con el traje de los sacerdotes, el rojo de los militares, el negro
del sufrimiento y el rojo del amor o la pasión… Todas esas teorías son
absolutamente válidas, ya que a pesar de ser una novela de su tiempo y su
época, desde el momento que fue publicada se volvió inmortal y universal.
9.5/10
A
continuación comparto algunos de los fragmentos, pero en realidad si tuviera
que resaltar todos los que me gustaron, me tocaría transcribir casi toda la
obra:
(Sobre
Julián Sorel)
(…)
Tenía las mejillas enrojecidas y los ojos bajos. Era un chico joven, de
dieciocho a diecinueve años, de apariencia débil, con unas facciones
irregulares pero delicadas, y una nariz aguileña. Sus grandes ojos negros que,
en los momentos tranquilos, denunciaban reflexión y ardor, en aquel instante
reflejaban un odio profundo. El pelo castaño le salía desde muy abajo de la
frente, lo que, en los momentos de cólera, le daba un aspecto malévolo. De
entre las innumerables variedades de fisonomías humanas, quizás no haya ninguna
tan lejos de la vulgaridad como ésta. Su figura esbelta y bien formada denunciaba
más agilidad que vigor. Desde su primera juventud, su aspecto extremadamente
pensativo y su gran palidez habían dado al padre la impresión de que no viviría
mucho y que, si lo hacía, sería una carga para su familia. Despreciado de
todos, en su casa, odiaba a su padre y a sus hermanos. En los juegos que se
celebraban en la plaza pública los domingos, siempre perdía. (…)
"Una
vez entrado en la casa, Julián sintió la poderosa mano de su padre en el
hombro; tembló, esperando algunos golpes.
Respóndeme
sin mentir -le gritó en los oídos la voz dura del viejo campesino, mientras con
una mano le hacía dar vueltas igual que hace un niño con un soldadito de plomo.
Los grandes ojos negros y llenos de lágrimas se encontraron frente a frente con
los pequeños y malvados ojos grises del viejo carpintero, que pretendía leer
hasta lo más profundo de su alma" (Rojo y Negro, Stendhal)
"Julián,
sorprendido de que no le pegaran, se dispuso a salir. Apenas se vio fuera del
alcance de su terrible padre, aminoró el paso. Su hipocresía le dictó que lo
mejor sería hacer primero una visita a la iglesia.
¿La
palabra hipocresía les sorprende? Antes de llegar a convertirse en un
hipócrita, Julián había tenido que recorrer mucho camino". (Rojo y Negro,
Stendhal)
“Algunos
jóvenes seminaristas tenían mejor color que Julián y podían pasar por ser más
apuestos, pero éste tenía las manos blancas y no conseguía disimular ciertas
costumbres de escrupulosa limpieza. Aquella cualidad no era una en la triste
casa donde lo había arrojado la suerte. Los sucios campesinos entre los que
vivía manifestaron que sus costumbres eran muy relajadas. En fin, tenemos miedo
de cansar al lector con el relato de los mil infortunios de nuestro héroe. Por
ejemplo, los más vigorosos de sus compañeros quisieron tomar por costumbre
pegarle: se vio obligado a armarse de un compás de hierro, dando a entender con
señas que pensaba utilizarlo. Las señas no pueden figurar, en el informe de un
espía, con la misma facilidad que las palabras”.
“Los
sonidos tan graves de aquella campana no hubieran debido despertar en Julián
más que la idea del trabajo de veinte hombres pagados a cincuenta céntimos cada
uno y ayudados quizás por quince o veinte fieles. Hubiera podido pensar en el
desgaste de las cuerdas, en el del maderaje, en el peligro de la misma campana,
que se cae cada dos siglos, y reflexionar en la manera de reducir el salario de los que tocaban, o de pagarles
con alguna indulgencia o bula extraída de los tesoros de la iglesia, que no le
vaciarían la bolsa.
En vez
de estas juiciosas reflexiones, el alma de Julián, exaltada al oír aquellos
sonidos tan viriles y tan graves, erraba por los espacios imaginarios. Nunca
será ni un buen sacerdote, ni un buen administrador. Las almas que así se
conmueven son buenas todo lo más para producir un artista”.
“La
palabra fue dada al hombre para ocultar su pensamiento” (R. R. Malagrida)
(Los epígrafes
al inicio de cada capítulo son excelentes y curiosos, ya que según los inventó
el mismo Stendhal. Los personajes a quienes se atribuyen si son reales, pero
las frases, según son lo que Stendhal imaginó que cada una de esas personas hubiese
dicho)
“Julián
se entregaba tanto más a la dulce cercanía de su amiga cuando que, en el
momento en que se quedaba solo mucho tiempo, la fatal proposición de Fouqué le
venía de nuevo a la memoria para desazonarlo. En los primeros días de aquella
nueva vida, hubo momentos en que, él que nunca había amado a nadie, ni tampoco
había sido amado, encontraba un delicioso placer en ser sincero”.
“La
señora de Renal se apoyó en su brazo, con tanto abandono que su mejilla sintió
el calor de la de Julián. La noche que pasaron aquellos dos seres fue muy
diferente. La señora de Renal estaba exaltada por los arrebatos de la
voluptuosidad moral más elevada. Una chica joven y coqueta que ama a temprana edad, se acostumbra a la turbación
que da el amor. Cuando llega a la edad de la verdadera pasión, le falta el
encanto de la novedad. Como la señora Renal nunca leía novelas, todos los
matices de su felicidad eran algo nuevo para ella. Ninguna triste verdad venía
a helar su alma, ni siquiera el espectro del porvenir”.