lunes, 12 de marzo de 2012

El Séptimo Sello (Ingmar Bergman)


Sinopsis:

Suecia, mediados del siglo XIV. La Peste Negra asola Europa. Tras diez años de inútiles combates en las Cruzadas, el caballero sueco Antonius Blovk y su leal escudero regresan de Tierra Santa. Blovk es un hombre atormentado y lleno de dudas. En el camino se encuentra con la Muerte que lo reclama. Entonces él le propone jugar una partida de ajedrez, con la esperanza de obtener de Ella respuestas a las grandes cuestiones de la vida: la muerte y la existencia de Dios. (FILMAFFINITY)

Fragmento de esta gran Obra Maestra de Bergman:



La Confesión

INT. IGLESIA. DÍA.
El Caballero se está confesando. Tras la reja está la Muerte. (El Caballero todavía no lo sabe). De vez en cuando mira a un crucifijo situado en una pared.

El CABALLERO: Quiero confesarme y no sé qué decir. Mi corazón está vacío. El vacío es como un espejo puesto delante de mi rostro. Me veo a mí mismo, y al contemplarlo siento un profundo desprecio de mi ser. (Pausa) por mi indiferencia hacia los hombres y las cosas me he alejado de la sociedad en que viví. Ahora habito un mundo de fantasmas, prisionero de fantasías sin sueños.

LA MUERTE: Y a pesar de todo no quieres morir.

EL CABALLERO: Sí, quiero.

LA MUERTE: Y entonces a qué esperas.

EL CABALLERO: Deseo saber qué hay después.

LA MUERTE: Buscas garantías.

EL CABALLERO: Llámalo como quieras. ¿Por qué, al menos, no me es posible matar a Dios en mi interior? ¿Por qué prefiere vivir en mí de una forma tan dolorosa y humillante, puesto que yo le maldigo y desearía expulsarlo de mi corazón? ¿Sabes? Estoy a punto de llegar a una conclusión... Creo que Dios es una especie de realidad engañosa, de la cual los hombres como yo no podemos desprendernos. ¿Me escuchas?

LA MUERTE: Te escucho.

EL CABALLERO: Por ello, yo quiero saber. No deseo creer. Ni suponer, sino saber... Deseo que Dios me tienda su mano, ver su rostro y que me hable.

LA MUERTE: Pero se calla.

EL CABALLERO: Así es... Le grito en medio de la noche, pero es como si no hubiera nadie en ningún sitio.

LA MUERTE: Puede ser que no haya nadie.

EL CABALLERO: Sí, ya lo he pensado. Pero, en ese caso, la vida sería un horror absurdo. Nadie es capaz de vivir con la Muerte ante sus ojos y creyendo que todo ha de desembocar en la nada más absoluta.

LA MUERTE: La mayor parte de los hombres no piensan ni en la Muerte ni en la Nada.

EL CABALLERO: Sin embargo, tiene que llegar un día en que se encuentren sobre el borde mismo de la vida.... y entonces habrán de mirar hacia la Noche.

LA MUERTE: En efecto. Y ese día puede ser cualquiera...

EL CABALLERO: A veces pienso que tal vez fuera necesario que los hombres hiciésemos una imagen de nuestro miedo y que a esta imagen la llamáramos Dios.

LA MUERTE: Te encuentro inquieto... Demasiado.

EL CABALLERO: Es que la Muerte ha venido a verme esta mañana. He comenzado a jugar con ella una partida de ajedrez, con lo cual puede decirse que me he comprometido a cumplir una misión urgente.

LA MUERTE: ¿Y cuál es esa misión?

EL CABALLERO: Mi vida ha sido algo completamente vacío, sin sentido. He cazado, he viajado, he convivido con todo el mundo. Pero todo ha sido inútil... Lo digo sin vergüenza y sin remordimiento, porque sé que la vida de los hombres está hecha así. Es precisamente por eso por lo que deseo utilizar mi aplazamiento: para realizar aunque sólo sea un único acto que tenga alguna significación.

LA MUERTE: ¿De modo que ese es el motivo por el que juegas al ajedrez con la Muerte?...

EL CABALLERO: Sí; aunque no ignoro que es un adversario muy considerable. Sin embargo, hasta ahora, no he perdido ni una sola pieza.

LA MUERTE: ¿Y cómo has planteado tu juego ante tal adversario?

EL CABALLERO: Pienso jugar con una combinación de alfil y caballo, de la cual todavía no se ha dado cuenta mi contrincante. En la próxima jugada, atacaré su flanco izquierdo.

LA MUERTE: Lo tendré en cuenta.

Por un instante, la Muerte muestra su rostro tras la rejilla del confesionario.
Y desaparece en seguida.

EL CABALLERO: Esto es una traición. Pero nos volveremos a encontrar. Hallaré una salida...

LA MUERTE (invisible): Nos encontraremos en el albergue. Y allí continuaremos la partida.

El Caballero se incorpora.
Y, levantando su mano, la contempla a la luz de un rayo de sol que penetra en el interior de la iglesia a través de una pequeña ventana.

EL CABALLERO: Esta es mi mano. Puedo moverla. Mi sangre corre por mis venas. El sol está aún alto. Y yo, Antonius Block, juego al ajedrez con la Muerte.


Algunos vídeos:

1) Presentación y aparición de la Muerte

2) Confesión (El Dialogo anterior)


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