"(...) Lo más horroroso es que la belleza no sólo es aterradora, sino también misteriosa. Dios y el Diablo luchan en ella, y su campo de batalla es el corazón del hombre. Pero el corazón del hombre sólo de su dolor quiere hablar. Escuchad, que os contaré lo que dice..."
Dostoievski (Los Hermanos Karamazov)
Fragmento en la introducción de "Confesiones de una máscara" de Yukio Mishima.
Hace pocos días publiqué mi reseña sobre “El Rumor del Oleaje” de Yukio Mishima, porque en el Club de Lectura al que asisto hemos estado en un ciclo de literatura japonesa, y particularmente en las últimas semanas en el análisis de la obra de Yukio Mishima. Y especialmente “El rumor del oleaje”, porque me interesaba hacer una comparación con la siguiente obra: “Confesiones de una máscara”.
El Rumor del Oleaje fue publicada en el año de 1954, a los 29 años de edad de Mishima, y cinco años después de su gran novela con tintes autobiográficos: Confesiones de una máscara (1949), que publicó a los 24 años. Mishima es uno de mis escritores japoneses favoritos, dentro del amplio número de escritores nipones que me gustan. Y si, fue un prodigio en la escritura, que desde muy temprano escribió grandes obras maestras. Tuvo una corta pero agitada vida. En los 45 años que vivió, podemos decir que vivió muchísimo, desde sus estudios de derecho en la Universidad de Tokio, pasando por su posterior trabajo como ejecutivo en el Ministerio de Finanzas, y por supuesto su época creativa, cuando abandona todo y decide seguir su pasión por las letras, junto con su activismo y militancia política, su culto al cuerpo y su afición a los viajes.
Debió resultar pedante, cuando un joven de 23 años fue donde un editor para presentar su primera autobiografía. Pero eso hizo Mishima. Como su nombre lo dice, “Confesiones de una máscara”, es una confesión, una larga misiva, un relato confesional y testimonial en primera persona, donde el protagonista comparte y hace un muy agudo y complejo análisis de sí mismo. Desde la descripción de su familia, sus padres, su abuela, su infancia, adolescencia y juventud, hasta donde ese momento llegaba su vida. En ese viaje interior, narra y tiene vital importancia, su temprano descubrimiento e interés por el cuerpo masculino, sus despertar sexual, su confusión, pero a la vez una claridad sobre el papel que debía desempeñar en la sociedad para no ser señalado o desvalorado… la construcción de su máscara y una identidad ajena, mientras secretamente iba descubriendo su propia esencia.
En el inicio, retrata a su familia, y de forma muy hábil, como lo hace en todo el libro, mientras Mishima describe y ahonda en la narración, parece que estuviese descubriendo, y con complicidad del lector, descubriendo conjuntamente su universo interior. En esa primera parte de su vida se hace evidente un rasgo particular para entender un poco su personalidad, y su afinidad, no sólo al sexo masculino, sino a la unión del amor y del placer con el dolor, el sufrimiento, la sangre, la autoflagelación y la muerte. De niño presenció los maltratos de su abuela a su madre, y a la vez, como su amada abuela, y madre sustituta, se deterioraba físicamente en un cuarto lleno de amargura, putrefacción y miseria.
Al mismo tiempo, Mishima empieza a dar esbozos de cómo a través de la lectura empezó a descubrirse a sí mismo. Su fijación por los cuentos infantiles con los que aprendió a leer, y con la figura del caballero sobre el corcel con la espada en alto, que para él representaba un impulso y una fascinación que quizás en ese momento desconocía. En un episodio en las primeras páginas, relata cuando hojeando unos libros de arte que había traído su padre de uno de sus viajes, observó fijamente unos fotograbados de esculturas griegas. En una de ellas vio la reproducción de “San Sebastián” de Guido Reni (foto arriba). Una imagen que le impactó e impresionó tan profundamente, que generó su primera eyaculación, que Mishima describe con verdadera maestría en su novela. La eyaculación que posteriormente le llevaría a descubrir la masturbación, que él mismo describe como su “vicio”, nuevamente un acto de placer pero que a la vez describe como grotesco, sin quitarle sus respectivos méritos. Aquí entramos a analizar una parte interesante para comprender a Mishima, y es su espíritu conservador, que va unido a su posterior ideología nacionalista, con la preservación de las tradiciones de los valores, pero más adelante mencionaré algo sobre el tema. La imagen de “San Sebastián”, un santo exhibiendo su cuerpo, que a la vez muestra su abdomen atravesado por una flecha, fue para Mishima una imagen que reunía todos los elementos que le ayudaron a descubrir su placer y pasiones más ocultas… nuevamente con la atracción del cuerpo, unida al dolor. Precisamente, años después, cuando Mishima, quien fue un joven muy delgado, decidió someterse a un duro entrenamiento para formar y esculpir un cuerpo como el de las imágenes griegas que tanto le fascinaban, y que también descubrió en uno de sus viajes a Grecia. Hizo mucho ejercicio, practicó el kendo, el arte marcial moderno japonés de la esgrima, y adquirió unos hábitos muy sanos. Estando en ese estado, Mishima se practicó una serie de fotos donde en una posaba precisamente con la obra de “San Sebastián”, que tanto le impactó de pequeño, con una señal en el pecho, en el lugar que años después se practicaría el harakiri.
Por lo que, en la primera parte de la novela somos testigo no sólo de una confesión, sino de un increíble análisis, que a la vez le sirve al lector para analizarse a sí mismo en distintos aspectos. En uno de los fragmentos de la primera parte dice:
“Estudié minuciosamente un gran número de novelas, con el fin de averiguar cómo veían la vida los chicos de mi edad, y qué era lo que se decían a sí mismos”.
Mishima dedica varias páginas a describir lo diferente que se sentía a los otros chicos de su edad. Y no sabía cómo actuar en muchos momentos, se sentía impotente. Por lo que menciona uno de los fragmentos más sabios:
"Cuando un muchacho de catorce o quince años descubre que es más dado a la introspección y a la conciencia de sí mismo que la mayoría de chicos de su misma edad, incurre, fácilmente en el error de creer que ello se debe a que ha alcanzado una madurez superior a la de sus compañeros. Ciertamente cometí ese error. En realidad, aquella tendencia a la introspección se debía, en mi caso, a que yo tenía mayor necesidad que los demás de comprenderme a mí mismo. Ellos podían comportarse de acuerdo con su natural manera de ser, en tanto que yo debía interpretar un papel, lo cual exigía notable comprensión y estudio de mí mismo. En consecuencia, no se debía a madurez, sino a mi sensación de incertidumbre, de incomodidad, que era la que me obligaba a tener pleno conocimiento de mí. Esa conciencia era un puente que me llevaba a la aberración, y, entonces mi manera de pensar tenía que limitarse a la incertidumbre, a la formulación de hipótesis".
Mishima es consciente de su diferencia, pero a la vez es lo suficientemente lúcido para analizar el entorno, y especialmente a sí mismo para llegar a comprender el mundo. Características notables, que claramente le ayudaron a escribir una novela tan compleja y profunda siendo tan joven.
En ese tiempo, el joven Mishima también se enamora por primera vez y descubre el amor. Inicialmente con un joven compañero, y luego con amigas, e incluso la conductora del autobús escolar, es una sucesión de experimentaciones, de dudas, pero al final una sucesión de emociones en busca de la propia identidad. En una parte, describiendo lo que sentía por su amigo Omi, dice:
“Lo menos que puedo decir es que, mientras me encontraba en la escuela, principalmente durante una clase aburrida, no podía apartar la vista del perfil de Omi. ¿Qué más podía hacer cuando ignoraba que amar es buscar y ser buscado al mismo tiempo? Para mí, el amor sólo era un diálogo de acertijos sin solución. Y en lo tocante al espíritu de mi adoración, jamás imaginé que fuese algo que exigiera respuesta”.
También resulta perturbador uno de sus sueños, donde experimenta el placer con la muerte, y el suicidio. Un acto que rondaría durante toda su vida, hasta alcanzarlo finalmente.
Mishima cuenta su experiencia, pero a la vez hace un escrito universal, porque como siempre he pensado y dicho, para describir y conocer el mundo exterior, al mundo, al universo, y a las personas, solo necesitamos hacer un agudo estudio a uno mismo. Y como lo demuestra el mismo caso de Mishima, algunas personas tienen la virtud de acceder desde muy temprano a tales revelaciones, que no siempre son positivas y esperanzadoras.
Tan joven logró describir a la perfección y con rigor psicológico y literario, que aún hoy en día se analiza, y ha servido de material para psicólogos y estudioso de la naturaleza humana. De hecho, el prólogo de la edición de mi libro, lo escribe Juan Antonio Vallejo Najera, un reconocido psiquiatra y escritor español. Su prólogo es muy bueno, si pueden conseguirlo.
Al leer las “Confesiones de una máscara”, para mi fui inevitable hacer una relación con la también bella larga misiva que escribió la gran Marguerite Yourcenar, “Alexis y el tratado del inútil combate”. No tengo idea, y no he leído por ninguna parte si Mishima leyó a Yourcenar, quien escribió el Alexis en 1929, y Mishima publicaría las Confesiones 20 años después en 1949. Lo que sí sé, es que Yourcenar si leyó a Mishima. Y por esto, en el año de 1989, Yourcenar publicó el ensayo: “Mishima o la visión del vacío”, un excelente y lúcido estudio sobre la vida y obra del escritor nipón, que recomiendo ampliamente.
En la segunda parte de Confesiones de una máscara, aunque sigue su confesión y análisis interno, hay un nuevo panorama. Ya Mishima tiene establecida su máscara, entonces decide empezar a experimentar con acercamiento con jóvenes mujeres. Entonces inicia su historia con Sonoko, hermana de uno de sus amigos. Y cuenta su propia confusión, como a veces siente que está enamorado, pero no lo suficiente, y como en su interior lo que le sigue despertando sus pasiones son las imágenes masculinas. Según, para los japoneses la ambigüedad es una virtud. Y Mishima era el rostro de la ambigüedad, además de un ser contradictorio, no sólo en su vida interior, sino en su obra.
Como menciono en el análisis de la obra “El rumor del oleaje”, que escribiera cinco años después de las Confesiones, Mishima hizo una bella novela, pero a la vez añadió a su portafolio una historia única y especial en toda su obra, porque es muy normal y tradicional. Y como ya he mencionado, fue una especie de obra propagandística en el momento en que Japón estaba presentando síntomas de su inminente occidentalización, luego del fin de la guerra y la ocupación estadounidense en Japón. Por lo que esa novela fue una especie de manifiesto para abogar por la recuperación de las tradiciones japonesas, de los valores y tradiciones del pasado, que para un conservador nacionalista como él eran muy importante. Pero aparte de la naturaleza o motivación de esa novela, logró hacer una novela memorable que brilla con luz propia. Y es que su genio era tan grande, que sobrepasaba sus terrenales convicciones. La universalidad le superaba, y sin querer o sin saberlo siempre fue un autor universal. Y demostró que podía fingir la normalidad, la máscara eterna.
Pero esta contradicción en su obra y su ideología y visión política, también se une a su contradicción sexual, que tan bien queda plasmada en su obra. Pero a pesar de esta confesión tan magistral, real y profunda, Mishima, quizás por sus propias convicciones morales y tradicionales, se casó con una mujer y tuvo dos hijos. Quizás también su manifiesto fue por descubrir su identidad como bisexual, pero al parecer nunca exploró un acercamiento físico con alguien de su mismo sexo, quizás por la relación que él mismo había hecho desde su infancia, de esa pasión secreta con el dolor, el sufrimiento y la muerte. Creo que nunca sabremos a profundidad la dimensión interior de Mishima, pero nos dejó muchas pistas en su obra. Traigo esa a colación, porque es una de las tantas cartas que intercambió durante muchos años con su amigo y maestro, Yasunari Kawabata, quien celebró y alabó sus “Confesiones de una máscara”, Mishima le responde en una de las cartas, que todo lo que tenía que decir sobre la homosexualidad ya lo había dicho en su novela, por lo que no seguiría hablando ni explorando el tema en sus novelas y obras posteriores.
Aunque quizás, Mishima también alcanzó un alto conocimiento de su condición, y no necesitaba una etiqueta especial. Porque él mismo confiesa en la novela que leyó las teorías de Magnus Hirschfeld, el reconocido médico y sexólogo judío alemán que desarrolló la teoría del tercer sexo, además de leer biografías de grandes personajes que experimentaron sus mismas emociones e inclinaciones como Miguel Angel, entre otros.
Pero siguiendo con la segunda parte de la novela, donde desarrolla su historia con Sonoko, también nos cuenta episodios donde unos amigos dudan de su sexualidad y lo llevan a un prostíbulo, también en el trasfondo histórico se menciona la guerra y posterior ocupación de USA en Japón, episodio que lo marcó tan profundamente. En la novela él le toca ir a prestar al servicio, y en esas idas y venidas, cuando besa por primera vez a Sonoko, decide comprometerse con ella. Al darse cuenta de la magnitud de esa decisión, confía en la crueldad de la guerra para nunca regresar a cumplir con el compromiso adquirido. Pero eso nunca sucede, y la guerra termina, y él se ven enfrentado a volver a lo que él mismo llama “la vida cotidiana” donde tendrá que cumplir con su promesa, que afortunadamente gracias a su amigo, y hermano de Sonoko logra cancelar, por no sentirse preparado.
El final de las Confesiones, es excelente y muy claro, y el virtuosismo de Mishima se extiende en toda la novela, alcanza una gran cumbre en la descripción final. Cuando se encuentra a Sonoko, ya casada con otro hombre, pero deciden seguirse encontrando clandestinamente, hasta un día la lleva a una especie de discoteca o club nocturno, y el protagonista queda extasiado y totalmente petrificado al ver a un joven bailar sensualmente sin camisa. Olvida a Sonoko, olvida sus esfuerzos, olvida su máscara. Pero la descripción del último párrafo resulta curiosamente premonitoria y totalmente coherente con su propia visión, su propia vida, y sus mismos oscuros deseos.
En fin, es una novela magistral, y es un escritor extraordinaria, que a pesar de sus contradicciones y enfrentamientos internos, nunca careció de talento y de genio artístico, que elevan toda su obra a una de las más grandes de la literatura, no sólo japonesa, sino universal.
Psdta: Aunque el episodio del Nobel entre Mishima y su maestro Kawabata es un tema aparte. Y si afectó un poco la relación de ambos. Mishima logró en poco tiempo superar a su maestro, y ambos eran considerados en su momento de los más grandes escritores vivos. Y el Premio Nobel tenía el nombre de ambos en sus nominados. Finalmente fue Kawabata el que lo logró en el año de 1968. Y una de las cosas que dijo Kawabata fue, que como se lo habían dado existiendo Mishima. Mishima se suicidó dos años después en el años de 1970, y Kawabata le seguiría, suicidándose dos años más tarde en 1972. Hay un libro que recoge la correspondencia entre ambos escritores. Tampoco tiene perdida. Y se los recomiendo mucho.
Calificación:
10/10
Alejandro Salgado Baldovino (A.S.B)