Hola a todos, como lo prometí.
(Crónica del Artículo: Estrategias para competir)
Estas es la versión más larga de mi artículo publicado en el Diario El Universal, en la Columna Empresarial
Eran las 7 p.m en un domingo, me encontraba esperando el transporte público cerca del Castillo San Felipe, cuando se me acerca un señor mal vestido con un maletín, al parecer a esperar también, se me acercó de a poco, de repente me pregunta cosas personales; yo, estaba un poco asustado y muy prevenido, por lo que sucede diariamente en la ciudad y por las preguntas del señor. Luego de varias interrogaciones y mis respuestas en monosílabos, me preguntó sobre la carrera que estudiaba. Le respondí que Administración. Él un poco interesado me volvió a preguntar de golpe: “¿cuáles son las 4 formas en las que puede competir una empresa?”
Confieso que no me esperaba esa pregunta, y mi mente un poco en blanco, asimilando lo que pasaba y a la vez preparada para cualquier cosa, solo atine a decir el precio. Él sonrió diciendo: “Si, esa es una de ellas, el problema es que si te enfocas sólo en tener el precio más bajo, atraes al tipo de cliente que te cambiará cuando la competencia ofrezca mejores precios; por eso además del precio están: la calidad, el servicio y la cantidad. Después que te destaques en esas 4, tu empresa puede competir donde sea”. Admito que me sorprendió su respuesta, por eso ya con la mente un poco más despejada alcance a decirle: “tiene usted razón”. Y él tranquilamente respondió: “No, yo no tengo razón, eso es lo que dicen los libros”.
Para ese momento, ya había bajado un poco la guardia pero seguía desconfiado, pues el señor me pidió unas monedas, a lo cual le respondí que iba “estricto” (aunque en realidad si tenía, pero desconfiaba en sacar cualquier cosa); cuando al fin llegaba el demorado transporte, me despedí de él a la distancia diciéndole: “yo me voy en este”, y para mi sorpresa él también tomó el mismo. Subí, busqué un puesto adelante que tuviese a una persona sentada, para que no se ubicara a mi lado, me alivié al encontrarlo. Él se quedó de pie, me dijo que le tuviera el bolso y empezó a hablar para todos los pasajeros sobre su indignación cuando ve las niñas en el Centro Histórico con extranjeros, de los cuidados que deben tener los jóvenes, contó sobre cómo había perdido todo por servirle de codeudor a un “amigo”, por lo que decía: “no presten al interés”. Cuando íbamos precisamente por la avenida Crisanto Luque nos señaló una casa, que según él, le pertenecía antes de perderlo todo.
Y finalmente animó a los pasajeros con palabras positivas, solicitando que saludáramos a la persona a nuestro lado; yo mire al señor que estaba a mi lado y cuando me vuelvo nuevamente a ver al señor, él estaba con la mano extendida hacia mí, yo inmediatamente se la di sin dudarlo. Y el comento: “gracias por darme la mano, muy pocos me la dan. Una señora una vez me dijo, quítate bendito sidoso no te voy a dar la mano”. E inmediatamente varios se la dieron también.
Muchas veces somos cegados como la novela de Jane Austen por el orgullo y sobre todo el prejuicio. Me sentí un poco mal, por lo mal que había juzgado al señor al inicio. Pero todos tenemos la oportunidad de enmendar nuestras fallas y darles oportunidad a las personas. Es increíble como dar la mano o una simple sonrisa puede hacer felices a otras personas que tal vez lo necesitan para seguir adelante.
Este señor me impresionó, pues me dejo varias lecciones sobre las formas de competir de una empresa, y quizás sin quererlo acababa de enseñarme otras dos importantes, la primera relacionada con la confianza en los empleados, ese capital y talento humano que hace posible que funcionen todas las organizaciones, pues sin ellos las variables calidad y servicio serían prácticamente imposibles de lograr. La última lección aprendida fue sobre el endeudamiento como palanca de crecimiento, pero sobre todo como medida de riesgo, pues así como puede servir en épocas de prosperidad para abarcar nuevos mercados, cuando la situación cambia y hay contracción en la economía, las deudas acaban por arruinarte. En ese sentido se debe ser cauto al momento de asumir deudas (propias o ajenas).
Se preguntarán cómo termino la odisea. El señor se bajo por el barrio El Bosque, y no necesitó pagar el bus, ya que termino de hablar justamente cuando llego a su destino. Simplemente otro acto de creatividad. Al final, antes de bajarse, varios de los pasajeros (incluyéndome), le dimos una moneda (la que antes me había rehusado a darle por temor). Por lo tanto, se bajo con monedas, sin pagar el bus y dejándonos una gran experiencia a todas las personas que al inicio lo juzgábamos como otro “gamín” que viene a molestarnos.
Yo, al momento de llegar a mi casa, traté de escribir toda la historia y los detalles para que no se me olvidara nada. Y contárselas hoy a todos los lectores.
La publicación del periódico, pueden encontrarla en el siguiente enlace:
Versión publicada en El Universal
Alejandro Salgado Baldovino
Joven semillero UTB
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