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LADY CAROLINE: En mi juventud, miss Worsley, nunca había nadie en sociedad que tuviese que trabajar para vivir. No estaba bien visto.
HESTER.––En América, ésa es la gente que respetamos más.
LADY CAROLINE.––No me cabe duda.
FESTER.––¡Míster Arbuthnot tiene un bello carácter! Es tan simple y tan sincero. Tiene uno de los me-jores caracteres que he conocido. Es un privilegio conocerlo.
LADY CAROLINE.––No es costumbre en Inglaterra, miss Worsley, que una mujer joven hable con tan-to entusiasmo de una persona del sexo contrario. Las mujeres inglesas ocultan sus sentimientos hasta después de casadas. Entonces los muestran.
FESTER.––¿No conciben en Inglaterra la amistad entre un hombre y una mujer jóvenes? (Entra lady Hunstanton, seguida de un criado que trae chales y un almohadón.)
LADY CAROLINE.––Pensamos que es poco aconsejable. Jane, precisamente estábamos hablando de la bella reunión a la que nos ha invitado. Tienes un maravilloso don para elegir.
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GERALD.––(A Hester) No me ha felicitado usted todavía, miss Worsley.
HESTER.––¿Está usted contento?
GERALD.––Naturalmente que sí. Esto significa todo para mí... Cosas en las que antes ni podía soñar, ahora tengo la esperanza de alcanzarlas.
HESTER.––Todo debería estar al alcance de la esperanza. La vida es una esperanza.
LADY HUNSTANTON.––Creo, Caroline, que a Lord llbngworth le gusta la diplomacia. He oído que le ofrecieron Viena. Pero puede no ser cierto.
LADY CAROLINE.––No creo que Inglaterra deba estar representada en el extranjero por hombres solteros, Jane. Puede acarrear complicaciones.
LADY HUNSTANTON.––Eres demasiado nerviosa, Caroline. Además, Lord Ilhngworth puede casarse cualquier día. Yo tenía la esperanza de que se casaría con lady Kelso. Pero creo que él dijo que tenía una familia demasiado grande. ¿O eran los pies? Lo he olvidado. Lo sentí mucho. Ella estaba hecha para ser la esposa de un embajador.
LADY CAROLINE.––Ciertamente tenía una maravillosa facultad para recordar los nombres de la gente y olvidar sus rostros.
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LADY CAROLINE.––Parece que las mujeres jóvenes de hoy día tienen como único objeto en sus vidas jugar con fuego.
MISTRESS ALLONBY.––La ventaja de jugar con fuego, lady Caroline, es que no nos quemamos. Sólo se quema la gente que no sabe jugar con él.
LADY STUTFIELD.––Sí; ya lo sé. Es muy útil.
LADY HÜNSTANTON.––No sé lo que haría el mundo si tuviera una teoría como ésa, querida mistress Allomby.
LADY STUTRELD. ¡Ah! El mundo está hecho para los hombres, no para las mujeres.
MISTRESS ALLONBY. ¡Oh, no diga eso, lady Stutfield! Nosotras estamos mucho mejor que ellos. Hay más cosas prohibidas para nosotras que para ellos.
LADY STUTFIELD.––Sí; eso es cierto, completamente cierto. No lo había pensado. (Entra sír John y mister Kelvil.)
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LADY STUTFIELD.––¿Y qué ha estado usted escribiendo esta mañana, míster Kelvil?
KELVIL.––He escrito sobre el tema de costumbre, lady Stutfield: sobre la pureza.
LADY STUTFIELD.––Ése debe de ser un tema muy interesante para escribir sobre él.
KELVIL.––Hoy día es un tema de importancia mundial, lady Stutfield. Me propongo enviar a mis electo-res un escrito sobre el asunto antes que se reúna el Parlamento. Creo que las clases más pobres de este país demuestran un gran deseo de poseer una ética muy elevada.
LADY STUTFIELD.––Eso es una buena cosa.
LADY CAROLINE.––¿Le parece a usted bien que las mujeres tomen parte en la política, míster Kettle?
SIR JOHN.––Kelvil, amor mío, Kelvil.
KELVIL.––La creciente influencia de las mujeres es algo alentador en nuestra vida política, lady Caroline. Las mujeres siempre están del lado de la moral, tanto pública como privada.
LADY STUTFIELD.––Es muy agradable oírle decir eso.
LADY HUNSTANTON.––¡Ah, sí! Las cualidades morales de la mujer... Ésa es una cosa importante. Temo, Caroline, que el querido Lord Illingworth no valora adecuadamente las cualidades morales de las mujeres. (Entra Lord Blíngworth.)
LADY STUTFIELD.––La gente dice que Lord Illingworth es muy malo, muy malo.
LORD ILLINGWORTH.––Pero ¿qué gente dice eso, lady Stutfield? Debe de ser la del futuro. Este mundo y yo estamos en excelentes relaciones. (Se sienta junto a mistress Allonby.)
LADY STUTFIELD.––Yo sé que todos dicen que es usted malo.
LORD ILLINGWORTH.––Es enormemente monstruosa la costumbre que tiene la gente hoy día de decir cosas contra los demás, a espaldas suyas, que son absoluta y enteramente ciertas.
LADY HUNSTANTON.––El querido Lord Illingworth es un caso perdido, lady Stutfield. He intentado reformarla, pero al fin he renunciado. Habría que formar una compañía pública con un consejo de directo-res y un secretario. Pero usted ya tiene secretario, ¿verdad, Lord Illingworth? Gerald Arbuthnot nos ha hablado de su buena suerte; realmente es usted muy bueno.
LORD ILLINGWORTH.––¡Oh! No diga eso, lady Hunstanton. Bondad es una palabra horrible. Me agradó mucho el joven Arbuthnot cuando lo conocí, y me será considerablemente útil para algo que soy lo bastante loco para pensar en hacer.
LADY HUNSTANTON.––Es un joven admirable. Y su madre es una de mis más queridas amigas. Pre-cisamente él acaba de ir a dar un paseo con nuestra bella americana. Es muy bonita, ¿verdad?
LADY CAROLINE.––Demasiado bonita. Estas muchachas americanas se llevan los mejores partidos. ¿Por qué no pueden quedarse en su país? Siempre se nos dice que aquello es el paraíso de las mujeres.
LORD ILLINGWORTH.––Lo es, lady Caroline.Y por eso, como Eva, todas están ansiosas por salir de él.
LADY CAROLINE.––¿Quiénes son los padres de miss Worsley?
LORD ILLINGWORTH.––Las mujeres americanas son lo bastante inteligentes para ocultar a sus padres.
LADY HUNSTANTON.––Mi querido Lord IIlingworth, ¿qué quiere usted decir? Lady Worsley es huérfana, Caroline. Su padre fue un gran millonario o un filántropo, o ambas cosas, según creo, que recibió a mi hijo muy hospitalariamente cuando visitó Boston. No sé cómo hizo su dinero.
KELVIL.––Supongo que a base de las mercancías americanas.
LADY HUNSTANTON.––¿Cuáles son las mercancías americanas?
LORD ILLINGWORTH.––Las novelas americanas.
LADY HUNSTANTON.––¡Qué singular!... Bueno, provenga de donde provenga su gran fortuna, yo tengo en gran estima a miss Worsley. Viste extremadamente bien. Compra sus vestidos en París.
MISTRESS ALLONBY.––Se dice, lady Hunstanton, que cuando los americanos buenos mueren, van a París. LADY HUNSTANTON.––¿De veras? Y los americanos malos, cuando mueren, ¿adónde van?
LORD ILLINGWORTH.––¡Oh! Van a América.
KELVIL.––Temo que usted no aprecia a América, Lord Ilhngworth. Es un gran país, especialmente considerando su juventud.
LORD ILLINGWORTH.––La juventud de América es su más vieja tradición. Ahora tiene unos trescientos años. Al oírlos hablar, podría pensarse que están en su primera infancia. En cuanto a civilización, ellos están en la segunda.
KELVIL.––Indudablemente hay mucha corrupción en la política americana. ¿Supongo que alude usted a eso?
LORD ILLINGWORTH.––Me lo pregunto.
LADY HUNSTANTON.––Me han dicho que la política es algo muy triste en todas partes. Ciertamente en Inglaterra lo es. El querido míster Cardew está arruinando al país. Me pregunto por qué mistress Cardew se lo permite. Estoy segura, Lord Illingworth, de que usted no está de acuerdo con que a la gente inculta se le permita votar.
LORD ILLINGWORTH.––Creo que es la única gente que debería hacerlo.
KELVIL.––¿No es usted de ningún partido político, Lord Illingworth?
LORD ILLINGWORTH.––No debemos ser de ningún partido en nada, míster Kelvil. Decidirse a tomar partido es empezar a ser sincero, e inmediatamente después a ser formal, y entonces la existencia humana se haría inaguantable. Sin embargo, la Cámara de los Comunes realmente es poco dañina. La gente no pue-de hacerse buena por una orden del Parlamento..., eso ya es algo.
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KELVIL.––No puede usted negar que la Cámara de los Comunes ha demostrado siempre gran simpatía por los sentimientos de la clase pobre.
LORD ILLINGWORTH.––Ése es un vicio muy especial. El vicio más particular de nuestra época. Deberíamos simpatizar con la alegría, la belleza, el color de la vida. Cuanto menos se hable de las penalidades del mundo, mejor, míster Kelvil.
KELVIL.––Pero nuestro East End es un problema muy importante.
LORD ILLINGWORTH.––Cierto. Es el problema de la esclavitud. E intentamos resolverlo divirtiendo a los esclavos.
LADY HUNSTATON.––
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LADY CAROLINE.––Crees bueno a todo el mundo, Jane. Ése es un gran error.
LADY STUTFIELD.––¿Cree usted realmente, lady Caroline, que deberíamos creer malo a todo el mun-do?
LADY CAROLINE.––Creo que es mucho más seguro, lady Stutfield. Eso, naturalmente, hasta llegar a saber que la gente es buena. Pero tal cosa, hoy día, requiere mucha investigación.
LADY STUTFIELD.––¡Hay escándalos tan horribles en la vida moderna!
LADY CAROLINE.––Lord Illingworth me dijo anoche durante la cena que la base de todo escándalo es una certeza completamente inmoral.
KELVIL.––Lord Illingworth es, desde luego, un hombre muy brillante, pero me parece que no tiene esa hermosa fe en la nobleza y la pureza de la vida que tan importante es en nuestro país.
LADY STUTFIELD.––Sí, es muy importante, ¿verdad?
KELVIL.––Me da la impresión de ser un hombre que no aprecia la belleza de nuestra vida doméstica in-glesa. Se diría que está influido por las erróneas ideas extranjeras sobre esa cuestión.
LADY STUTFIELD.––No hay nada, nada como la belleza de la vida doméstica, ¿verdad?
KELVIL.––Es el fundamento del sistema moral inglés, lady Stutfield. Sin ella nosotros seríamos como nuestros vecinos.
LADY STUTFIELD.––Eso sería tan triste, ¿verdad?
KELVIL.––Temo que Lord Illingworth considere a la mujer como un simple juguete.Yo nunca la he considerado así. La mujer es el apoyo intelectual del hombre, tanto en la vida pública como en la privada. Sin ella olvidaríamos nuestros verdaderos ideales. (Se sienta junto a lady Stutfield.)
LADY STUTFIELD.––Estoy muy contenta de oírlo decir eso.
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MISTRESs ALLONBY.––Cosa curiosa: las mujeres feas siempre están celosas de sus maridos; las boni-tas, nunca.
LORD ILLINGWORTH.––Las bonitas no tienen tiempo. Siempre se encuentran ocupadas en estar celo-sas de los maridos de las demás.
MISTRESS ALLONBY.––Creí que lady Caroline se había cansado ya de esas preocupaciones conyuga-les. ¡Sir John es su cuarto marido!
LORD ILLINGWORTH.––No está bien casarse tantas veces. Veinte años de romance hacen que una mujer parezca una ruina; pero veinte años de matrimonio la convierten en algo así como un edificio públi-co.
MISTRESS ALLONBY.––¡Veinte años de romance! ¿Existe tal cosa?
LORD ILLINGWORTH.––En nuestros días, no. Las mujeres han llegado a ser muy inteligentes y ocu-rrentes. Nada estropea tanto un romance como el sentido del humor de la mujer.
MISTRESS ALLONBY.––O la carencia de él en el hombre.
LORD ILLINGWORTH.––Tiene razón. En un templo todos deben estar serios, excepto el objeto que es adorado.
MISTRESS ALLoNBY.––¿Y ése debería ser el hombre?
LORD ILLINGWORTH.––Las mujeres se arrodillan graciosamente; los hombres, no.
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MISTRESS ALLONBY.––¡Qué hombre tan malo debe de ser usted!
LORD ILLINGWORTH.––¿A qué le llama usted ser hombre malo?
MISTRESS ALLONBY.––Al que admira la inocencia.
LORD ILLINGWORTH.––¿Y una mujer mala?
MISTRESS ALLONBY.––¡Oh! La clase de mujer de la que nunca se cansa un hombre.
LORD ILLINGWoRTH.––Es usted severa... consigo misma.
MISTRESS ALLONBY.––Definanos como sexo.
LORD ILLINGWORTH.––Esfinges sin secretos.
MISTRESS ALLONBY.––¿Eso también incluye a las puritanas?
LORD ILLINGWORTH.––¿Sabe usted que yo no creo en la existencia de las mujeres puritanas? No creo que haya una mujer en el mundo que no se sienta un poco halagada si uno le hace el amor. Eso es lo que hace a las mujeres tan irresistiblemente adorables.
MISTRESS ALLONBY.––¿Cree usted que no hay una mujer en el mundo que se resista a ser besada?
LORD ILLINGWORTH.––Muy pocas.
MISTRESS ALLONBY.––Miss Worsley no le dejaría que la besase.
LORD ILLINGWORTH.––¿Está usted segura?
MISTRESS ALLONBY.––Completamente.
LORD ILLINGWORTH.––¿Qué cree usted que haría ella si yo la besase?
MISTRESS ALLONBY.––Se casaría con usted o le cruzaría la cara con su guante. ¿Qué haría usted si le cruzase la cara con su_ guante?
LORD ILLINGWORTH.––Probablemente me enamoraría de ella.
MISTRESS ALLONBY.––¡Entonces es mejor que no la bese!
LORD ILLINGWORTH.––¿Eso es un reto?
MISTRESS ALLONBY.––Es una flecha lanzada al aire.
LORD ILLINGWORTH.––¿No sabe usted que yo siempre consigo lo que quiero?
MISTRESS ALLONBY.––Siento oír eso. Las mujeres adoramos los fracasos.Así los hombres se apoyan en nosotras.
LORD ILLINGWORTH.––Ustedes adoran el éxito. Se agarran a él.
MISTRESS ALLONBY.––Somos los laureles que ocultan su calvicie.
LORD ILLINGWORTH.––Y nosotros siempre las necesitamos, excepto en el momento del triunfo.
MISTRESS ALLONBY.––Entonces pierden ustedes todo interés.
LORD ILLINGWORTH.––Es usted un suplicio. (Una pausa.)
MISTRESS ALLONBY.––Lord Illingworth, hay una cosa por la que siempre me ha gustado usted.
LORD ILLINGWORTH.––¿Sólo una cosa? ¡Y yo que tengo tantos defectos!
MISTRESS ALLONBY.––¡Oh! No se vanaglorie de ellos. Puede perderlos cuando se haga viejo.
LORD ILLINGWORTH.––Nunca pienso ser viejo. El alma nace vieja y se va haciendo joven. Ésa es la comedia de la vida.
MISTRESS ALLONBY.––Y el cuerpo nace joven y se va haciendo viejo. Ésa es la tragedia.
LORD ILLINGWORTH.––Y la comedia también, a veces. Pero ¿cuál es la misteriosa razón por la que yo siempre le he gustado?
MISTRESS ALLONBY.––Porque nunca me ha hecho el amor.
LORD ILLINGWORTH.––Nunca he hecho otra cosa.
MISTRESS ALLONBY.––¿Sí? No lo había notado.
LORD ILLINGWORTH.––¡Qué mala suerte! Podía haber sido una tragedia para los dos.
MISTRESS ALLONBY.––Hubiéramos sobrevivido.
LORD ILLINGWORTH.––Se puede sobrevivir a todo hoy día excepto a la muerte, y soportarlo todo ex-cepto la buena reputación.
MISTRESs ALLONBY.––¿Ha intentado usted crearse una buena reputación?
LORD ILLINGWORTH.––Es una de las muchas molestias a las que nunca he estado sujeto.
MISTRESS ALLONBY.––Podría sucederle.
LORD ILLINGWORTH.––¿Por qué me amenaza?
MISTRESS ALLONBY.––Se lo diré cuando haya besado a la puritana.