jueves, 18 de enero de 2018

La historia de mis dientes (Valeria Luiselli)

Valeria Luiselli



Segunda novela de la joven y talentosa escritora mexicana Valeria Luiselli. “La historia de mis dientes” es una novela sencilla y minimalista, que cuenta la historia de Gustavo Sánchez Sánchez (Carretera), un hombre singular que tiene una vida sencilla pero que vista desde su también particular perspectiva, se convierte en una odisea y una gran aventura. Como de hecho se encuentra estructurada gran parte de la primera parte de la narración, se convierte en una experiencia curiosa, luminosa, divertida y estimulante. Carretera, cuenta la historia de su vida a través de sus dientes.

Luiselli demuestra nuevamente su gran talento para la prosa, para hilar historias, incluso la de este hombre común, que le permiten recorrer espacios, tradiciones y el lenguaje popular de su natal México. Su sentido del humor, su capacidad de adaptar el lenguaje y la narración a distintos niveles, sus referencias personales, y las referencias históricas y culturales, que nunca faltan en sus escritos, demuestran su increíble agudeza.

Incluso por su título, da la sensación de un libro pequeño, curioso y particular, pero hecho con detalle, precisión y corazón. Especialmente con ese hermoso capítulo final, lleno de fotos, que a la vez están acompañadas de citas de grandes personajes y escritores. Fotos que retratan los lugares que hemos visitado anteriormente en la lectura. Lo que en cierta forma le da un carácter documental a la obra. Una bella crónica novelada. Un ensayo sobre lo cotidiano. Y un perfil de una pequeña y gran vida. 

También hay fragmentos en donde Luiselli habla de sí misma y su adolescencia, al referirse a sí misma como la “casi señorita” Valeria Luiselli, en otro de los apartes donde hace una referencia a distintos personajes. Porque de hecho, su personaje, Carretera, se dedica a vender objetos, subastarlos, entre ellos los dientes de personajes famosos. Pero más que los objetos, lo que Carretera vendía, eran las historias detrás de esos objetos, de esos dientes y sus dueños originales. Y eso también hace Luiselli, una estupenda narradora. 

Si el personaje de Carretera es el narrador en la primera parte y gran parte de la segunda mitad del libro, entre los breves capítulos que son informativos, y pequeños intermedios, es Luiselli quien retoma la voz narradora para exponer otras ideas, personalidades y perfiles. Y en su tramo final la voz narradora la toma el biógrafo de Carretera, a quien conoce al final de su vida, y pide que cuente su historia… que sería otro personaje donde la autora se camufla.  

Pero Luiselli es la hábil narradora detrás de este bello y extraño pero estimulante relato. Además de gran narradora, muestra su pasión por la literatura y las artes en sí, por su interés en la gente, en la historia, en los detalles, en los territorios, y los espacios de convergencia donde varios de estos elementos se unen y crean nuevos espacios y universos. Es una exploradora, es una carpintera y una albañil de las letras. Un tesoro de las letras de la que aún tenemos muchas cosas por leer… afortunadamente.



Acá dejo mi reseña de otro libro de Valeria Luiselli, su primer libro de ensayos:

Papeles Falsos (Valeria Luiselli)






viernes, 12 de enero de 2018

Three Billboards Outside Ebbing, Missouri (Martin McDonagh) y Flannery O'Connor

Martin McDonagh


Una de las cosas que llamó mi atención inmediatamente en las primeras escenas de esta película, es cuando Mildred Hayes se dirige hacia la empresa de publicidad, responsable de las vallas a las afueras de Ebbing, y su director, Red Welby se encuentra leyendo un libro muy interesante. "A Good Man Is Hard to Find" de Flannery O'Connor, una de las escritoras y damas del sur de la literatura norteamericana más brillantes y mordaces.



Flannery O´Connor



Y ese relato es uno de sus más emblemáticos y despiadados, y nos devela un adelanto de la película que empezamos a ver. La película más reciente del director, dramaturgo y guionista Martin McDonagh, es precisamente como el relato de O'Connor, una película mordaz, una “comedia” dramática negrísima, que tiene el ambiente y los personajes característicos de la literatura de O'Connor y de otra gran dama del sur, como Carson MacCullers, y que también es el estilo que el mismo director y dramaturgo se ha ido creando, y con esta película ha alcanzado su punto cumbre. (Pueden encontrar el relato al final del post)



Flannery O´Connor


La película cuenta la historia de Mildred Hayes (Frances McDormand), una mujer de 50 años cuya hija ha sido asesinada, por lo que decide iniciar por su cuenta una guerra contra la policía de su pueblo al creer que están más interesados en torturar a los afroamericanos que en hacer justicia, por lo que instala en tres grandes vallas a las afueras de la ciudad, una serie de frases que perturban a la policía local. Si tengo que resaltar algo, tendría que ser TODO. Su dirección, su fotografía, su ambientación, su GUIÓN es inmenso, perfectamente estructurado, impecable y detallista.



Martin McDonagh


Y mención aparte para sus actores, quienes todos están brillantes, destacando a Peter Dinklage, John Hawkes, Caleb Landry Jones, Lucas Hedges, y especialmente a tres gigantes actores, Woody Harrelson, Sam Rockwell y Frances McDormand. Se apropian de sus papeles, de sus diálogos, y absolutamente todo funciona. Es humana, es trágica, es violenta, es sarcástica, es crítica e impecablemente realizada. Entró en mi Top 10 de lo mejor del 2017. Y es una de esas películas que cuando terminé de verla, en la oscuridad de mi cuarto, no me pude contener en aplaudir. Acaba de ganar el Globo de Oro a Mejor Película Drama, y es fuerte candidata al Oscar. Y me encanta que sea una película con tanto interés en el texto y en la literatura.  

Y a propósito del cuento de Flannery O'Connor, dejo dos frases para que se animen a leerlo. Es de mis favoritos:

—Habría sido una buena mujer —dijo el Desequilibrado— si hubiera tenío a alguien cerca que le disparara cada minuto de su vida.


—Cállate, Bobby Lee —dijo el Desequilibrado—. No hay verdadero placer en la vida.




Frases y Diálogos de la película 



Y ahora comparto el relato completo de Flannery O'Connor:






Un hombre bueno es difícil de encontrar

Por Flannery O`Connor



La abuela no quería ir a Florida. Quería visitar a algunos de sus conocidos en el este de Tennessee y no perdía oportunidad para intentar que Bailey cambiase de opinión. Bailey era el hijo con quien vivía, el único varón que tuvo. Estaba sentado en el borde de la silla, a la mesa, reclinado sobre la sección deportiva del Journal.
—Mira esto, Bailey —dijo ella—, mira esto, léelo.
Y se puso en pie, con una mano en la delgada cadera mientras con la otra golpeaba la cabeza calva de su hijo con el periódico.
—Aquí, ese tipo que s'hace llamar el Desequilibrado s'ha escapao de la Penitenciaría Federal y se encamina a Florida, lee aquí lo que hizo a esa gente. Léelo. Yo no llevaría a mis hijos a ninguna parte con un criminal d'esa calaña suelto por ahí. No podría acallar mi conciencia si lo hiciera.
Bailey no levantó la cabeza, así que la abuela dio media vuelta y se dirigió a la madre de los niños, una mujer joven en pantalones, cuya cara era tan ancha e inocente como un repollo, con un pañuelo verde atado con dos puntas en lo alto de la cabeza, como orejas de conejo. Estaba sentada en el sofá, alimentando al bebé con albaricoques que sacaba de un tarro.
—Los niños y'han estao en Florida —dijo la anciana señora—. Deberías llevarlos a otro sitio pa variar, así verían otras partes del mundo y aprenderían otras cosas. Nunca han ido al este de Tennessee.
La madre de los niños no pareció oírla, pero el de ocho años, John Wesley, un niño robusto con anteojos, dijo:
—Si no quieres ir a Florida, ¿por qué no te quedas en casa? Él y su hermanita, June Star, estaban leyendo las páginas de entretenimiento en el suelo.
—No se quedaría en casa aunque la nombraran reina por un día —dijo June Star sin levantar su cabeza amarilla.
—¿Y qué harían si este hombre, el Desequilibrado, los agarrara? —preguntó la abuela.
—Le daría un puñetazo en la cara —respondió John Wesley. —No se quedaría en casa ni por un millón de dólares —afirmó June Star—. Teme perderse algo. Tiene que ir a donde vayamos.
—Muy bien, señorita —dijo la abuela—. Acuérdate d'eso la próxima vez que me pidas que te ondule el pelo.
June Star dijo que sus rizos eran naturales.
A la mañana siguiente la abuela fue la primera en subir al coche, lista para partir. A un costado dispuso su gran bolsa de viaje negra que parecía la cabeza de un hipopótamo y debajo de ella escondía una cesta con Pitty Sing, el gato, en el interior. No tenía la menor intención de dejar solo al gato durante tres días, porque este la echaría mucho de menos y ella temía que se frotara con la llave del gas y se asfixiara por accidente. A su hijo, Bailey, no le gustaba llevar un gato a un motel.
Se sentó en el centro del asiento trasero, con John Wesley y June Star a cada lado. Bailey, la madre de los niños, y el bebé se sentaron adelante. Y así salieron de Atlanta, a las ocho y cuarenta y cinco, con el cuentakilómetros del coche en 89.927. La abuela lo anotó, porque pensó que sería interesante decir cuántos kilómetros habían hecho cuando regresaran. Tardaron veinte minutos en llegar a las afueras de la ciudad.
La anciana se sentó cómodamente, se quitó los guantes de algodón y los dejó con su bolso en la repisa de la ventanilla de atrás. La madre de los niños aún llevaba los pantalones y la cabeza atada con el pañuelo verde; la abuela, en cambio, llevaba un sombrero de paja azul marino con un ramillete de violetas blancas en el ala y un vestido azul marino con pequeños lunares blancos. El cuello y los puños eran de organdí blanco adornado con encaje, y en el cuello se había prendido un ramillete de violetas de tela de color púrpura perfumado. En caso de accidente, cualquiera que la viera muerta en la carretera sabría al instante que era una dama.
Dijo que pensaba que sería un buen día para conducir, pues no hacía demasiado calor ni demasiado frío, y advirtió a Bailey que el límite de velocidad era de ochenta kilómetros por hora, que los coches patrulla se escondían detrás de carteles publicitarios y de pequeños grupos de árboles y que podían salir disparados en su persecución sin darle tiempo a aminorar la marcha. Señaló los detalles interesantes del paisaje: la montaña Stone, el granito azul que en algunos lugares asomaba a ambos lados de la carretera, las lomas de brillante arcilla roja ligeramente rayadas de púrpura, y las mieses que trazaban líneas de encaje verde sobre el terreno. Los árboles estaban llenos de la luz blanca y plateada del sol y hasta los más míseros destellaban. Los chicos leían tebeos y su madre se había dormido.
—Pasemos Georgia a toda velocidad, así no tendremos que verla mucho —dijo John Wesley.
—Si yo fuera un niño —dijo la abuela—, no hablaría d'esa manera de mi estado natal. Tennessee tiene montañas y Georgia, colinas.
—Tennessee n'es más que un muladar lleno de pueblerinos y Georgia es también un estado asqueroso.
—Tú l'has dicho —dijo June Star.
—En mis tiempos —dijo la abuela entrecruzando los dedos, delgados y venosos—, los niños tenían más respeto por su estado natal y por sus padres y por to lo demás. La gente era buena entonces. ¡Oh, mirar qué negrito más mono! —Y señaló a un niño negro plantado ante la puerta de una choza—. Qué estampa más bonita, ¿verdá?
Todos se volvieron para mirar al negrito por la luneta trasera. Él saludó con la mano.
—Ese chico no llevaba pantalones —observó June Star.
—Probablemente no tiene —explicó la abuela—. Los negritos del campo no tienen las cosas que nosotros tenemos. Si supiera pintar, pintaría ese cuadro.
Los niños intercambiaron sus historietas.
La abuela se ofreció a tomar al bebé y la madre de los chicos se lo pasó por encima del asiento delantero. La abuela lo sentó sobre sus rodillas y le hizo el caballito y le explicó lo que se veía por la ventanilla. Puso los ojos en blanco, frunció los labios y apretó su cara delgada y curtida contra la piel blanda y suave. De vez en cuando, el bebé le dedicaba una sonrisa distraída. Pasaron junto a un vasto campo de algodón con cinco o seis tumbas en medio, rodeadas de un cerco, como una isla pequeñita.
—¡Mirar el camposanto! —dijo la abuela señalándolo—. Era el antiguo camposanto de la familia. Pertenecía a la plantación.
—¿Dónde está la plantación? —preguntó John Wesley.
—El viento se la llevó —dijo la abuela—. Ja, ja.
Cuando los chicos terminaron de leer todos las historietas que habían llevado, abrieron la caja del almuerzo y se lo comieron. La abuela comió un bocadillo de mantequilla de cacahuete y una aceituna, y no permitió que los chicos arrojasen la caja y las servilletas de papel por la ventanilla. Cuando no tuvieron otra cosa que hacer, se pusieron a jugar; elegían una nube y los otros tenían que adivinar qué forma sugería. John Wesley eligió una con forma de vaca y June Star adivinó la vaca y John Wesley dijo: «No, un coche», y June Star dijo que hacía trampas y comenzaron a pegarse por encima de la abuela.
La abuela dijo que les contaría un cuento si se quedaban calladitos. Cuando contaba un cuento, ponía los ojos en blanco, movía la cabeza y era muy histriónica. Contó que una vez, cuando era jovencita, la había cortejado un tal señor Edgar Atkins Teagarden, de Jasper, Georgia. Dijo que era un hombre muy apuesto y un caballero, y que todos los sábados por la tarde le llevaba una sandía con sus iniciales grabadas, E. A. T. Pues bien, un sábado por la tarde, el señor Teagarden llevó la sandía y no había nadie en la casa; la dejó en el porche de entrada y volvió a Jasper en su calesa, pero ella nunca vio la sandía, explicó, porque un chico negro se la comió cuando vio las iniciales, E. A. T.: come. A John Wesley le hizo mucha gracia la historia y reía y reía, pero June Star opinó que no tenía nada de gracioso. Dijo que nunca se casaría con un hombre que sólo le trajera una sandía los sábados. La abuela dijo que habría hecho muy bien en casarse con el señor Teagarden, porque era un caballero y había comprado acciones de Coca-Cola cuando salieron al mercado y había muerto, hacía unos pocos años, muy rico.
Se detuvieron en The Tower para tomar unos bocadillos calientes. The Tower era una gasolinera y sala de baile, en parte de estuco y en parte de madera, en un claro en las afueras de Timothy. Lo regentaba un hombre gordo llamado Red Sammy Butts, y había letreros aquí y allá sobre el edificio y a lo largo de varios kilómetros de la carretera que rezaban: 
PRUEBA LA FAMOSA BARBACOA DE RED SAMMY. ¡NADA IGUALA AL FAMOSO RED SAMMY! EL GORDO DE LA SONRISA FELIZ. ¡UN VETERANO! ¡RED SAMMY ES EL HOMBRE QUE NECESITAS!
Red Sammy estaba tendido en el suelo fuera de The Tower con la cabeza bajo una camioneta, mientras un mono gris de unos treinta centímetros de altura, encadenado a un árbol del paraíso pequeño, chillaba cerca. El mono saltó hacia el arbolito y se encaramó a la rama más alta apenas vio a los chicos apearse del coche y correr hacia él.
El interior de The Tower era una larga habitación oscura con una barra en un extremo y mesas en el otro y una pista de baile en medio. Todos se sentaron a una mesa cerca de la máquina de discos y la esposa de Red Sam, una mujer alta y bronceada con ojos y cabellos más claros que la piel, llegó y tomó nota de lo que querían. La madre de los chicos insertó una moneda en la máquina y se pudo escuchar el «Vals de Tennessee», y la abuela dijo que esa melodía siempre le daba ganas de bailar. Preguntó a Bailey si quería bailar, pero él tan sólo la miró. No era de natural alegre como ella y los viajes lo ponían nervioso. Los ojos marrones de la abuela resplandecían. Movió la cabeza de un lado a otro e hizo como si bailara en la silla. June Star dijo que pusieran algo para que ella pudiera bailar claqué. Entonces la madre de los niños metió otra moneda y eligió una pieza más movida; June Star saltó a la pista de baile y bailó el claqué de costumbre.
—¡Qué graciosa! —exclamó la mujer de Red Sam, inclinada sobre la barra—. ¿Te gustaría quedarte aquí y ser mi pequeñita?
—Claro que no —contestó June Star—. No viviría en un lugar medio en ruinas como este ni por un millón de dólares. Y salió corriendo hacia la mesa.
—¡Qué graciosa! —repitió la mujer, estirando la boca con amabilidad.
—¿No te da vergüenza? —susurró la abuela.
Red Sam entró y le dijo a su mujer que dejara de holgazanear en la barra y que se apresurara a servir a esa gente. Los pantalones caquis le llegaban hasta las caderas y la barriga le caía sobre ellos como un saco de comida bamboleante bajo la camisa. Se acercó y se sentó a una mesa cercana; emitió una mezcla de suspiro y gritito en falsete.
—No hay manera. No hay manera —dijo, y se secó la cara sudorosa y roja con un pañuelo gris—. En estos tiempos que corren, no se sabe en quién confiar. ¿No es verdá?
—Desde luego, la gente ya no es como antes —sentenció la abuela.
—La semana pasada vinieron aquí dos tipos —explicó Red Sammy— que conducían un Chrysler. Un coche muy baqueteado pero bueno, y los muchachos me parecieron decentes. Dijeron que trabajaban en el molino y ¿saben que les permití poner en la cuenta la gasolina que compraron? ¿Por qué hice yo semejante cosa?
—¡Porque usté es un hombre bueno! —contestó de inmediato la abuela.
—Bueno, supongo que es así —dijo Red Sammy como si su respuesta lo hubiera dejado atónito.
La mujer sirvió lo que habían pedido. Llevaba los cinco platos al mismo tiempo sin usar bandeja, dos en cada mano y uno en equilibrio sobre el brazo.
—No hay una sola alma en este mundo de Dios en la que se pueda confiar —dijo—. Y yo no excluyo a nadie de la lista, a nadie —afirmó mirando a Red Sammy.
—¿Han leído algo sobre ese criminal, el Desequilibrado, que se escapó? —preguntó la abuela.
—No me sorprendería na que llegase a atacar este lugar —dijo la mujer—. Si oye lo qu'hay aquí, no me sorprendería verlo. Si se entera de que hay dos centavos en la caja, no me sorprendería que...
—Basta —dijo Red Sam—. Trae las Coca-Colas a esta gente. Y la mujer se retiró a buscar el resto del pedido.
—Un hombre bueno es difícil d'encontrar —dijo Red Sammy—. Las cosas s'están poniendo cada vez más feas. Yo m'acuerdo de qu'antes podías salir sin echar el cerrojo a la puerta. Eso s'acabó.
Él y la abuela hablaron de tiempos mejores. La anciana dijo que en su opinión Europa tenía la culpa de la situación actual. Dijo que por la manera en que actuaba Europa se podía llegar a pensar que estábamos hechos de dinero, y Red Sammy dijo que no valía la pena hablar de eso y que tenía toda la razón. Los chicos salieron corriendo a la luz blanca del sol y observaron al mono encadenado al árbol. Estaba entretenido quitándose pulgas y las mordía una a una como si se tratase de un bocado exquisito.
De nuevo partieron en la tarde calurosa. La abuela dormitaba y se despertaba a cada rato con sus propios ronquidos. En las afueras de Toombsboro se despertó y se acordó de una vieja plantación que había visitado en los alrededores una vez, cuando era joven. Dijo que la mansión tenía seis columnas blancas en el frente y que había una avenida de robles que conducía hasta la casa y dos pequeñas glorietas con enrejado de madera donde te sentabas con tu pretendiente después de pasear por el jardín. Recordaba con exactitud por qué carretera había que doblar para llegar allí. Sabía que Bailey no estaría dispuesto a perder el tiempo viendo una casa vieja, pero cuanto más hablaba de ella más ganas tenía de volver a verla y comprobar si las dos pequeñas glorietas seguían en pie.
—Había un panel secreto en la casa —afirmó astutamente, sin decir la verdad pero deseando que lo fuera—, y se contaba que toda la plata de la familia estaba escondida allí cuando llegó Sherman, pero nunca la encontraron...
—¡Eeeh! —dijo John Wesley—. ¡Vamos a verlo! ¡L'encontraremos nosotros! ¡Lo registraremos to y l'encontraremos! ¿Quién vive allí? ¿Dónde hay que girar? Eh, papá, ¿no podemos girar allí?
—¡Nunca hemos visto una casa con un panel secreto! —chilló June Star—. ¡Vayamos a la casa con el panel secreto! Eh, papá, ¿no podemos ir a ver la casa con el panel secreto?
—No está lejos d'aquí, lo sé —aseguró la abuela—. No tardaríamos más de veinte minutos.
Bailey miraba al frente. Tenía la mandíbula tan rígida como la herradura de un caballo.
—No —dijo.
Los chicos comenzaron a alborotar y a gritar que querían ver la casa con el panel secreto. John Wesley la emprendió a patadas contra el respaldo del asiento delantero, y June Star se colgó del hombro de su madre y le gimoteó desesperada al oído que nunca se divertían, ni siquiera en vacaciones, que nunca les dejaban hacer lo que querían. El bebé empezó a llorar y John Wesley pateó el respaldo del asiento con tal fuerza que su padre notó los golpes en los riñones.
—¡Muy bien! —gritó, y aminoró la marcha hasta parar a un costado de la carretera—. ¿Quieren cerrar la boca? ¿Quieren cerrar la boca un minuto? Si no se callan, no iremos a ningún lado.
—Sería muy educativo pa ellos —murmuró la abuela.
—Muy bien —dijo Bailey—, pero métanse esto en la cabeza: es la única vez que vamos a parar por algo así. La primera y la última.
—El camino de tierra donde debes doblar queda dos kilómetros atrás —observó la abuela—. Lo vi cuando lo pasamos.
—Un camino de tierra —gruñó Bailey.
Después de dar la vuelta en dirección al camino de tierra, la abuela recordó otros detalles de la casa, el hermoso vidrio sobre la puerta de entrada y la lámpara de velas en el recibidor. John Wesley dijo que el panel secreto probablemente estaría en la chimenea.
—No se puede entrar en esa casa —dijo Bailey—. No sabemos quién vive allí.
—Mientras ustedes hablan con la gente delante de la casa, yo correré hacia la parte d'atrás y entraré por una ventana —propuso John Wesley.
—Nos quedaremos todos en el coche —dijo la madre.
Doblaron por el camino de tierra y el coche avanzó a tropezones en un remolino de polvo colorado. La abuela recordó los tiempos en que no había carreteras pavimentadas y hacer cincuenta kilómetros representaba un día de viaje. El camino de tierra era abrupto y súbitamente se encontraban con charcos y curvas cerradas en terraplenes peligrosos. Tan pronto se hallaban en lo alto de una colina, desde donde se dominaban las copas azules de los árboles que se extendían a lo largo de kilómetros, como en una depresión rojiza dominada por los árboles cubiertos de una capa de polvillo.
—Mejor será que aparezca ese lugar antes de un minuto —dijo Bailey—, o daré la vuelta.
Daba la impresión de que nadie había pasado por aquel camino desde hacía meses.
—No falta mucho —comentó la abuela, y apenas lo hubo dicho cuando tuvo un pensamiento horrible. Le produjo tal vergüenza que la cara se le puso colorada y se le dilataron las pupilas y sus pies dieron un salto, de modo que movieron la bolsa de viaje en el rincón. En el momento en que se movió la bolsa, el periódico que había colocado sobre la cesta se levantó con un maullido y Pitty Sing, el gato, saltó sobre el hombro de Bailey.
Los chicos cayeron al suelo y su madre, con el bebé en brazos, salió disparada por la portezuela y se desplomó en la tierra; la vieja dama se vio arrojada hacia el asiento delantero. El automóvil dio una vuelta y aterrizó sobre el costado derecho, en una zanja al lado del camino. Bailey se quedó en el asiento del conductor con el gato —de rayas grises, cara blanca y hocico naranja— todavía agarrado al cuello como una oruga.
Tan pronto como los chicos se dieron cuenta de que podían mover los brazos y las piernas, salieron arrastrándose del coche y gritaron: «¡Hemos tenío un accidente!». La abuela estaba hecha un ovillo bajo el salpicadero y esperaba estar tan malherida que la furia de Bailey no cayera sobre ella. El pensamiento terrible que había tenido antes del accidente era que la casa que recordaba tan vívidamente, no estaba en Georgia, sino en Tennessee.
Bailey se quitó el gato del cuello con las manos y lo arrojó por la ventanilla contra el tronco de un pino. Luego salió del coche y empezó a buscar a la madre de los chicos. Estaba sentada en la cuneta, con el chico, que no paraba de llorar, en brazos, pero sçolo había sufrido un corte en la cara y tenía un hombro roto. «¡Hemos tenío un accidente!», gritaban los chicos en un delirio de felicidad.
—Pero nadie se ha muerto —señaló june Star con cierta desilusión, mientras la abuela salía rengueando del coche, con el sombrero todavía prendido a la cabeza pero el encaje delantero roto y levantado en un airoso ángulo y el ramito de violetas caído a un costado.
Se sentaron todos en la cuneta, excepto los chicos, para recobrarse de la conmoción. Estaban todos temblando.
—Tal vez pase algún coche —dijo la madre de los niños con voz ronca.
—Creo que m'hecho daño en algún órgano —comentó la abuela apretándose el costado, pero nadie le prestó atención.
A Bailey le castañeteaban los dientes. Llevaba una camisa amarilla de sport, con un estampado de loros en un azul vivo y tenía la cara tan amarilla como la camisa. La abuela decidió no comentar que la casa en cuestión estaba en Tennessee.
La carretera quedaba unos tres metros más arriba y sólo podían ver las copas de los árboles al otro lado. Detrás de la cuneta donde estaban sentados había más árboles, altos, oscuros y graves. A los pocos minutos divisaron un coche a cierta distancia, en lo alto de una colina; avanzaba lentamente como si sus ocupantes los estuvieran observando. La abuela se puso en pie y agitó los brazos dramáticamente para atraer su atención. El automóvil continuó avanzando con lentitud, desapareció en un recodo y volvió a aparecer, rodando aún más despacio, sobre la colina por la que ellos habían pasado. Era un vehículo grande y baqueteado, parecido a un coche fúnebre. Había tres hombres dentro.
Se detuvo justo a su lado y durante unos minutos el conductor miró fija e inexpresivamente hacía donde estaban sentados, sin decir palabra. Luego volvió la cabeza, susurró algo a los otros dos y se apearon. Uno era un muchacho gordo con pantalones negros y una sudadera roja con un semental plateado estampado delante. Caminó, se colocó a la derecha del grupo y se quedó mirándolos con la boca entreabierta en una floja sonrisa burlona. El otro llevaba pantalones color caqui, una chaqueta de rayas azules y un sombrero gris echado hacia delante que le tapaba casi toda la cara. Se acercó despacio por la izquierda. Ninguno de los dos habló.
El conductor salió del coche y se quedó junto a él mirándolos. Era mayor que los otros. Su pelo empezaba a encanecer y llevaba unas gafas con montura plateada que le daban aspecto académico. Tenía el rostro largo y arrugado, y no llevaba camisa ni camiseta. Vestía unos tejanos que le quedaban demasiado ajustados y llevaba en la mano un sombrero y una pistola. Los dos muchachos llevaban pistolas.
—¡Hemos tenío un accidente! —gritaron los niños.
La abuela tuvo la extraña sensación de que conocía al hombre de las gafas. Le sonaba tanto su cara que era como si le hubiera conocido de toda la vida, pero no lograba recordar quién era. Él se alejó del coche y empezó a bajar por el terraplén dando los pasos con sumo cuidado para no resbalar. Calzaba zapatos blancos y marrones y no llevaba calcetines; sus tobillos eran flacos y rojos.
—Buenas tardes —dijo—. Veo que han tenío un accidente de na.
—¡Hemos dao dos vueltas de campana! —dijo la abuela.
—Una —corrigió él—. Lo hemos visto. Hiram, prueba el coche a ver si funciona —indicó en voz baja al muchacho del sombrero gris.
—¿Pa qué lleva esa pistola? —preguntó John Wesley—. ¿Qué va hacer con ella?
—Señora —dijo el hombre a la madre de los chicos—, ¿le importaría decirles a esos chicos que se sienten a su lao? Los niños me ponen nervioso. Quiero que se queden sentados juntos.
—¿Quién es usté pa decirnos lo que debemos hacer? —preguntó June Star.
Detrás de ellos, la línea de los árboles se abrió como una oscura boca.
—Vengan aquí —dijo la madre.
—Verá usted —dijo Bailey de pronto—, estamos en un apuro. Estamos en...
La abuela soltó un chillido. Se levantó trabajosamente y lo miró de hito en hito.
—¡Usté es el Desequilibrado! ¡Lo he reconocío na más verlo!
—Sí, señora —dijo el hombre, que sonrió levemente como si estuviera satisfecho a pesar de que lo hubieran reconocido—, pero habría sido mejor pa todos ustedes, señora, que no me hubiese reconocío.
Bailey volvió la cabeza bruscamente y dijo a su madre algo que dejó atónitos hasta a los niños. La anciana se echó a llorar y el Desequilibrado se ruborizó.
—Señora —dijo—, no se disguste. A veces un hombre dice cosas que no piensa. No creo qu'haya querido hablarle d'esa manera.
—Tú no dispararías a una dama, ¿verdá? —dijo la abuela, que se sacó un pañuelo limpio del puño y empezó a secarse los ojos.
El Desequilibrado clavó la punta del zapato en el suelo, hizo un pequeño hoyo y luego lo tapó de nuevo.
—No me gustaría na tener qu'hacerlo.
—Escucha —dijo la abuela casi a gritos—, sé qu'eres un buen hombre. No pareces tener la misma sangre que los demás. ¡Sé que debes de venir d'una buena familia!
—Sí, señora —afirmó él—, la mejor del mundo. —Cuando sonreía mostraba una hilera de fuertes dientes blancos—. Dios nunca creó a una mujer mejor que mi madre, y papá tenía un corazón d'oro puro.
El muchacho de la sudadera roja se había colocado detrás de ellos con la pistola en la cadera. El Desequilibrado se acuclilló.
—Vigila a los niños, Bobby Lee —dijo—. Sabes que me ponen nervioso.
Miró a los seis apiñados ante él y dio la impresión de estar incómodo, como si no se le ocurriera qué decir.
—No hay ni una nube en el cielo —comentó alzando la vista—. No se ve el sol, pero tampoco hay nubes.
—Sí, es un día hermoso —dijo la abuela—. Escucha, no te tendrías que apodar el Desequilibrado, porque yo sé que en el fondo eres un hombre bueno. Con solo mirarte ya me doy cuenta.
—¡Calla! —gritó Bailey—. ¡Calla! ¡Cállense todos y déjenme a mí arreglar esto! —Estaba en cuclillas como un atleta a punto de iniciar la carrera, pero no se movió.
—Muchas gracias, señora —dijo el Desequilibrado, y dibujó un circulito con la culata de la pistola.
—Tardaremos una media hora en arreglar el coche —avisó Hiram mirando por encima del capó abierto.
—Bueno, primero tú y Bobby Lee lleven a él y al niño allá —dijo el Desequilibrado señalando a Bailey y a John Wesley—. Los muchachos quieren preguntarle algo —explicó a Bailey—. ¿Le importaría acompañarlos hasta el bosque?
—Escuche —comenzó Bailey—, ¡estamos en un gran aprieto! Nadie se da cuenta de lo qu'es esto. —Y se le quebró la voz. Tenía los ojos tan azules y brillantes como los loros de su camisa, y se quedó absolutamente inmóvil.
La abuela levantó la mano para ponerse bien el ala del sombrero como si fuera al bosque con él, pero se le desprendió entre los dedos. Se quedó mirándola y después de un segundo la dejó caer al suelo. Hiram levantó a Bailey tomándolo del brazo como si estuviera ayudando a un anciano. John Wesley agarró la mano de su padre y Bobby Lee se colocó detrás de ellos. Se encaminaron hacia el bosque y, cuando llegaron al borde oscuro, Bailey se dio la vuelta y, apoyándose contra el tronco gris y pelado de un pino, gritó:
—¡Estaré de vuelta en un minuto, espérame, mamá!
—¡Vuelve ahora mismo! —exclamó la abuela, pero todos desaparecieron en el bosque—. ¡Bailey, hijo! —gritó con voz trágica, pero se encontró con que estaba mirando al Desequilibrado, que estaba acuclillado delante de ella—. Sé muy bien qu'eres un hombre bueno —le dijo con desesperación—. ¡No eres una persona corriente!
—No, no soy un hombre bueno —repuso el Desequilibrado un instante después, como si hubiera considerado su afirmación con sumo cuidado—, pero tampoco soy lo peor del mundo. Mi viejo decía que yo era un perro de raza diferente de la de mis hermanos y hermanas. «Mira —decía mi viejo—, hay algunos que pueden vivir toa su vida sin preguntarse por qué y otros que tienen que saber el porqué, y este muchacho es d'estos últimos. ¡Va estar en to!»
Se puso el sombrero y súbitamente alzó la mirada y la dirigió hacia el bosque como si de nuevo se sintiera incómodo.
—Perdonen qu'esté sin camisa delante de ustedes, señoras —añadió encorvando un poco los hombros—. Enterramos la ropa que teníamos cuando escapamos y nos apañamos con lo que tenemos hasta que consigamos algo mejor. Esta ropa nos la prestaron unos tipos que encontramos.
—No pasa na —observó la abuela—. Tal vez Bailey tenga otra camisa en su maleta.
—Luego la buscaré —dijo el Desequilibrado.
—¿Adónde se lo están llevando? —gritó la madre de los niños.
—Papá era un gran tipo —dijo el Desequilibrado—. No había quien l'engañara. Pero nunca tuvo problemas con las autoridades. Tenía l'habilidá de saber tratarlos.
—Tú podrías ser honrado si te lo propusieras —afirmó la abuela—. Piensa en lo bonito que sería establecerse en algún sitio y vivir cómodamente sin que nadie t'estuviera persiguiendo to el tiempo.
El Desequilibrado escarbaba en el suelo con la culata de la pistola como si estuviera reflexionando sobre estas palabras.
—Sí, siempre hay alguien persiguiéndote —murmuró.
La abuela reparó en cuán delgados eran sus omóplatos detrás del sombrero, porque estaba de pie y lo miraba desde arriba.
—¿Rezas alguna vez? —preguntó.
Él negó con la cabeza. Ella sólo vio cómo el sombrero negro se movía entre sus omóplatos.
—No.
Sonó un disparo de pistola en el bosque, seguido de inmediato por otro. Luego, silencio. La cabeza de la anciana dio una sacudida. Oyó cómo el viento se movía entre las copas de los árboles como una larga inspiración satisfecha.
—¡Bailey, hijo! —gritó.
—Durante un tiempo fui cantante de gospel —explicó el Desequilibrado—. He sido casi to. Serví en el Ejército de Tierra y en la Marina, aquí y en el extranjero. Me casé dos veces, trabajé de sepulturero, trabajé en los ferrocarriles, aré la madre tierra, presencié un tornado, una vez vi quemar vivo un hombre. —Y miró a la madre de los chicos y a la niña, que estaban sentadas muy juntas, con la cara blanca y los ojos vidriosos—. Hasta he visto azotar a una mujer.
—Reza, reza —empezó a repetir la abuela—, reza, reza...
—No era un chico malo por lo que recuerdo —prosiguió el Desequilibrado con voz casi soñadora—, pero en algún momento hice algo malo y m'enviaron a la penitenciaría. M'enterraron vivo.
Miró hacia arriba y mantuvo la atención de la abuela con una mirada fija.
—Fue entonces cuando deberías haber comenzado a rezar —dijo ella—. ¿Qu'hiciste pa que te enviaran a la penitenciaría la primera vez?
—Doblabas a la derecha y había una pared —explicó el Desequilibrado con la mirada alzada hacia el cielo sin nubes—. Doblabas a la izquierda y había una pared. Mirabas arriba y estaba el techo, mirabas abajo y estaba el suelo. Olvidé lo qu'había hecho, señora. Me quedaba sentado allí tratando de recordar lo qu'había hecho y, hasta el día de hoy, no lo recuerdo. De vez en cuando pensaba que lo recordaría, pero no fue así.
—Tal vez t'encerraron por error —apuntó la anciana. —No —dijo él—. No hubo error. Había pruebas contra mí. —Tal vez robaste algo.
El Desequilibrado soltó una risita burlona.
—Nadie tenía na que yo quisiese. Un jefe de médicos de la penitenciaría dijo que lo que yo había hecho fue matar a mi padre, pero sé que es mentira. Mi viejo murió en mil novecientos diecinueve de la epidemia de gripe y yo nunca tuve na que ver con eso. L'enterraron en el cementerio de la iglesia baptista de Mount Hopewell y usté puede ir y verlo por sí misma.
—Si rezaras —dijo la anciana—, Cristo te ayudaría.
—Así es.
—Entonces, ¿por qué no rezas? —preguntó ella, temblando de súbita alegría.
—No quiero ninguna ayuda. Solo, las cosas me van bien.
Bobby Lee y Hiram regresaron del bosque con paso lento. Bobby Lee arrastraba una camisa amarilla con loros azules estampados.
—Tírame esa camisa, Bobby Lee —dijo el Desequilibrado.
La camisa llegó volando, aterrizó en su hombro y se la puso. La abuela no podía pensar en lo que le hacía recordar esa camisa.
—No, señora —prosiguió el Desequilibrado mientras se abrochaba los botones—, comprendí que el delito da igual. Puedes hacer una cosa o hacer otra, matar a un hombre o quitarle una rueda del coche, porque tarde o temprano t'olvidas de lo qu'has hecho y simplemente te castigan por ello.
La madre de los chicos comenzó a emitir sonidos entrecortados, como si no pudiese respirar.
—Señora —dijo él—, ¿podrían usted y la pequeña acompañar a Hiram y a Bobby Lee hasta donde está su esposo?
—Sí, gracias —dijo la madre débilmente. Su brazo izquierdo colgaba inútil, y llevaba al bebé, que se había quedado dormido, en el otro.
—Ayuda a la señora, Hiram —dijo el Desequilibrado, cuando ella trataba penosamente de subir por la zanja—. Y tú, Bobby Lee, toma a la pequeña de la mano.
—No quiero que me dé la mano —replicó June Star—. Parece un cerdo.
El muchacho gordo se ruborizó y se rió, la tomó de la mano y tiró de ella hacia el bosque detrás de Hiram y la madre.
Sola con el Desequilibrado, la abuela se dio cuenta de que había perdido la voz. No había una sola nube en el cielo, y tampoco sol. No había nada a su alrededor excepto el bosque. Quiso decirle que debía orar. Abrió y cerró la boca varias veces antes de que saliera algo. Finalmente se encontró a sí misma diciendo: «Jesús, Jesús». Quería decir «Jesús t'ayudará», pero de la manera en que lo decía era como si estuviera maldiciendo.
—Sí, señora —dijo el Desequilibrado como si le estuviera dando la razón. Jesús rompió el equilibrio de todo. Le ocurrió lo mismo que mí, salvo que Él no había cometido ningún crimen y en mi caso pudieron probar que yo había cometido uno porque tenían los documentos contra mí. Por supuesto, nunca me mostraron los papeles. Por eso ahora pongo la firma. Dije hace mucho tiempo: te consigues una firma y firmas to lo qu'haces y te quedas con una copia. Entonces sabrás lo qu'has hecho y podrás contraponer el delito con el castigo y ver si se corresponden y al final tendrás algo pa probar que no t'han tratao como debían. Me hago llamar el Desequilibrado porque no puedo hacer que las cosas malas que he hecho se correspondan con lo que he soportao durante`l castigo.
Se oyó un grito desgarrador en el bosque, seguido de inmediato por un disparo.
—¿Le parece bien a usté, señora, que a uno le castiguen mucho y a otro no le castiguen na?
—¡Jesús! —gritó la anciana—. ¡Tienes buena sangre! ¡Yo sé que no dispararías a una dama! ¡Sé que vienes d'una familia buena! ¡Reza! Por Dios, no deberías disparar a una dama. ¡Te daré to el dinero que tengo!
—Señora —repuso el Desequilibrado mirando hacia el bosque—, nunca ha habido un cadáver que diera una propina al sepulturero.
Se oyeron otros dos disparos y la abuela levantó la cabeza como un viejo pavo sediento pidiendo agua y gritó: «¡Bailey, hijo, Bailey, hijo!», como si fuera a partírsele el corazón.
—Jesús es el único qu'ha resucitao a los muertos —continuó el Desequilibrado—, y no tendría qu'haberlo hecho. Rompió el equilibrio de to. Si Él hacía lo que decía, entonces sólo te queda dejarlo to y seguirlo, y si no lo hacía, entonces sólo te queda disfrutar de los pocos minutos que tienes de la mejor manera posible, matando a alguien o quemándole la casa o haciéndole alguna otra maldad. No hay placer, sino maldad —dijo, y su voz casi se había transformado en un gruñido.
—Tal vez no resucitó a los muertos —murmuró la anciana, sin saber lo que estaba diciendo y sintiéndose tan mareada que se dejó caer en la zanja sobre las piernas cruzadas.
—Yo no estaba allí, así que no puedo decir que no lo hizo —repuso el Desequilibrado—. Ojalá hubiera estado allí —añadió golpeando el suelo con el puño—. No está bien que no estuviera allí, porque d'haber estao allí yo sabría. Escuche, señora —añadió alzando la voz—, d'haber estao allí, yo sabría y no sería como soy ahora.
Su voz parecía a punto de quebrarse y la cabeza de la abuela se aclaró por un instante. Vio la cara del hombre contraída cerca de la suya como si estuviera a punto de llorar, y entonces murmuró:
—¡Si eres uno de mis niños! ¡Eres uno de mis hijos!
Tendió la mano y lo tocó en el hombro. El Desequilibrado saltó hacia atrás como si le hubiera mordido una serpiente y le disparó tres veces en el pecho. Luego dejó la pistola en el suelo, se quitó las gafas y se puso a limpiarlas.
Hiram y Bobby Lee regresaron del bosque y se detuvieron junto a la cuneta para observar a la abuela, que estaba medio sentada, y medio tendida en un charco de sangre, con las piernas cruzadas como las de un niño, y su rostro sonreía al cielo sin nubes.
Sin las gafas, los ojos del Desequilibrado estaban bordeados de rojo y tenían una mirada pálida e indefensa.
—Llévensela y déjenla donde dejaron a los otros —dijo, y tomó al gato, que se estaba refregando contra su pierna.
—Era una charlatana —dijo Bobby Lee, y bajó a la zanja cantando.
—Habría sido una buena mujer —dijo el Desequilibrado— si hubiera tenío a alguien cerca que le disparara cada minuto de su vida.
—¡Pequeña diversión! —dijo Bobby Lee.

—Cállate, Bobby Lee —dijo el Desequilibrado—. No hay verdadero placer en la vida.



LA FORMA DEL AGUA DE GUILLERMO DEL TORO Y EL YACURUNA AMAZÓNICO

Guillermo del Toro



La forma del agua, el más reciente trabajo del excelente y visionario director, guionista y productor mexicano, Guillermo del Toro, es un cuento, una fábula, y una bella historia de amor que mezcla la realidad con lo fantástico. Ambientada en plena Guerra Fría en 1963, Elisa es una joven muda que trabaja como conserje en un laboratorio, donde se enamorará de un hombre anfibio, raptado desde el Amazonas, que se encuentra ahí recluido con fines experimentales. 



Guillermo del Toro


Cuando mencionaron al monstruo, como una criatura recogida en el río Amazonas, a quienes los indígenas le rendían tributo como un dios, me acordé inmediatamente de Yacuruna. Hace como dos años viajé al Amazonas con unos amigos, y una de las cosas que me compré fue un libro de Mitos y Leyendas del Amazonas. En este libro aparece de forma muy destacada, Yacuruna, que si leemos sobre él y su descripción, nos damos cuenta que fue la inspiración de Guillermo del Toro para crear a su nuevo monstruo. El libro lo describe como: “Según la leyenda vive en las profundidades del río Amazonas, en ciudades sumergidas con las mujeres que roban de las comunidades indígenas. Considerado símbolo de vida y de fecundidad. Yacuruna u Hombre de Agua, tiene un cuerpo atlético y con escamas por todas partes. Lleva como sombrero un pez raya, de cinturón una enorme boa, de zapatos dos peces cuchas, en el brazo derecho un venenoso alacrán, lo acompaña siempre una charapa gigante y su arma de protección es un arpón. Posee poderes sobrenaturales”. 



Sally Hawkins



Por lo que Guillermo del Toro, también ha recreado un mito, y se ha anotado un indudable clásico. La película posee una historia sencilla, pero lo que sorprende y maravilla, es la “forma” en que la cuenta, la narra y la ambienta. Es una fábula, porque contiene un bello mensaje sobre los marginados, los desfavorecidos, ya sea por un defecto físico o alguna otra característica. También la relación entre Elisa, la chica muda, magistralmente interpretada por Sally Hawkins, y el Yacuruna, es una historia de descubrimiento, de los instintos, de las pasiones, de la fragilidad y del amor. La oscuridad, como en todos los buenos cuentos, y en las fábulas, y en las películas de Del Toro, está presente, no sólo en los “villanos”, como la historia clásica que es, sino en la oscuridad, o me gustaría decir mejor, complejidad de sus personajes. 



Yakuruna Amazónico



El Yacuruna, con su instinto animal, salvaje, instintivo, pero a la vez mágico e iluminador. La dirección de Del Toro brilla, su fotografía, su escenografía, los sonidos, y las escenas más mágicas y oníricas son simplemente increíbles. Del Toro crea sueños, pesadillas, las realiza y las comparte con su público. Según, una película de 20 millones de dólares, que por su estética parece de 100. Pero es una muestra de ingenio y maestría de este emblemático director mexicano, que siempre nos sorprende. A pesar de las Pacific Rim que hace para poder financiar sus proyectos más personales e íntimos. Aún así, gran película, y una brillante joya. Ganadora del León de Oro a Mejor Película en el Festival de Venecia, y ha venido arrasando en distintos premios, directo a los Premios Oscar.


8/10


Trailer de La Forma del Agua

Frases y Diálogos de la película




lunes, 8 de enero de 2018

Especial A.S.B: Black Mirror (Season 4) - Netflix

Charlie Brooker



Durante la última semana he estado publicando en mis redes mis primeras reacciones de los capítulos de la nueva temporada de Black Mirror que iba viendo poco a poco. Al final he decidido reagruparlos en un post, donde añadiré detalles. Como no es la primera vez que hablo de Black Mirror, no repetiré de qué trata la serie, sólo lo más básico, que la esencia de todos estos episodios individuales es mostrar el impacto de la tecnología en la sociedad, con los guiones de su creador, Charlie Brooker, y cada uno dirigido por un director distinto. Y su título, “Black Mirror”, en referencia a ese espejo negro que son las pantallas de los dispositivos tecnológicos y electrónicos que cada vez más controlan nuestras vidas. 

A continuación el conteo de los capítulos por el orden en que los vi. Y al final encontraremos un top con los capítulos de la 4ta temporada de mejor al peor, y luego un top adicional de los mejores de todas las cuatro temporadas:




USS Callister


1. USS Callister (Toby Haynes):

El primer episodio de la temporada tiene una constante que podemos encontrar en varios episodios de Black Mirror. Excelentes y muy interesantes ideas y planteamientos, pero que a medida que avanzan se van desvaneciendo, hasta llegar a una resolución y tramo final muy flojo y apresurado. Eso pasa con USS Callister, inicia como una fantasía que desorienta un poco, una aventura intergaláctica, donde el capitán Daly y su tripulación viajan y enfrentar los peligros en la galaxia. Pero pronto volvemos a la realidad y nos damos cuenta de que Daly es un hábil programador que tiene su propio juego con un oscuro secreto. Todo va bien, pero la trama va tomando caminos facilistas y predecibles, y con un poco de redención. Y aquí si quiero mencionar que es uno de los puntos en que a veces cae Black Mirror, su atractivo siempre ha estado en los juegos con la moralidad, cuando muestra aspectos oscuros del ser humano, con resoluciones fatalistas y muchas veces pesimista. Pero cuando a un argumento de ese estilo le das un giro de repente para conseguir algún tipo de redención, y esta se ve forzada, el producto queda defectuoso. No quiere decir que no funcionen las historias con mensajes positivos o historias más humanas, San Junipero nos demostró lo contrario, porque era una historia coherente de principio a fin, humana, y que en el fondo mantenía la esencia de la serie, y cierta ambigüedad, porque nos mostraba un aparente beneficio de la tecnología, pero a la vez nos dejaba un espacio oscuro. Y ese es uno de los errores en los que ha caído últimamente, quizás en nos saber dosificar o estructurar bien cada historia, y el rumbo o concepto de cada una. Sin embargo, las actuaciones, en especial la del talentoso Jesse Plemons, es destacable. 




Arkangel



2. Arkangel (Jodie Foster):

Arkangel es otro ejemplo de una historia con concepto interesante que termina en una historia fallida. Una madre obsesionada por proteger a su pequeña hija se inscribe en el programa Arkangel, para insertar un chip en la cabeza de su hija para monitorearla e incluso poder censurar su visión. La niña crece y la mamá sigue con ese control. Entonces nos encontramos con el drama de la adolescencia, la sobreprotección, planteado de forma interesante, pero a medida que se acerca a su final la trama de acelera, pierde fuerza, y lo peor, es predecible. Termina en otra buena intención. 




Crocodile


3. Crocodile (John Hillcoat):

Llegamos a uno de los que menos me ha gustado. Y en este momento, al ver el tercer episodio, estaba muy decepcionado, de que ninguno de los tres primeros me hubiese gustado mucho. Con Cocodrilo llegamos a un punto muy bajo, nos cuenta una premisa que ya la serie ha tratado como unas 2 o 3 veces antes en otras temporadas, en donde los recuerdos personales no son privados sino que se puedes proyectar y tener acceso por medio de algún artefacto por otra persona. Cocodrilo me ha parecido el peor, porque además de ser flojo en su tratamiento, no tiene lo que tenían al menos los otros dos, que eran planteamientos interesantes y ligeramente distintos. Sino que cogieron una idea vieja y le añadieron muchos más homicidios. Si he de destacar algo, es la actuación de Andrea Riseborough. Nada más. 




Hang the DJ


4. Hang the DJ (Timothy Van Patten):

Cuando me quejaba de que los tres primeros capítulos me habían parecido flojos y repetitivos, aparece Hang the DJ. Antes de hablar del episodio en sí, me gustaría mencionar que el capítulo de la temporada anterior “San Junipero” claramente tuvo una gran influencia en este y otro de los capítulos de la temporada. El toque humanista y relativamente positivo pero ambiguo de ese capítulo, que fue mi favorito de la temporada pasada y creo que de toda la serie, se encuentra en este capítulo. Incluso el nombre del capítulo, que hace referencia al estribillo de una canción de The Smiths, “Panic”, me recuerda al éxito que tuvo la canción “Heaven is a place on earth” de San Junipero. Pero entrando al episodio en sí, que me gustó, cuenta la historia de Frank y Amy, una pareja que se conoce en un programa de citas que tiene la particularidad que pone fecha de caducidad a las relaciones de acuerdo a los datos que acumula el sistema sobre cada persona, hasta que cada uno encuentre a su persona ideal, basados en porcentaje y estadísticas. En su primer encuentro, a Frank y Amy le dan unas pocas horas, pero tiene una química instantánea, lo que los hace poco a poco plantearse la lógica del sistema. Me gusta porque el argumento está bien tratado y llevado, y en su argumento hace analogía a esos apps de relaciones y citas actuales como Tinder, Badoo, etc. Y como siempre, se extrapola la realidad y se exagera un poco, mientras realizamos varias reflexiones sobre la tecnología, sobre las relaciones, sobre el amor, sobre el sexo, el matrimonio, la pareja, la sociedad y las dinámicas sociales. Y en su arco final, mantiene el interés, y nos tiene una pequeña sorpresa reservada al final, que apela a una teoría de la “realidad simulada”, además de ofrecer un marco completamente distinto a todo lo que acabamos de ver. Me gustó mucho por todos esos aspectos, y porque pasa casi lo mismo como en San Junipero, en historias más humanas con el mismo trasfondo y esencia de la serie, que nos deja preguntas en el aire, y nos lleva a plantear nuestra propia realidad. 




Metalhead


5. Metalhead (David Slade):

Bueno, la satisfacción no duró mucho, llegó otro episodio flojo. Cabeza de metal nos traslada a un mundo post apocalíptico, donde hay pocos humanos, y estos son cazados por una especie de perro robots. Además está presentado con un pretencioso blanco y negro que me parece innecesario, al menos que quisieran dar más fuerza a la atmósfera de abandono y soledad. Que sería justificable si hubiesen trabajado un poco más en la historia. Siguen las buenas intenciones en los aspectos técnicos, la fotografía y detalles de dirección, pero las historias flaquean. La actriz también hace un buen trabajo. 




Black Museum


6. Black Museum (Colm McCarthy):

Con Black Museum me pasa algo curioso, este es el otro capítulo donde hay muchas referencias a San Junipero, y a otros capítulos de Black Mirror, pero en especial a San Junipero, pero no en su estructura y esencia, sino menciones directas al universo de San Junipero y a la empresa encargada de almacenar las almas de las personas. Pero bueno, para calificar a Black Museum tengo que hacerlo por partes, porque hay tres historias, más la principal. La primera historia del museo me pareció aburrida y muy floja, pero con las otras dos se recompone la cosa, y encuentro la esencia de ese Black Mirror más oscuro que me gusta y que consolidó a la serie desde sus inicios. Una joven descubre en plena autopista abandonada un museo que contiene objetos criminológicos supuestamente auténticos. Cada uno tiene una historia, que el encargado del museo se encarga en contar. Es interesante, pero tiene el punto negro de esa primera historia, que no es terrible pero si un poco flojo. 




En general fue una temporada muy por debajo de lo esperado, con episodios muy flojos y sólo uno realmente destacable. Parece que quizás a la serie se le están acabando las ideas, pero vemos que aún pueden dar con buenas historias, creo que quizás deberían meditar más las temporadas y no tratar de sacar una cada año, porque se nota en el producto, que algunas no tuvieron la suficiente maduración. 


Por el momento, dejo mi top de la temporada, y al final, el top de todas las temporadas:




Hang the DJ



Top de la 4ta Temporada

1. Hang the DJ (4ta)
2. Black Museum (4ta)
3. USS Callister (4ta)
4. Arkangel (4ta)
5. Metalhead (4ta)
6. Crocodile (4ta)




San Junipero


Top de las cuatro temporadas de Black Mirror:

1. San Junipero (3ra) 
2. The Entire History of You (1ra) 
3. Nosedive (3ra)
4. Shut Up and Dance (3ra)
5. White Bear (2da)
6. The National Anthem (1ra)
7. Be Right Back (2da)
8. Hang the DJ (4ta)
9. Hated in the Nation (3ra)
10. Playtesting (3ra)
11. Fifteen Million Merits (1ra)
12. White Christmas (Especial Navidad)
13. Black Museum (4ta)
14. Men Against Fire (3ra)
15. USS Callister (4ta)
16. Arkangel (4ta)
17. The Waldo Moment (2da)
18. Metalhead (4ta)
19. Crocodile (4ta)



Acá dejo el enlace a mi post sobre la tercera temporada:






Alejandro Salgado Baldovino (A.S.B)